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OSKAR L. BELATEGUI twitter.com
Sábado, 18 de diciembre 2010, 14:30
Aron Ralston tardó 44 minutos en arrancarse su antebrazo, atrapado por una roca. Su navaja multiusos penetró en la carne con más facilidad de la esperada. «La piel se desgajó como espuma de leche hervida». La textura le recuerda «a la de una gominola». Hunde el cuchillo «como si fuera mantequilla» y sierra los tendones. Psssst. Escucha el siseo de los gases de la descomposición y recibe la vaharada de un olor pútrido. Cuando llega al hueso se plantea cómo desgajarlo. Girando sobre sí mismo usa la propia roca a modo de palanca hasta quedar liberado. Salpica el líquido sinovial.
Ralston llevaba seis días de agonía en el fondo de un cañón del desierto de Utah. Era un yonqui de los deportes de riesgo, un amante de la naturaleza que había dejado su trabajo como ingeniero en Intel y alternaba las travesías en 'mountain bike' con el barranquismo. Aquel día de mayo de 2003 hizo lo que nunca hay que hacer en un paraje salvaje como los cañones Bluejohn: salir solo. Llevaba una pequeña mochila con un litro de agua, dos burritos y unas porciones de chocolate. Iba sin móvil, aunque tampoco le hubiera servido de mucho en una zona sin cobertura. En el mp3 sonaba su banda favorita, Fish. Su cámara de vídeo le sirvió para plasmar las distintas fases de su martirio tras la caída. Al quinto día grabó su testamento, despidiéndose de familiares y amigos. Liberado de la roca que lo aprisionaba, se hizo un torniquete, escaló el cañón y vagó por el desierto. Le encontraron unos turistas alemanes que llamaron a un helicóptero de rescate. La gesta de Ralston, que tenía entonces 27 años, dio la vuelta al mundo.
'127 horas' reconstruye una hazaña que apela a la emoción y el morbo a partes iguales, inspirada en el libro escrito por su protagonista. El director Danny Boyle, autor de 'Trainspotting' y la oscarizada 'Slumdog Millionaire', no escatima detalles en un filme que provocó desmayos entre el público en el Festival de Toronto. Boyle rodó en la grieta exacta donde Ralston pasó las 127 horas más inolvidables de su vida. El montañero asesoró en todo momento al actor James Franco, que tras su candidatura al Globo de Oro es favorito al Oscar. Se viene hablando tanto de su prodigiosa interpretación que la Academia de Hollywood le ha elegido este año para presentar las estatuillas junto a Anne Hathaway. Hasta ahora era conocido como el tipo que hizo de James Dean en un telefilme y el malo de la saga 'Spiderman'.
«Esta película no te pregunta '¿podría hacerlo yo?'. Esta película demuestra que tú podrías hacer lo mismo. Ese es el significado del título: habla de 127 horas, no de los últimos 44 minutos», remarca Boyle. El director de '28 días después' filma con su habitual nervio y potencia visual la travesía de Ralston, que poco antes de caerse en la grieta corre, salta y comparte con dos chicas un gozoso baño en un lago subterráneo. La pequeña cámara del superviviente le sirve para intercalar con eficacia dramática sus soliloquios grabados. Algunas escenas son calcadas a los monólogos originales del montañero. Inútil encontrarlos en YouTube, solo los ha visto su familia.
Contagiosa energía
'127 horas' se estrenó el pasado 5 de noviembre en unos pocos cines de Estados Unidos para que funcionara el boca-oído e ir ampliando su lanzamiento con vistas a las nominaciones a los Oscar. Ha conseguido el mejor ratio de recaudación por sala y la unanimidad de los críticos. «El dolor y el derramamiento de sangre son habituales en las películas», escribe el gurú Roger Ebert. «Pero pocas veces llegan al nivel de la realidad porque queremos que nos entretengan, no que nos traumaticen. '127 horas' nos implica hasta tal punto que estamos atrapados en ese cañón y nos cortamos la carne con el protagonista».
Ralston tiene hoy 35 años, una prótesis con la que sigue brincando entre las rocas y la misma contagiosa energía que el largometraje de Danny Boyle. Ha visto la película ocho veces y las ocho ha llorado. Al contrario que muchos espectadores, no aparta la vista de la pantalla cuando la navaja se hunde en el antebrazo. Le gusta la soledad en sus excursiones, aunque su mujer y su hijo pequeño le han obligado a llevar amigos la mayor parte de las veces. Todavía visita de vez en cuando la roca que atrapó su brazo. «La toco y regreso a aquel momento, cuando pensé qué era lo realmente importante en la vida, nuestras relaciones con los demás. Me veo luchando por salir de allí en busca de amor».
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