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IVÁN ALONSO
Domingo, 9 de enero 2011, 03:44
«¡No intentéis competir con los bazares chinos!». Es la frase que repite en cada asamblea Bernat Vidal, presidente de la Asociación de Artesanos Vascos. En clara desventaja frente a la fabricación en serie a bajos precios y acosada por la crisis económica y la indiferencia institucional, la artesanía vasca vive horas bajas encerrada en su propia forma de ser. Un mundo donde aún se dan importancia a conceptos como tradición, lentitud y trabajo manual.
«Para mi un producto artesanal es el que esta elaborado en su totalidad por el artesano, desde que concibe la idea de un objeto hasta que se pone a la venta. No considero artesano a la persona que se pasa la vida pintando la misma flor sobre una tela». La opinión de la ceramista Carmen Pérez describe lo que a grandes rasgos sigue siendo el artesano vasco hoy en día: un profesional independiente y solitario, con taller unipersonal que, como ella, tiene en torno a los 45 años de edad y trata de sobrevivir vendiendo su trabajo de feria en feria. «Siempre digo que para ser artesano hay que tener una pareja funcionario», subraya Bernat Vidal con un toque de humor negro. Lo cierto es que, salvo alguna excepción, la mayor parte de ellos cuentan con algún apoyo económico extra porque, como viene a reconocer un cantero, «yo apenas saco 600 euros al mes de mi trabajo. No podría vivir».
La mayor parte de oficios que todavía permanecen son los que requieren poca formación y, en general, también poca mano de obra. La explicación es fácil: no se puede montar una forja en casa, pero sí un taller de joyería. Todas las nuevas iniciativas que surgen se basan en lo pequeño y sencillo para poder vender luego a precios asequibles. Una manera de plantarle cara al bazar, pero a la larga un problema para todos. «Están empezando a faltar profesiones tradicionales», resume Vidal. Herreros, forjadores, trabajadores de la piedra, fundidores de campanas.... Están en vías de desaparición.
Aitor Ventureira mantiene en Tolosa (Guipúzcoa) Ganbara, un taller dedicado a la confección de trajes tradicionales vascos para bodas, representaciones y danzas. Una producción muy especializada que requiere de su propia investigación previa para crear los patrones o rescatar del olvido prendas que llevan décadas sin diseñarse. «La actual situación de mi negocio es prácticamente de quiebra», reconoce con tristeza. Desde su punto de vista, la artesanía actual está hundida. «El artesano se diferencia de los macrocentros y de los productos chinos por la calidad del producto, pero es imposible competir en precio», afirma. Lo mismo que le sucede a Joseba Lecuona, cantero, quien reconoce que sus productos en piedra no pueden salir todos los días a la calle «Esto lleva mucho tiempo. Te dicen que es caro, pero no saben que la hora de trabajo no te sale prácticamente a nada», se queja.
Todo lo contrario sucede con la bisutería, que copa los 'stands'. Rosa Garralda está al frente de Aines, una marca de joyas de autor en plata y oro con una década de andadura. Su circuito de venta es al por mayor. «Acudimos a las Ferias de Madrid y Munich dos veces al año. Así distribuimos nuestro producto en Europa, contamos con mas de 150 puntos de venta», cuenta. Un caso excepcional porque la mayor parte de artesanos ni se plantean negociar con distribuidores y nunca tienen previsto el margen comercial de un intermediario, ni precios comerciales. «Tal vez por eso se intenta vender directamente en tiendas y ferias», resume Vidal.
Mercados medievales
La artesanía tuvo un punto de inflexión en 1985, cuando se decretan las primeras ayudas oficiales al sector. Cada territorio lo hace a su manera. Álava subvenciona el 50% de la tasa de autónomos, pero sólo durante 9 meses al año. Vizcaya y Guipúzcoa, por su parte, financian aspectos como la nueva maquinaria, la asistencia a ferias, la formación y contratación de aprendices... La única pega es que estos decretos suelen publicarse muy tarde, habitualmente en octubre, y los artesanos se quejan. «Sería deseable que salieran antes, porque ahora sólo te dejan veinte días para planificar en qué vas a invertir». El problema, creen ellos, es el escaso porcentaje del PIB que representan. «No somos nada, ¿tú alguna vez has visto una campaña institucional en televisión para promocionarnos?».
¿Sería deseable 'blindar' los productos vascos frente a los foráneos? Los profesionales discrepan. Algunos lo ven «útil y necesario», manifiesta un artesano de la cerámica desde Vitoria; otros afirman que les preocupan más las «alegalidades que los bazares». Es decir, los 'artesanos' que eluden registrarse y pagar impuestos y así hacen una competencia desleal a los que tributan. El presidente de la Asociación de Artesanos Vascos cree que si se cerrara el acceso a las ferias y a los canales de venta a quienes no pasan por Hacienda saldrían a la superficie más profesionales. Porque ése es otro de los problemas, la dificultad de realizar un censo.
Actualmente las cifras oficiales dicen que en Vizcaya hay unos 100 artesanos reconocidos, 115 en Guipúzcoa y 75 en Álava. Pero por teléfono Jesús García, un fabricante de pulseras de un pueblo alavés, jubilado de un taller de marquetería, reconoce que él es uno de esos artesanos 'sui generis' con el riñón cubierto por la pensión. «Me las venden en ferias y en esos mercados medievales», explica. Javier, dueño del taller On Ocio, que se dedica a la talla de madera, explica que con este tipo de prácticas los artesanos «van desapareciendo poco a poco, ya que la gente prefiere esos productos baratos, coloridos, o sea, hechos a molde».
A pesar de las dificultades -y de alguna situación económica dramática- los profesionales aseguran que no va a dejar su oficio. «Cuando haces algo que te ha salido a ti, lo has creado con tus manos y viene alguien y te dice: '¡Qué bonito!, ¿cómo lo haces?', es lo mejor, una gran satisfacción», dice Elena Carlos Lacosta, una mujer que fabrica bolsos de tela y ha hecho de su taller la casa donde vive con su hijo.
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