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M. B.
Domingo, 9 de enero 2011, 03:38
Si alguien ha logrado mantener vida y obra en perfecta armonía con sus principios es este arquitecto, ordenado sacerdote en 1962 y que, tras la jubilación, pretende cambiar escuadra y cartabón por lienzo y pincel. Eso, si su imparable actividad se lo permite.
-Dos profesiones vocacionales, arquitectura y sacerdocio, de las que uno no llega a jubilarse nunca, ¿no?
-Algo así. Creo que soy de las pocas personas en este país con doble profesión y doble jubilación que puede seguir desarrollando ambas actividades. Aunque estoy jubilado administrativamente desde hace dos años, el Colegio me permite seguir en la profesión, pero en 2010 ya no he proyectado nada. Si surgiera algo que me resultara muy interesante, quizás&hellip Pero me considero ya jubilado.
-¿La actividad creativa, por su propia naturaleza, se mantiene siempre viva?
-Claro. Es algo que se lleva dentro y resulta inevitable. Por eso a partir de ahora, y si Dios me da salud, quisiera dedicarle más tiempo a mi vocación primaria: la pintura. Y eso sí puedo hacerlo en solitario.
-Además de proyectos nuevos, ha realizado unas cincuenta intervenciones en edificios eclesiásticos ya existentes. ¿Qué aportaciones destacaría?
-He de dejar claro que, en mi profesión, yo no he tenido ilusión por restaurar. Me interesaba la obra nueva pero, por una serie de coincidencias, empecé a formar parte de la Comisión de Patrimonio de la Comunidad Autónoma, de la de la Diócesis y de la Mixta. Siempre he tenido claro que, si intervenía en un edificio, era para aportar algo. En cuanto a materiales, destacaría el empleo del acero 'corten' para sustituir el cinc o la pizarra en los chapiteles: logra que se forme un cuerpo único y muy estable, resistente a los factores meteorológicos. Además, la autooxidación lo protege y le da un color muy característico.
-Innovar, sí, pero siempre dentro de una armonía.
-Por supuesto. No he tenido inconveniente en aportar formas modernas, actuales, buscando siempre que escala y materiales no desentonaran del conjunto. En definitiva, la historia de la arquitectura religiosa ha sido esa: la sucesión de estilos según la época en que se realizaba cada arreglo.
- ¿Y en épocas pasadas también la ciudadanía se mostraría recelosa ante cada modificación?
-Sin duda. En tiempos del alcalde Trevijano, en Logroño, me encargaron una reforma en la iglesia de Santiago y él me decía, con cierta aprensión, que había añadido elementos de distinto estilo, y le indiqué: 'Si sólo dejamos lo que mantiene el mismo estilo habremos de suprimir las trompas del final, las embocaduras de las capillas de atrás, los tornavoces... Dentro de unos años también nos habremos acostumbrado a lo que ahora le parece tan diferente'.
-¿Su actitud creativa le ha causado problemas en este sentido?
-Alguna vez sí, pero también es posible que no siempre haya acertado. Me puede doler, pero tengo claro que quien trabaja de cara al público ha de saber encajar las críticas.
-Siempre agradece la labor de sus colaboradores.
-Es que he contado con un buen equipo. Es algo fundamental y me ha ayudado a reunir una colección de planos y documentación gráfica bastante interesante, que ahora dono al Colegio de Arquitectos de La Rioja, testimonio de más de cuarenta intervenciones en edificios del Patrimonio Eclesiástico riojano.
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