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JOSÉ MARI REVIRIEGO
Viernes, 30 de julio 2010, 11:22
Cuando ETA acabó con la vida de Fabio Moreno, asesinado a los dos años de edad por la explosión de una bomba, su hermano mellizo, Álex, perdió el habla. Estuvo mudo hasta que un día vio una foto de Fabio que su madre, Arantza Asla, había puesto en la mesilla de una habitación de casa, en Erandio. Y entonces, pese a ser un niño, supo a su manera lo que había pasado. Los dos pequeños viajaban juntos en el asiento de atrás del 'Peugeot 505' que conducía su padre, Antonio Moreno, entonces guardia civil destinado en Bilbao. De camino al colegio, donde le esperaba su hijo mayor, Marco, estalló el artefacto que los terroristas habían colocado en la parte trasera del vehículo, justo en el lado que ocupaba Fabio. Fue un 7 de noviembre de 1991. Álex, que sobrevivió al atentado sin lesiones graves al igual que su padre, tardó cuatro meses en recuperar la voz. Según el relato de su madre, lo hizo con estas palabras al ver de nuevo un retrato de su mellizo: «El tato tiene pupa».
Diecinueve años después, los parientes de Fabio Moreno Asla revivieron ayer al trauma por el asesinato en el homenaje organizado por el Ayuntamiento de esta localidad vizcaína a las víctimas de ETA del municipio. Además de recordar al pequeño, el tributo sirvió para honrar la memoria del brigada de Marina Emilio Fernández Arias, tiroteado el 22 de septiembre de 1982, aunque, en este caso, sus parientes decidieron no asistir al acto.
Por el contrario, los Moreno Asla estuvieron presentes, encabezados por los padres y hermanos, quienes siguen en Erandio. Álex prefirió estar «al margen» de los actos públicos, alejado de cámaras y micrófonos. Ya tiene 21 años. Estos son los recuerdos más íntimos confesados a este periódico por la familia de Fabio, cuya imagen figura como primera foto en el teléfono móvil de su madre.
Arantza Asla es una mujer que habla desde el desgarro. Al principio, confesó que deseaba «que les pasara lo mismo» a los terroristas para que «sufrieran como perros». Con el tiempo, «simplemente», dijo, «no les perdono». «Que cumplan sus penas», declaró en público tras el primer acto del homenaje, en el que participaron electos del PNV, PSE y PP.
Consistió en la lectura de una declaración institucional por parte de Aitziber Olibán, portavoz municipal del PNV, partido que dirige el Ayuntamiento. En ese texto se reconoce el calvario sufrido por las víctimas del terrorismo. Desde «el abandono» manifestado por sus vecinos hasta el «déficit de reconocimiento» por parte de las instituciones públicas. «Es una deuda histórica que es preciso saldar cuanto antes y con carácter prioritario», se dijo. Después, el alcalde, Joseba Goikouria, acompañó a la familia dentro del edificio consistorial para inaugurar una placa conmemorativa en un acto algo precipitado, en el que denunció «la deshumanización que supone la violencia» y dedicó unas palabras de «solidaridad» a las dos víctimas sin tiempo ni lugar adecuado para que los medios colocaran sus micrófonos. «Que impere la palabra», dijo.
Diecinueve años después del atentado, lo que hizo llorar a Arantza fue el aurresku tributado a Fabio en la plaza. «Me ha emocionado mucho. Soy vasca y mi hijo era vasco. A mí con eso ya me han hecho feliz». Pero lo que le hizo temblar de verdad fue ver entre las decenas de vecinos que asistían al homenaje a su hijo Alexander, Álex, hecho ya todo un chaval. Se le cayó «el alma a los pies» al pensar: «Ojalá estuvieran aquí los dos» mellizos.
Álex, explica su madre, es un joven «muy cariñoso», de los que están tan pendientes de los suyos que hay que decirles «quítate un poco de encima». «En casa nunca ha escuchado nada que desacredite al País Vasco. Solo de esos cuatro que joden a cuatro mil», advirtió. Esa «lucha» soterrada por el recuerdo de Fabio la han librado «solos» en la intimidad. «Odio ya no tengo», confesó. Arantza ha sido abuela. Su nieto se llama Dante y es el hijo de su hijo mayor.
«Le querré toda mi vida»
Marco Moreno Asla tenía diez años cuando el atentado. «Imagínate el mal rato. Me lo dijo mi tío en el ascensor con estas palabras: 'Tu padre y Álex están bien, pero Fabio ha muerto'». Al entrar en casa, la desolación. Su madre, «llorando». Su padre, hundido en el sofá. Mucha gente pululando por la vivienda y su hermano muerto por culpa del «fanatismo». Él ya tenía una edad en 1991 para recordar lo que pasó. «Le querré toda mi vida y con todo mi corazón». Ayer vestía de riguroso negro, coleta morena.
A Marco no le dejó satisfecho el homenaje del Ayuntamiento. Lo que menos le gustó fue la decisión de instalar la placa conmemorativa dentro y no fuera, en un espacio público a la vista de todos. Estaba decepcionado, como su padre.
Antonio Moreno todavía se pregunta por qué. «Yo era un trabajador, sin más. Si querían hacer mal que me lo hubieran hecho a mí y no a mi hijo de dos años». Antonio intenta ser «fuerte» y refugiarse en el «pragmatismo», pero «es difícil olvidar cuando ves a un niño» que podía ser Fabio. Tras el atentado, le «obligaron» a dejar su profesión de guardia civil y su matrimonio se resintió hasta acabar en separación.
Antonio, granadino de origen, llegó a Erandio con 19 años y ahí conoció a Arantza. Él sigue visitando la localidad. «Forma parte de mi vida. Mis amigos y mis hijos siguen aquí». No puede evitar recordar la vida que podían haber tenido los mellizos: «el primer día de colegio, la comunión, el fútbol, el carné de conducir... Cómo quieren que no se me salten las lágrimas». Álex, indicó, «habla a veces como si Fabio fuera a aparecer». «Sabe que le falta algo».
Álex Moreno Asla accede sin problemas a fotografiarse para este periódico con el consentimiento de su madre, que le llama por el móvil. Acude presto. Álex es un chaval que irradia buen rollo y que acaba de regresar fascinado por la belleza de Florencia, donde ha estado unos meses estudiando. «Lo que más me ha gustado de Italia ha sido Venecia». Sólo tenía dos años cuando Fabio fue desgajado de su vera, pero su recuerdo está vivo. «Le tengo siempre presente. Me pasan como fotogramas de él por la cabeza». Será cosa del vínculo invisible que tienen mellizos y gemelos, pero cada 7 de noviembre, fecha del atentado, se despierta sobresaltado por las pesadillas. Al salir a la calle, se reconcilia con el mundo. «La vida en Erandio, de maravilla». La madre recoge a sus hijos y marchan juntos con la vista puesta en el nieto, de dos años.
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