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El pueblo de Egibar
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El pueblo de Egibar

LUIS HARANBURU ALTUNA

Miércoles, 6 de octubre 2010, 04:53

Es una de las obsesiones recurrentes de Joseba Egibar: la imputación de incredulidad en el pueblo vasco a sus adversarios políticos. «No cree en el Pueblo que representa», achaca al lehendakari Patxi Lopez y aún concreta más su tremenda acusación cuando se refiere al actual Gobierno vasco como el «Gobierno que orienta su estrategia a la desfiguración de la identidad del Pueblo Vasco, de su autogobierno y de su sistema institucional». Todo esto y más hemos podido leer en su último artículo publicado en estas páginas (EL CORREO, 2-10-10)

Cuando Egibar invoca a su 'pueblo vasco' se está refiriendo a una «mayoría social» que está integrada por el mosaico de formaciones nacionalistas que sí creen en el Pueblo Vasco. Se trata por lo tanto de la fe que una determinada ideología profesa y su formulación supone la imposibilidad de que quienes no compartimos su ideología podamos creer, amar o desear el bien de nuestro país.

Es grave la acusación que Egibar formula al actual Gobierno vasco y es insultante su presunción de negarnos a muchos vascos la posibilidad de creer en nuestro pueblo. Solo desde el sectarismo más zafio e incivil se puede condenar a sus conciudadanos a lo que Aristóteles consideraba como el mayor de los oprobios: la condición de apátrida. Y es que para Joseba Egibar amar y querer de una forma distinta a la suya, es no amar ni querer lo propio; es «negar la identidad» de lo vasco.

Parece mentira que en el otoño del año 2010 todavía resuenen voces, como la del líder jeltzale, negando la condición de vascos a la mitad de sus conciudadanos. Parece como si nada se hubiera cambiado desde que el fundador del nacionalismo vasco decretó la no vasquidad de cuantos no compartían su credo. Es penoso regresar a finales del siglo XIX y constatar que el nacionalismo sigue siendo lo que fue: un pensamiento excluyente que se mueve a impulsos de una fe sectaria. Poco importa que donde Sabino Arana habló de raza y apellidos, ahora se hable de ideologías políticas, lo auténticamente relevante es que el nacionalismo no acaba de asumir que todos los ciudadanos vascos que habitamos en este rincón del mundo poseemos la misma dignidad e igual condición.

Egibar se obstina hablando de Pueblo Vasco contraponiéndolo a Sociedad Vasca, y piensa que quienes apreciamos la cualidad ciudadana de los habitantes de este país lo hacemos con menoscabo de nuestra pertenencia a una cultura determinada. Pero se equivoca. Se equivoca de cabo a rabo. Se equivoca, sobre todo, en su trasnochada y arcaica idea del pueblo vasco étnicamente inamovible. Lo que en Sabino Arana pudo entenderse como una respuesta a la desaparición del Antiguo Régimen y sus privilegios, suena en sus actuales seguidores a pura y dura reacción.

Egibar es un hombre inteligente y sabe utilizar los conceptos con propiedad, pero en la cuestión de la identidad vasca su obnubilada fe le impide ver las cosas con realismo. Euskadi ya no es el trasunto de un colectivo étnico, ni es la reserva ideológica de las identidades telúricas. Euskadi, mal que les pese a algunos, es una sociedad democrática en la que cada ciudadano vale tanto como su vecino. Ni más, ni menos. Cada cual valemos por lo que nos constituye en ciudadanos. Ni el apellido, ni el conocimiento de un idioma ni, mucho menos, la profesión de una creencia política nos constituye en individuos políticos. Solo la democracia nos habilita como ciudadanos vascos. Negar esta obviedad supone renunciar al principio democrático de que cada hombre vale un voto.

Lo dijo en sede parlamentaria y lo ha vuelto decir en el artículo que he mencionado: Egibar niega al lehendakari la capacidad fundamental que lo habilita como representante de todos los vascos: le niega la capacidad de creer en su país. Lo inhabilita para defender los intereses de la ciudadanía vasca, porque no comparte la fe nacionalista que antepone los valores de una presunta etnia a los de la sociedad vasca real y objetiva.

Me causa una profunda desazón que Egibar lance su grito de 'Batu gaitezen' obcecado por su fe política. Considero que el nacionalismo vasco lesiona gravemente los principios democráticos cuando antepone la virtual existencia de unos númenes colectivos a los activos reales de la ciudadanía. Pienso que a tenor de las ideas formuladas por Egibar el nacionalismo vasco no ha superado el axioma del 'Euskaldun fededun' y sigue inmerso en su obtusa credulidad, aunque haya cambiado el objeto de su fe. Puede que la 'mayoría social' a la que Egibar apela se sienta cómoda en su condición de 'fededun', pero existe otra 'mayoría politica' vasca que se ha decantado por el adagio de 'euskaldun jakitun'. La eterna contradicción entre Fe y Razón, entre fededun y jakitun, ha cobrado hoy en la sociedad vasca la forma de una oposición entre pueblo y ciudadanía, entre pueblo y ciudad. No es casual que el nacionalismo sea una ideología minoritaria en la ciudades vascas.

Ya en la Edad Media los Parientes Mayores se arrogaron el derecho de disputar a las ciudades sus ordenanzas. Más tarde, en el siglo XIX, los carlistas acosaron a los liberales en las ciudades vascas. Finalmente, el nacionalismo étnico vasco pretende negar a la ciudadanía sus credenciales vascas. Para algunos es una cuestión de fe, para otros lo es de principio. Euskadi no equivale al Pueblo Vasco de Egibar. Euskadi lo constituyen sus ciudadanos.

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