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Ory dejó España en los años 50 por «asfixia política y social». :: EFE
Muere Carlos Edmundo de Ory, el poeta iconoclasta
CULTURA

Muere Carlos Edmundo de Ory, el poeta iconoclasta

El autor gaditano, exiliado en Francia desde su juventud, deja un legado poético cuajado de vitalidad, humor y ternura

CARMEN SIGÜENZA

Viernes, 12 de noviembre 2010, 04:24

«La poesía es un vómito de piedras preciosas», «La risa es el sexo del alma» o «El viento es Dios que pasa bailando». Estos son algunos de los «aerolitos», aforismos o palabras mágicas que caracterizaron la gran obra del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory, fallecido ayer a los 87 años en Francia.

Y es que Carlos Edmundo de Ory, uno de los autores más iconoclastas e importantes de la segunda mitad del siglo XX, vivía en la localidad gala de Thezy-Glimont desde los años 50, cuando se exilió por «asfixia política y social». Por eso este poeta, a pesar de la importancia de su obra, fue un gran desconocido para la mayoría de los españoles.

Fue Félix Grande en los años 70, cuando publicó una antología de Ory, quien puso la lupa en este poeta moderno y transgresor, al que siempre caracterizaron la vitalidad, el humor y el amor al ser humano.

Después, la publicación de una antología suya por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 'Música de Lobo' (1941-2001), aparecida en 2003, y 'El enterrador de vivos', en 2006, con prólogo de Francisco Nieva y un CD en el que Luis Eduardo Aute y Fernando Polavieja musicaban 14 de sus poemas, ponían al alcance de los lectores su obra, siempre empeñada en renovar la gris y dura poesía de posguerra española.

También formó parte de la antología poética seleccionada por José Ángel Valente, 'Las ínsulas extrañas' (1950-200), que reunía la mejor poesía de las dos orillas, y publicada en 2002. Un reconocimiento que su ciudad de nacimiento también quiso hacer con la publicación de su 'Diario' en tres tomos. Sesenta años de vida abrochados en estos bellos volúmenes que recogían desde que el autor comenzó a escribir sus vicisitudes, a los 21 años, en unos cuadernos con pastas de hule negro.

«No soy un poeta maldito»

Ory, siempre socarrón y sin perder la chispa gaditana, sentía un inmenso amor por su tierra. No en vano, hace unos meses cedió su legado a la ciudad de Cádiz, donde, al parecer, se establecerá una fundación que lleve su nombre. El poeta era hijo predilecto de la ciudad desde 2005.

Cuando Carlos Edmundo de Ory, siempre con su sombrero negro y su melena de paje blanca, visitaba Madrid, para la presentación de su libros, no dejaba indiferente a nadie. A veces criticaba el 'Postismo', corriente de vanguardia postsurrealista a la que perteneció en su juventud. Incluso llegó a decir que era «un sambenito» que le había perjudicado. «Postismo iba relacionado con ser poeta maldito y yo no tengo nada de maldito», recalcaba.

Despreciaba el éxito. «El éxito es de las editoriales y del mundo del negocio, no de los artistas», decía. Amaba la vida, la amistad, la naturaleza, los amigos, y se preocupaba por el amor y el dolor. «Hoy el ser humano está dormido. Lees los periódicos cada día y dices: bueno, ¿que le pasa al hombre? Hay que salir a la calle, hay que actuar, y creo que me pueden asesinar porque como siga enfadando voy a hacer algo», comentó en 2003 cuando presentó su antología poética.

Poeta espiritual, en la línea de Novalis, Baudelaire, César Vallejo, Cirlot o Francisco Pino, Ory siempre se ha sentido deudor del romanticismo alemán y de los ingleses. «Siempre hay que tener maestros, sobre todo para tirarles de las barbas», explicaba este lúcido maestro, siempre amable y con una consigna: «Lo más importante de la vida es ser feliz. Hay que ser feliz porque se puede». Ahí queda su legado.

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