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JUAN BAS
Miércoles, 6 de octubre 2010, 04:42
Como primera acepción, 'clinch' significa en inglés abrazo. En el argot del boxeo se le llama 'clinch' al momento en que ambos púgiles se traban, se abrazan y bloquean hasta que el árbitro los separa lo más rápido que puede y les demanda que luchen. Con el 'clinch', los boxeadores buscan unos segundos de descanso en los asaltos finales, castigar los flancos y el bazo -el hígado sólo se lo deja cazar un novato- del contrincante y meter algún golpe antirreglamentario -el pulgar del guante en ojo ajeno, un gancho a los testículos o un saludo en el cogote- aprovechando que la visión del árbitro ha quedado limitada por el abrazo de osos. Los aficionados castizos suelen saludar estos sentidos abrazos con los gritos corales «que se besen, que se besen» y «¡vaya par de paquetes!», sin connotación gay alguna, en principio.
En 'Por un bistec', magistral cuento de Jack London, el veterano boxeador, que pierde el combate por faltarle la fuerza que le habrían dado las proteínas del bistec que no pudo comer por indigencia, aprovecha los 'clinch' con la sabiduría y las artimañas del veterano.
Si Zapatero y Rajoy vuelven a enfrentarse en las elecciones generales para disputar la presidencia del Gobierno, me recordarán al 'clinch' de boxeo. Un 'clinch' en el asalto número doce, el último, entre dos boxeadores de los pesos máximos en baja forma, muy desgastados, que se abrazan para no caerse y ganar tiempo y que no pretenden ya sumar puntos sino llegar al final sin que les resten ninguno. Que ya son incapaces de urdir y conectar una mínima serie combinada y no aspiran al fuera de combate del rival ni siquiera con una contra o un golpe de suerte.
Zapatero, el que ostenta el título, está muy desgastado por la larga crisis económica, una política errática, la impropia reforma laboral y algunos lugartenientes que brillan tanto como el gris plomo -en el muy divertido libro 'Mil millones de mejillones', el autor, mi amigo Fernando Trías de Bes, tiene la aterradora ocurrencia de que Leire Pajín llega a presidir el Gobierno-. Pero Rajoy, el aspirante, no menos desgastado, y sin haber llegado nunca al poder -importante matiz-, se enfrenta además a esa ley política no escrita -o sí; no sé- que augura a quien ha perdido dos elecciones seguidas que perderá una tercera. A cambio, parece que no sufrirá la desventaja de que la corrupción genere el castigo de los votantes del PP; aunque puede que la envergadura y la dimensión procesal del 'caso Gürtel' establezcan la excepción.
Creo que quien cambie de candidato, y lo haga con acierto, ganará las elecciones. Según mi criterio, Pérez Rubalcaba sería el idóneo para el PSOE y tiene talla política y personal para ser un buen presidente. Para el PP quizá Ruiz Gallardón -Rato no quiere y Aznar no puede-, aunque se haya puesto demasiado en evidencia con su síndrome del gran visir Iznogud: «Quiero ser califa en lugar del califa».
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