Borrar
Directo Sigue la segunda etapa de la Itzulia entre Pamplona y Lodosa
POLÍTICA

Prisas inquietantes

Las urgencias electorales de los diferentes protagonistas políticos pueden convertirse en un obstáculo para la paz

TONIA ETXARRI

Lunes, 1 de noviembre 2010, 04:11

Si el presidente Zapatero hubiera constituido, junto al lehendakari, Patxi López, el vicepresidente Rubalcaba y el consejero Ares un 'sanedrín' permanente de seguimiento del proceso del fin de ETA, seguramente el debate político habría entrado en otro ritmo de plazos menos enloquecido. Si Zapatero 'el impaciente' escuchara más a menudo a los mandatarios vascos, tendría que oír que la historia terrible del terrorismo de los últimos cuarenta años no se puede terminar de cualquiera forma. Que para echar el candado sin dejar cabos sueltos, para tener todas las garantías de que Batasuna algún día dejará de ser ETA si no es capaz de convencerla, hará falta mucho más que una declaración de intenciones unos meses antes de la convocatoria de elecciones. Y eso no se consigue en un solo año. Por muy electoral que sea el perfil de 2011. Por muchas prisas que tengan los dirigentes de Batasuna por no perder el turno del poder en los ayuntamientos y diputaciones.

Si Zapatero escuchara, tendría que tener en cuenta que es más fácil que los errores en el proceso del final de la violencia resten votos que los aciertos garanticen un fuerte respaldo en las urnas. Al inquilino de La Moncloa le preocupará lógicamente que sondeos de opinión del prestigioso Instituto Noxa hayan dicho que el PP rozaría la mayoría absoluta pese al cambio de ministros en el Gobierno. Y que un fin improbable de ETA a corto plazo mejoraría algo sus expectativas, aunque no provocaría una recuperación significativa de papeletas. Pero el fin del terrorismo es mucho más importante que una decantación de votos. Ya se sabe que las encuestas reflejan un estado de ánimo y que si el final de ETA no provoca un giro espectacular en las elecciones generales es debido a que la sociedad española ha visto cada vez más cerca la derrota de ETA y, por lo tanto, un cambio en esta dirección no lo adjudicaría a una sigla, sino al conjunto de la sociedad. En consecuencia, convendría un poco de calma.

Porque los protagonistas políticos han entrado en una disputa de calendario que, por precipitada, resulta inquietante. Basta una declaración de intenciones pacíficas de los veteranos militantes de Batasuna, que no contiene ninguna condena a ETA ni una insinuación crítica a todo el daño causado, y ya les parece suficiente a algunos partidos minoritarios nacionalistas para que se vuelva a legalizar al entramado de la izquierda abertzale. Tal es la presión que el ministro Rubalcaba no se cansa de repetir el mantra de la política de firmeza contra ETA y el respeto a la legalidad. Y el mismo recado a Batasuna: o les convencen o rompen.

Pero no por mucho repetir el mensaje gana credibilidad. Se extiende una nube de desconfianza que solo los hechos podrán disiparla en cuanto llegue la convocatoria electoral y los ciudadanos puedan comprobar si ha habido precio político o no a las declaraciones de cese de la violencia.

Mientras Urkullu se va convirtiendo en la muleta en la que se apoya Rubalcaba, al PP vasco lo que le preocupa es que Batasuna se cuele en las próximas elecciones sin que ETA haya desaparecido. Durante un tiempo, el verbo 'verificar' era el centro en torno al que giraba cualquier enfrentamiento político y, ahora, con las prisas, la exigencia a ese mundo de que ofrezca pruebas de que va a desaparecer sin cobrar precio político alguno se pierde en la nebulosa.

Batasuna tiene que dar garantías de que la banda terrorista desaparece. Para competir en las elecciones en las mismas condiciones que cualquier partido democrático. Ni más ni menos. Mientras tanto, va a ser difícil que el Gobierno consiga el consenso que se necesita. Porque la implicación del PNV en todo este proceso se está asegurando. Pero no basta. El ministro Rubalcaba sabe que, independientemente de sus peleas con el PP de Mariano Rajoy, en el País Vasco no se podrá lograr un fin digno del terrorismo sin contar con el PP de Basagoiti.

El socio preferente se reúne esta semana con el lehendakari, Patxi López, a quien le está asegurando un trato de lealtad encomiable. A pesar de las presiones de los propios. A pesar de las descalificaciones de los ajenos. Los unos querrían que el PP vasco fuera más exigente con los socialistas. Los otros dan por hecho que Basagoiti le tiene acogotado al lehendakari. Ni una cosa ni la contraria. A Basagoiti le toca jugar un papel de difícil equilibrio.

Hace tiempo que le pidió a Zapatero una entrevista porque reclama su papel en la historia del Gobierno del cambio. Apenas hablan ya de eso los socialistas. Pero Basagoiti es quien sostiene el Gobierno de Ajuria Enea. Salvo que Zapatero quisiera sucumbir a la tentación de cambiar de socio, le debe un trato deferente. El riesgo de dirigir un circo de tres pistas, con el ciclo de la violencia aún por cerrarse, incrementa demasiado los riesgos y no conviene jugar con fuego.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Prisas inquietantes