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Igor Antón, el líder de la tercera planta de Cruces
Vuelta a españa

Igor Antón, el líder de la tercera planta de Cruces

Operado de su fractura de codo, el vizcaíno dice sentirse «fresco, como nunca», y piensa ya en el futuro; en la Vuelta y el Giro de 2011

J. GÓMEZ PEÑA

Lunes, 13 de septiembre 2010, 13:54

A las nueve de la mañana de un domingo por los pasillos del hospital de Cruces (Barakaldo) corre la calma. Y los carros del desayuno. A Igor Antón acaban de traerle unas galletas, 'cola-cao' y una naranja. «Ya tenía hambre ya». En la cama de al lado hay un chaval que no deja de mirarle. «Hay que alimentarse», le recomienda Antón. Apenas diez horas antes estaba en el quirófano para reparar su codo derecho, roto en la caída que le ha quitado la que pudo ser su Vuelta. Es una fractura fácil de soldar. De cúbito. Dos o tres semanas y listo. Otra cosa es la herida anímica. Aunque el vizcaíno parece inmune al desánimo. De la pared de la habitación cuelga una televisión plana. Está apagada. «Luego veré la etapa de los Lagos». No habla de su mala suerte, ni de la carrera perdida. Y comenta la caída como si la hubiese visto desde fuera, a través de una pantalla: «Lo que recuerdo es que di con la rueda contra algo duro, como si fuera un bordillo. Se me fueron las manos y empecé a dar vueltas». Fue como pisar una mina. «No se me olvidarán las chispas que sacaba al rozar con los pedales en el suelo. Como si cortaran con una rotaflex».

El chaval que comparte habitación escucha al líder caído de la Vuelta como si estuviera en el cine. ¿Quién le iba a decir que en el hospital conocería a Igor Antón? Le operaron al poco de llegar el sábado al hospital. «Ya me han metido el cuchillo», bromea. «Me han dicho que todo ha ido bien. Que el cúbito está un poco desplazado y que curará pronto», diagnostica. Le han comentado que tuvo suerte, que pudo partirse cualquier hueso. Y que es mejor dañar el cúbito que el húmero. Tiene colocado un anclaje para pegar el hueso. «Espero recuperarme enseguida. Me gustaría volver a entrenarme antes de que acabe la temporada».

Sorprende su calma

Sorprende su calma. Moja las galletas en la taza y sonríe. Baja la mirada hacia su pierna derecha. Consulta con los dedos y airea sus tremendos rasponazos. «Y lo peor es lo que está bajo las vendas. Está descarnado. Como el culo. Como si me hubieran pasado una lija». Ya ha mandado mensajes a través del móvil a sus compañeros de equipo. Mucho más abatidos que él. «Les he animado. Hoy (por ayer) estarán tristes, pero hay que seguir». El sábado, tras caerse, se duchó como si nada en el autobús del equipo. Se cambió de ropa y no mostró ni un gesto de lástima o dolor. «Es como si se hubiera liberado de la tensión. Con el tiempo se dará cuenta de la ocasión que se ha perdido», lamenta Gorka Gerrikagoitia, director del equipo.

Antón no se queja. Ni del dolor. «Pusimos un par de toallas en el asiento del coche y, aun así, la sangre y el líquido que supuraba de las heridas empañaron todo el asiento», cuenta Miguel Madariaga. Mientras lo comenta, el presidente de la Fundación Euskadi recibe una llamada: varios jugadores del Athletic van a pasarse por el hospital. Lo ha organizado Koikili.

Los teléfonos no callan. «Nos han llamado muchos corredores de la Vuelta. Mosquera, por ejemplo, nos ha dicho que la carrera era de Antón, que está muy afectado», aseguran Madariaga e Igor González de Gadeano. No se creen lo que ha pasado. «Cuando se cayó en la Vuelta 2008 iba para ocupar una plaza en el podio. Y ahora, a por la Vuelta. Tiene esta carrera en las piernas», repite Galdeano. Niega con la cabeza. Necesita un pellizco para despertar de la pesadilla. Su hermano Álvaro, director del equipo en esta Vuelta, hace sus cuentas. «Antón estaba para ganar en Peña Cabarga. 'Purito' les sacó a todos veinte segundos en un kilómetro. Antón habría estado ahí. Y con esa ventaja...». La Vuelta. La cima en la historia del Euskaltel-Euskadi.

«Podía hacer algo grande»

Mientras sus compañeros se desplazan a la salida, en Solares, Antón desayuna galletas en la tercera planta de Cruces. Recostado sobre la cama, con el torso al aire y los profundos arañazos de la pierna escalofriando las miradas, prefiere quedarse con el recuerdo de sus dos victorias de etapa y con esa sensación hasta ahora desconocida: se ha visto ganador de la Vuelta. «Estaba bien, como nunca. Y fresco. Todavía no había hecho un esfuerzo de más. No había llegado a ir al límite en ninguna etapa. Sabía que podía hacer algo grande».

Todo eso se lo quedó el trozo de madera que le esperaba, traidor, en el descenso previo a las rampas de Peña Cabarga. Allí donde Nibali, en recuerdo de Antón, no quiso celebrar su liderato. «¿Ha hecho eso, de verdad?», pregunta el corredor de Galdakao. Su sonrisa silenciosa agradece el gesto del italiano. Entonces, como si pasara página pese a tener el brazo derecho molido, da un salto hacia el futuro: «No sé. Igual el año que viene voy al Giro». Ya rueda Antón. «Me quedan años».

A un rato de autopista, en Solares, los jueces lo confirman: el culpable fue un pequeño tronco, una rama. La que sacó chispas y echó a Antón de su Vuelta.

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