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J. GÓMEZ PEÑA ENVIADO ESPECIAL
Jueves, 9 de septiembre 2010, 10:44
La megafonía de Pal extendía sobre el asfalto el nombre rotundo del ganador, de Igor Antón. Es una montaña alta, pero no tanto como para tocar el cielo. Así que el nuevo líder estiró sus brazos, sus manos, hacia más arriba y desplegó su felicidad en cuatro golpes. 'Ta-ta-ta-tá'. «Es el mismo gesto que hice cuando gané en Calar Alto (Vuelta a España 2006)», explicó. Igor Antón tiene buena memoria.
Por la enfermedad de un compañero, le llamaron a última hora para disputar el Giro de Italia 2005. Voló solo, maleta e inexperiencia en mano, al aeropuerto de Roma. Todo ojos. Atacó en el primer repecho que vio, a tortas con Bettini y Di Luca, consagrados ya. Y aprovechó el primer día de descanso de la 'corsa rosa' para visitar el cementerio de Cesenático. Un homenaje privado a su ídolo, a Marco Pantani, el escalador que tantas noches había pedaleado por su almohada. El ídolo muerto. A las leyendas les basta en su lápida con la fecha de nacimiento. Son eternos. Pantani permanece en la memoria de Antón. Hay algo del 'Pirata' en el ciclista vizcaíno. Se vio ayer en la subida a Pal.
El corredor del Euskaltel empezó la cuesta el último. Cuando sus rivales comenzaban a redactar la esquela del vizcaíno, Antón se acordó de Pantani. De la etapa de Oropa. De aquella tremenda remontada. 'Ta-ta-ta-tá'. La ametralladora. Primero atrapó a Joaquín Rodríguez, pegado al asfalto; luego a Nibali, sin aire en el pecho, y por fin, al valiente Mosquera. A todos les clavó sus pedales. Ganó la etapa, el maillot de líder y la bonificación. «Igor es mucho Igor», se rindió Mosquera ante el ciclista que se acuerda de Pantani.
El único puerto pirenaico de esta edición confirmó que Antón puede ganar la Vuelta. Aunque él se resista a creerlo, a decirlo siquiera, Pal pidió la palabra por él. Es una cuesta con formato de autovía, ocultada por túneles y abanicada siempre por un aire frío, molesto. En el inicio del alto, Antón parecía con una estocada honda. La alarma prendió en su equipo, el Euskaltel. «Nos ha acojonado», reconocieron. «No era mi mejor día», dijo luego Antón. Hace tiempo que archivó su instintiva manera de correr. Ahora mide cada gota de sudor. El viento frenaba. Y decidió resguardarse. Por eso se colocó el último de la fila. A rebufo.
El Katusha de 'Purito' Rodríguez vio debilidad en ese gesto. Falló. El equipo ruso infló el pecho y apretó. A muchos, como a Menchov, se les agolpaba la fatiga. Se perdían. Empezó a caer una lluvia lenta. El perfume mojado de la tierra despertó entonces al ciclista gallego, a Mosquera. «No sabes lo que he sufrido estas dos semanas de calor», dijo. El ciclista de agua organizó el diluvio. «Mi táctica es sencilla, arrancar y mantener el ritmo». Eso hizo. Solo 'Purito' y Nibali le siguieron. El resto perdía el camino. ¿Dónde está Antón? Calma. A las leyendas no se les pone fecha de caducidad. Ahí venía. Haciendo cuentas. «Sabía que ir tan atrás era un riesgo, pero lo he asumido para guardar fuerzas», explicó. «He jugado mis cartas con frialdad».
Remontada
'Purito', en cambio, se calcinó. «Me he confiado. No ha sido mi día. Pensaba que iba a aguantar con el maillot de líder, pero...». A tres kilómetros y medio, el 'Pirata' Antón le pasó como si nada. 'Purito' pedaleaba sobre lodo. Antón se deslizaba, alzado como una amenaza para el resto. De pie para ver a Nibali, que temblaba a rueda de Mosquera. El italiano notó la intensidad creciente del dolor. Inclinó la cabeza y vio cómo el gallego se bebía toda la lluvia. Mosquera iba a gusto bajo el agua. En su elemento. Enseguida, Nibali notó a su lado el jadeo feliz de Antón. Con el vizcaíno venía una luz antigua, el recuerdo de Pantani. Cegadora. Imparable. Pantani y Antón. Oropa y Pal.
«Yo iba a mi paso». Antón aún no se cree el tamaño que tiene. Mientras por detrás Xavier Tondo, uno de sus rivales en las etapas que vendrán, también remontaba, Antón le confirmaba a Mosquera su maleficio. Ese fatalismo tan gallego: «Es mi sino. Nunca gano», maldecía el gallego. Ayer tampoco. Antón le pisó en el kilómetro final, en una rampa dilatada, ancha. «No iba a por la etapa, pero al final he visto que la tenía a mano», contó el vizcaíno en la meta. Arriba le esperaban sus padres, los veinte segundos de bonificación, el maillot de 'La Roja' y una nueva clasificación: su nombre figura el primero. A 45 segundos, Nibali. A 1,04, Tondo. A 1,17, 'Purito'. Y a 1,29, Mosquera. De Bruseghin y Plaza le separan dos minutos. De Frank Schleck, dos y medio. De Sastre, tres. Y de Menchov, casi nueve. «La Vuelta me está saliendo redonda», resumió.
Flores y besos
La carrera se inclina hacia Antón. «Estás en tu Vuelta», le repetía la megafonía. El carmín, que es el color del éxito ciclista, le llenaba la cara en el podio: besos por la etapa, la general, la clasificación por puntos, la combinada... Da gusto verle celebrar un triunfo. Ataca con decisión la botella de champán; le pega un trago largo. Mira hasta ver a su madre para lanzarle certero el primer ramo de flores. Y saluda al público como una cantante de rock, braceando. Como el crío que tantas veces soñó con ser igual que el ciclista del póster colgado sobre la cabecera de su cama. Pantani, la leyenda. Y Antón, el nuevo 'Pirata', el ciclista que ayer empezó a ganar su Vuelta.
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