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TONIA ETXARRI
Lunes, 29 de noviembre 2010, 04:27
Superada la línea roja del cincuenta por ciento de participación en las elecciones catalanas y confirmada la debacle del tripartito que arrastra hasta el fondo del abismo a los socialistas de Montilla, la victoria suficiente de Convergencia i Unió revela que la opción de los electores catalanes se ha dirigido hacia el voto conservador después de la aventura de siete años de gobierno tan identitario como ineficaz del PSC y sus socios de travesía.
Ahora resulta inevitable exigir responsabilidades a los jefes de campaña, pero sobre todo a los candidatos, máxime si, como José Montilla, han caído en el error estratégico de dirigir su acción de gobierno por las vías de un programa que correspondía al nacionalismo clásico, no al socialismo de Cataluña que encontraba su apoyo en el cinturón rojo de Barcelona. Porque el 'honorable' Montilla es lo que ha hecho. Renunciar a sus señas de identidad. Renegar de sí mismo. Por dos veces. En primer lugar, al hacerle el trabajo nacionalista a Convergencia i Unió. Y, en segundo lugar , en plena fase de arrepentimiento y repescando al ministro Corbacho, al intentar corregir su desviación identitaria.
Demasiado tarde. Para el PSOE, que le apoyó durante la campaña apelando a un ex presidente como Felipe González, con tantos problemas de orientación geográfica que, en su último mitin de campaña, se perdió por Bruselas, confundiéndose de adversario (que en Cataluña no era el PP sino CiU) y perdiendo una magnífica oportunidad de dar un 'toque' de sentido común (el 'seny') al que ya nadie, salvo Duran i Lleida en CiU, se atreve a recurrir . Y demasiado tarde también para los electores de izquierda que han terminado por no saber qué defendía su candidato.
Deprisa y corriendo, Montilla abjuraba a última hora de aberraciones como la política de prohibición lingüística que él mismo había promovido en tiempos menos inestables. Ha sido el propio Montilla quien ha empujado a su electorado hacia Convergencia i Unió, que se ha cuidado de marcar su campaña con un perfil moderado y nada estridente y centrada, especialmente, en la reivindicación de un Concierto Económico similar al que se disfruta en el País Vasco y Navarra. Esta vez Artur Mas no ha firmado ante notario que no pactaría de ningún modo con el Partido Popular, consciente de que la decepción detectada en el electorado podría darle un aumento de votos al partido de Alicia Sánchez Camacho. Y no estaba desencaminado, aunque en CiU tampoco se esperaban que el PP llegara a ocupar el tercer lugar del 'ranking' parlamentario catalán con 18 escaños.
El PSC ha perdido las elecciones porque ha perdido sus señas de identidad: las constitucionalistas, las plurales, de centro progresistas, no identitarias. Aquí en Euskadi algunos dirigentes socialistas llegaron a mirarse tiempo atrás en el espejo de Montilla y anhelar un tripartito a su estilo. Ahora es momento de sacar conclusiones y tomar ejemplo de lo que no se debe hacer. Porque no sería acertado interpretar el éxito de CiU como el triunfo del soberanismo y el nacionalismo radical que se contagia en los territorios con lengua propia.
Convergencia se encuentra con el rédito de haber empujado a otros hacia un terreno identitario donde, quienes no son nacionalistas, se hunden en arenas movedizas. El nacionalismo estaba agotado cuando Jordi Pujol perdió el poder. Y fueron los errores de quienes como Maragall y Montilla intentaron ocupar el espacio de Convergencia los que azuzaron la nostalgia por el modelo original y han acabado echando de mala manera a los que intentaron emularles.
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