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Cavendish es más rápido que el sprint
CICLISMO | VUELTA A ESPAÑA

Cavendish es más rápido que el sprint

Antón resiste sin problemas el acoso de Mosquera y Freire inicia su recuperación

J. GÓMEZ PEÑA ENVIADO ESPECIAL

Viernes, 10 de septiembre 2010, 12:00

Mark Cavendish llegó a Lérida antes que el sprint. Así de rápido le lanzó su compañero Goss en la última curva. Goss se llama Harley. Como las motos. Para cuando los otros salieron de la última curva no había ya nada que ver. Ni siquiera sprint. «Ganar es mi manera de agradecerles el esfuerzo a mis gregarios», dijo el británico voraz, el pirómano del sprint. Con 14 años competía en campeonatos de baile de salón. Salsa, rumba y a aguantar las bromas de los amigos. «Me decían que era cosa de chicas». Hoy, su novia se llama Fiorella Migliore, que es de origen sudamericano y fue 'Miss Italia'. Cavendish ya no se dedica al baile; ahora es coleccionista: acumula quince etapas en el Tour, cinco en el Giro y la de ayer en Vuelta. «Es emocionante triunfar en las tres grandes. Soy una apasionado de este deporte. Y quiero estar en el libro de las leyendas del ciclismo». La historia le tiene reservado un amplio capítulo a un velocista capaz de ser más rápido que el sprint.

Cavendish piensa en el futuro. En el próximo Mundial. Y ahí le sale un nombre, una pega: Óscar Freire. A nadie teme más. «Es mi rival más listo. Sabe moverse como nadie». Unos metros más allá de la meta de Lérida, otro ciclista hablaba de tricampeón mundial. Era Juanma Garate, su compañero en el Rabobank: «Óscar empieza a tener buenas piernas. Antes de que acabe la Vuelta nos va a dar una alegría». Freire, que hace solo unos días rumiaba anunciar el adiós al Mundial, ha vuelto. Ayer fue sexto. Ya frota la lámpara. El genio despierta a tiempo.

De levantar de la cama a la decimosegunda etapa de la Vuelta se encargó el Xacobeo-Galicia, el equipo de Mosquera. El candidato pesimista: «Es que este Igor Antón está muy fuerte», repetía. Le tenía consumido el ánimo la imagen de Antón, del líder, pasándole el miércoles en la rampa final de Pal. Ayer, su equipo atizó al pelotón. No dejó que roncara. Caña. El Xacobeo lanzó primero a Gustavo Rodríguez y luego a Veloso y a David García, situado a solo seis minutos de Antón. Tres gallegos en fuga. Obligó al conjunto de Antón, al Euskaltel, a exponerse al aire. Pero duró poco. El viento era de color naranja. Sopló en contra de los escapados. Los retuvo. Los mantuvo a tiro y eso animó a los equipos con velocistas a sumarse a la caza. El equipo del líder se resguardó.

Solo volvió a hablarse del viento a 16 kilómetros de Lérida. En paralelo al río Segre. Por el surco que baja desde la pared de Andorra. Entre una colección de huertas. Ahí, el Garmin abrió un abanico y se cerró contra la cuneta izquierda. Aire frío. Volaban los nervios y los dorsales. Antón apareció rodeado de los suyos. Koldo Fernández de Larrea le quitaba el viento. Renunciaba a disputar el sprint. «Lo principal es lo principal», zanjó el alavés. Y lo principal es conducir a Antón hasta Madrid. Anda Koldo con el estómago a vueltas. Con arcadas. «No estoy bien, no». Ayer tuvo que arrimarse a la cuneta para vomitar. Le mantiene una misión: «¿Por qué no vamos a soñar con Igor (Antón) en el podio de Madrid?». Ya queda un día menos: «Hemos solventado el trance del viento», respiró Antón, el dueño de 'La Roja'.

El abanico del Garmin no tenía filo. Romo. Incapaz de cortar un viento que otra vez silbaba de cara. Tres kilómetros después del estallido, el pelotón se unió, se tocó la cola. Estaban todos. También Cavendish. El obseso. Tiene una colección de vídeos con sus sprints. Los analiza. Se descubre cometiendo errores. «Aún tengo clavada aquella etapa del Giro que me ganó Petacchi. Me levanté demasiado tarde del sillín», cuenta. Vive para no perder. En una carrera infantil se negó a retirarse tras romper un pedal. Resistió y acabó segundo. Llegó a casa cojeando, con el pie destrozado. «Quiero ser parte de la leyenda del ciclismo», repite. Dejó el baile y también el banco en el que empezó recargando los cajeros automáticos. Le habían ofrecido ser director de una sucursal del Barclays Bank, pero se largó a Inglaterra primero y a Alemania después. «Para ser ciclista tenía que pisar tierra firme», dice el chico de la Isla de Man.

Perder no forma parte de su plan. Nada le duele más. En los Juegos Olímpicos de Pekín fue el único componente de la selección británica de pista que no logró medalla. Le escuece hasta recordarlo. En Gran Bretaña, los Juegos son mucho más que el Tour. Eso se lo dejó claro una de las azafatas de British Airways en el vuelo de vuelta desde Pekín a Londres. Se puso firme a la puerta del avión y dijo que solo los medallistas tenían plaza en primera clase. «Al final, hice un trato con ella y me dejó viajar en primera por las seis etapas del Tour». La chica le conocía, le sonaba el tal Cavendish, un ciclista con fama de brusco, tan peligroso como veloz, y con la manía de grabar en vídeo sus sprints. Menos el de ayer. No lo fue. Le bastó con subirse a la moto de Harley Goss en la curva final y llegar antes que todos; antes que el sprint.

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