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El velocista británico se impone con autoridad. :: AP
Contador y Armstrong ni se miran
CICLISMO

Contador y Armstrong ni se miran

El madrileño regaló un reloj al americano, que no le saludó cuando acudió a su autobúsCavendish celebra entre lágrimas su primera victoria al sprint en el presente Tour, tras una jornada sin incidencias en la general

J. GÓMEZ PEÑA |

Viernes, 9 de julio 2010, 09:45

Algo pasa en Epernay. Antes de iniciar la etapa, Alberto Contador se encamina hacia el autobús del RadioShack, el de Lance Armstrong. Llama y sube. Lleva algo en la mano. ¿Hay duelo? ¿A pistola o a sable? ¿Viene a saldar una cuenta? Más sencillo. Lleva un regalo para Johan Bruyneel y otro para Armstrong, un par de relojes por la victoria que lograron juntos en el pasado Tour. Un obsequio a cada componente del antiguo Astana. Y quedan por repartir el de Bruyneel, director en 2009 del conjunto kazajo, y el reloj del americano. Contador quiere hacer la entrega en mano.

Aprovecha la mañana de calor en Epernay para cerrar esa celebración pendiente. Es el pueblo donde brota el mejor champán. Pero no hay fiesta. Dentro del bus, a salvo de las miradas tras los cristales tintados, está Armstrong. Ni se mueve. Ni saluda a Contador. «Estaba sentado en la parte de atrás, había mucha gente en el pasillo del autobús y no le he visto», justificó luego el americano. Minutos después, los dos coinciden en el control de firmas. En paralelo. El madrileño, con la mirada hacia la derecha; Armstrong, a la izquierda. Cada uno en su burbuja. Aislados. Agua y aceite. Ni se miran. En sus relojes no marca la misma hora.

Ahí no hubo más guerra. Para buscarla es mejor recurrir a Cavendish, 'bad boy'. El chico malo que ayer ganó el sprint de Montargis. En el pasado Tour de Romandía, al entrar ganador en la segunda etapa, le sacó el dedo corazón a todo el mundo. Por criticarle. «Cuando tengo algo que demostrar soy seis veces más fuerte», dijo. La rabia. La rabieta.

Incluso, trató de justificarlo con una lección de historia. La 'peineta', el feo acto de sacar un dedo, viene de lejos, de 1415 y la Guerra de los Cien Años. Los franceses amenazaron con cortar ese dedo a los certeros arqueros ingleses. Y éstos respondieron inventando un gesto que dura ya siglos. Cavendish conocía esa escena de la batalla de Azincourt: «Lo hice como aquellos arqueros, como un desafío, no como un insulto». Versiones diferentes de un dedo.

Un peligro

Hace tres semanas, tumbó a media docena de velocistas en un sprint de la Vuelta a Suiza. Muchos de sus compañeros se plantaron ante él. En protesta. Le ven como a ese tipo que trae gasolina a un incencio. Para el británico fue el colmo a su peor año: en invierno, una infección bucal le alejó tres meses de la bicicleta. Perdió peso y músculo. Bajó su cilindrada. Su hermano Andy acabó condenado a seis años de cárcel por un asunto de drogas. Bajó su ánimo.

Por eso, al ganador de seis sprints en el Tour de la pasada edición, le cuesta este año reconocerse. «Soy mi peor enemigo», dice a menudo. «No soy un bocazas por ser famoso. Ya lo era antes». Un travieso. Tiene esa cara. En 2007, mientras estaba a prueba en el equipo T Mobile, le dijeron que no valía para ser ciclista profesional. La bilis y el orgullo le impulsaron. Ayer ganó en Montargis, la 'Venecia gala'. Más de cien puentes sobre su canales de agua caliente: 37 grados en el ambiente.

Antes del sprint, tres ciclistas aceptaron la misión imposible de evitar una llegada masiva: Iván Gutiérrez, campeón de España, más El Farés y Van de Walle. El sol del champán les pegó de lleno. Aire de microondas. Gutiérrez, ya solo, llegó hasta los kilómetros finales. A tiempo para ver cómo el Columbia se alineaba en favor de Cavendish. El velocista de la Isla de Man, de ese protectorado británico donde aún quedan leyes tan fuera de su tiempo como ésta: es legal disparar con arco y flecha a todo escocés al que se localice de noche.

El abrazo de Cancellara

Man es un lugar distinto. Como Cavendish. Ayer, el Columbia no le escoltó. Su lanzador, Renshaw, perdió el metro de asfalto clave ante los chicos del Garmin (Hunter y Dean). Freire bastante tenía con esquivar codazos y no halló ninguna puerta entreabierta. Cavendish venía mirando a todas las esquinas de un sprint sin dueño, hasta que a falta de 200 metros fijó los ojos en la meta. La primera tras dos derrotas en este Tour.

«Me han criticado tanto... Aunque algo sí que lo merecía... Ha sido increíble este triunfo», acertó a decir. Y se derrumbó. Las manos eran cubos de lágrimas. Cara de niño regañado. Bad boy. No podía ni hablar. En eso llegó el líder Cancellara, le abrazó, casi le acunó, y le disculpó ante las cámaras igual que hace un padre con el hijo más revoltoso: «Es joven. Y la juventud, ya se sabe...».

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