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TOROS

Una fiesta de las de época

BARQUERITO

Domingo, 12 de septiembre 2010, 04:49

El prólogo fue memorable: la convocatoria en defensa de la tauromaquia reclamó en las escalinatas del venerable anfiteatro de Arles y en sus aledaños la presencia de unas cinco mil almas. A pleno sol. El alcalde comunista de Arles y el presidente -socialista- de la región Provenza-Alpes-Costa Azul, uno de los tres grandes enclaves franceses del toreo, dirigieron a la multitud parlamentos breves, intensos, clarísimos. Y jaleados y coreados con pasión. Una especie de '¡No pasarán!' dirigido a los abolicionistas.

En un estrado junto a la cancela mayor del anfiteatro, un coro mixto y una banda de música entonaron las vibrantes notas del 'Toreador' de 'Carmen' de Bizet. La manifestación en el sitio se tuvo por gloriosa. La euforia, inmensa. Era, además, la corrida de gala dentro del calendario de la tradicional Feria del Arroz, que es la fiesta mayor de Arles y de la Camarga. Un día de espléndida luz, caluroso. Casi llena la plaza.

La cita era a las cinco de la tarde, pero antes del paseíllo todavía se vivió una segunda manifestación musical de casi media hora. El mismo coro -con una tiple solista- y la orquestina Chicuelo II, que es la banda oficial de la plaza, interpretaron piezas de Agustín Lara y Joaquín Rodrigo, la Salve rociera, coreada por más de diez mil voces anónimas y transformada en pagano olé, olé, olé por el toreo, y piezas varias del repertorio de música peñista sanferminera del maestro Turrillas.

Pinturas de Ena Swansea

Todavía después del paseíllo, el alcalde de Arles y un cortejo de damas tocadas y vestidas al uso arlesiano hicieron los honores a El Juli y a Juan Bautista. Y a la pintora norteamericana Ena Swansea, que había convertido el ruedo en un friso de pinturas rupestres a modo de alfombra azul y negra. Con sólo un protagonista: el toro. Cien toros de idéntico perfil pero distintos tamaños, geométricamente emparejados. Un alarde de imaginación tan deslumbrante como el día.

Y en la corrida, sirvieron los seis toros de Daniel Ruiz, que igual que los cien de Ena Swansea fueron parejos. El Juli se pegó una fiesta más, pero distinta, porque le hizo a cada uno de los tres de su lote lo que convino hacer. Las tres faenas enteras fueron la manera misma de pensar y de hacer de El Juli: discurrir, ponerse, estar, colocarse, cambiar de velocidad y manos, gobernar con el pulso que soportó cada uno de los astados. Redonda la faena del tercero, que fue uno de los dos mejores del envío; poderosa la del primero, que pegó muchos cabezazos; de '¡ríndete, fiera!' la del quinto. Sin puntilla los tres toros, que rodaron como peonzas. Inagotable Julián, aclamado por niños y mayores como un dios romano.

Y Juan Bautista, valiente, templado, sereno, centrado, refinado, seguro: ameno con el capote, buen lidiador, suave al torear con pureza por las dos manos, bravo al atacar con la espada. Coprotagonista de un espectáculo que, a pesar de durar tres horas, se pasó como un sueño sin sentir. Salvo que el menor de los Manzanares, animado a debutar en el templo de los caballistas de la Camarga, se encontró con un toro muy incómodo. La gente salió toreando. Fue muy bonito de ver y sentir.

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