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En Zugarramurdi no hubo brujas ni akelarres
Sociedad

En Zugarramurdi no hubo brujas ni akelarres

El antropólogo José Dueso demuestra que la Inquisición obligó a sus víctimas a declarar su participación en ritos que solo existieron en la cabeza de los jueces

IÑAKI ESTEBAN

Miércoles, 3 de noviembre 2010, 10:41

Las brujas y los akelarres de Zugarramurdi fueron un invento de la Inquisición. O mejor, de los inquisidores y jueces que obligaron a sus víctimas a declarar su participación en rituales demasiado sofisticados para los acusados, campesinos del norte de Navarra que como mucho se reunieron alguna noche para beber alcohol y quizás tomar algún alucinógeno. Porque herbolarias y curanderos sí que hubo. Pero nada más.

Este es el planteamiento que el antropólogo José Dueso desarrolla en su último libro, 'Historia y leyenda de las brujas' (editorial Txertoa), cuando se conmemoran los 400 años -en noviembre- del Auto de Fe de la Inquisición de Logroño, que acabó con la quema en la hoguera de once personas, seis vivas y cinco en 'efigie', es decir, representados por muñecos al haber muerto durante el cautiverio.

Según demuestra el investigador, todo empieza cuando el abad de Urdax, fray León de Aranibar, quiere dar un escarmiento a los siervos y campesinos díscolos que tenía bajo su mando feudal. Para quitarse a los rebeldes de en medio se le ocurrió denunciarlos al Santo Oficio por brujería.

El inquisidor encargado del caso detuvo en 1609 a una serie de personas, la mayoría mujeres, y se las llevó a Logroño, sede de la sección inquisitorial para La Rioja, Navarra, Cantabria, País Vasco y parte de Castilla. Atemorizados por las detenciones, alrededor de cuarenta familiares y vecinos de los encausados se presentaron en la capital riojana por iniciativa propia, con la esperanza de que, en caso de ser condenados, las penas fueran más benévolas. Algunos incluso salieron libres, pero otros murieron mientras esperaban juicio.

En realidad, dice Dueso, la Inquisición no sabía muy bien qué hacer. «Los inquisidores eran terribles con los herejes, los blasfemos y los sodomitas, pero la brujería se escapaba de su ámbito, y no tenían una legislación en la que apoyarse», declara el autor, discípulo de José Miguel de Barandiarán.

Así que recurrieron a los manuales clásicos, derivaciones de un libro del siglo XV, 'Martillo de brujas', en que aparecen mujeres que se convierten en gatos negros, akelarres, machos cabríos, vuelos nocturnos, incluso con escoba, envenenamientos... Cuando se citaba el nombre de Jesús, el demonio y las brujas desaparecían por el aire. Una leyenda que se parece a la de Drácula y el crucifijo, indicio de una raíz común en el folclore europeo.

En esta obra desmitificadora, Dueso no duda de que los inquisidores torturaban. Pero en este caso no les hizo falta. «Bastó la simple amenaza para que a los implicados se les aligerase la lengua». Las preguntas de los jueces estaban llenas de fantasía, no menos que la de los imputados. Tan evidente fue el desbarre que uno de los inquisidores, Salazar y Frías, sospechó, investigó y concluyó que todo aquello había sido un disparate.

En su informe de 5.000 folios, Salazar y Frías admitía numerosos errores en el proceso y después hizo un viaje a Navarra para restituir el buen nombre de los procesados. Su influencia fue enorme. Con él prácticamente terminó la caza de brujas. Y cuando salieron dos casos de brujería en Hondarribia, la Inquisición se los quitó de encima aduciendo que todo aquello solo era «una fantasía del demonio».

Justo en ese momento se crea el mito de las brujas, una leyenda que integra varios elementos del folclore que ya existía en el País Vasco. A ellas se les atribuye cosas propias de las lamiak, seres mitológicos. Y se las confunde con las sorginak, «personajes fantásticos como la sirena o el dragón», aclara Dueso. Si no hubiera sido por la Inquisición, el mito de la brujería vasca no habría existido, sostiene el investigador, que con su libro quiere homenajear a aquellas víctimas inocentes del proceso de Logroño.

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