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MIGUEL ESCUDERO
Sábado, 8 de enero 2011, 03:26
Hoy se cumplen quince años de la muerte de François Mitterrand, presidente de la República Francesa durante catorce años seguidos. Nadie ha ocupado este cargo tanto tiempo como él. En la primavera de 1981, prometió que si salía elegido presidente, como así fue, sus médicos harían público un informe sobre su salud cada seis meses. Este interés social de transparencia era consecuencia del caso Pompidou: el sucesor del general De Gaulle falleció sin acabar su mandato presidencial a causa de una mielomatosis, diagnosticada año y medio antes, enfermedad que ocultó a sus electores y a casi todo el mundo. De este modo, tras tomar Mitterrand posesión de la presidencia, apareció el correspondiente primer boletín médico. Todo bien. Sin embargo, no había pasado medio año cuando se le diagnosticó un cáncer de próstata avanzado, con una esperanza de vida de tres años. El primer afectado impuso el secreto de Estado. Aquí dimos en hueso. Pero sus médicos consintieron en la mentira, una mentira continuada. ¿Podían alegar que estaban cogidos en una trampa? Evidentemente, pero no sin antes hacer renuncia de su condición personal. Ninguno dimitió; prevalecieron los intereses propios o fue la sumisión impersonal. Resultó que Mitterrand trampeó con la muerte lo inconcebible. Acabó su primer mandato de siete años, fue reelegido y no fue hasta el 11 de septiembre de 1992 cuando, en vísperas de ser operado, reveló que padecía cáncer. Aún le quedaban dos años y medio de mandato presidencial, y legalmente podía proseguir. Los pudo cumplir, y al acabar ese período aún le quedaron otros ocho meses de vida. También se mantuvo el secreto de su vida familiar paralela, allá donde volaba iban en otro avión su conviviente y su hija, todo a cargo de la República. Mandó pinchar teléfonos de cientos de políticos, periodistas y editores franceses, por prevenir que divulgaran su real estado. Todo se ha hecho público después, sin papeles Wikileaks.
El exministro laborista de Asuntos Exteriores británico David Owen es neurólogo y ejerció la medicina durante seis años. En su libro 'En el poder y en la enfermedad' hace referencia al hermetismo del presidente socialista francés: «Me gustaría creer que la mala salud de Mitterrand influyó en su política hacia Ruanda y Yugoslavia y hay razones para ello. Cuando una persona está enferma se muestra reacia al riesgo, vacilante a la hora de actuar y más dispuesta a dejar que los acontecimientos se desarrollen sin intervenir. No obstante, ( ) es posible que al atribuir su posterior inercia a su enfermedad no estemos haciendo más que concederle el beneficio de la duda».
Ahora, cuando los poderes económicos echan pulsos a los políticos, Owen hace esta observación: Si «las sociedades anónimas del mundo entero están obligadas a proteger a sus accionistas de la influencia de la enfermedad de sus jefes ejecutivos», por qué no aplicar algo similar con los gobernantes y ofrecer de ellos una valoración médica independiente. Ahí queda eso.
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