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J. GÓMEZ PEÑA
Jueves, 8 de julio 2010, 11:33
Tras el pavés, Alberto Contador durmió en Cambrai, ciudad de guerra, la que vio el estreno de los tanques. Quizá por eso después de la batalla eligió un hotel pacífico: el 'Beatus'. Flores, jardines y pájaros en la banda sonora.
Por el 'hall' anda Paco Olalla, cocinero del equipo Astana en este Tour. El guardián de los tres jamones pata negra, del medio kilo de pasta diaria que engulle el madrileño y del aceite de oliva. Su tesoro. Enseguida, hora y media antes de la salida, aparece Contador. Carraspea y sonríe. Aún queda mucho para su tercer Tour, pero ya falta menos. Atrás quedan el viento y el pavés: «El balance de estos días, que eran muy peligrosos, es muy bueno. En el pavés pude librarme de las caídas». Del adoquín sale sin cadenas: sólo Andy Schleck y Evans están por delante en la general. A tiro. Los demás, incluido Armstrong, ya renquean. «Pero no se puede descartar a nadie», avisa.
Un miembro del equipo vocea una broma: «¡Alberto, el año que viene apúntate a la París-Roubaix!». Contador se orientó bien sobre el pavés, territorio desconocido. Hostil para sus apenas 60 kilos. «Al principio de etapa iba incómodo. Me molestaban los golpes de la caída del lunes. Andaba fastidiado muscularmente, de los tendones». Con esa duda física ingresó en el primer tramo de pavés. Flotó sobre el brillo fino del pavimento. «Noté que iba superbien». Ya en el cuarto tramo, el punto clave, sufrió los efectos colaterales de la caída de Frank Schleck. «Me queda ese mal sabor de boca. Ese incidente me obligó a frenar y sacar el pie del pedal. Tardé casi 40 segundos en volver a coger el ritmo», cuenta. «Podía haber estado con Andy Schleck». Esto es, a rueda del mejor ciclista pedestre: Cancellara.
«Hice mi carrera»
En su página web, Contador ha colgado una fotografía del quinto tramo de pavés. Aparece él, rodando solo por la izquierda. De su tubo de escape sale una nube de polvo. Detrás, por el centro de la calzada, se ve al grupo de Wiggins, que ha perdido la estela del madrileño, potente, a gusto sobre las baldosas. «No sabía cómo iba en ese momento la carrera. La radio no funcionaba. Así que hice mi carrera». Se quedó en tierra de nadie y acertó en la decisión: esperó. Luego atrapó el vagón en el que iba Armstrong. Y allí le dejó cuando el americano pinchó una rueda. El texano había arriesgado con el material: tubulares de 23 milímetros, en lugar de 24; ruedas de perfil alto, más veloces pero demasiado duras para rodar sobre piedras...
«Estoy contento con la clasificación general que hay tras estos días», resume Contador. Ocupa la novena plaza, a 1 minuto y 40 segundos de Cancellara. Evans le saca un minuto y Andy Schleck, 31 segundos. «Me quedo con las buenas sensaciones que he tenido y con que la mayoría de mis rivales están por detrás». Tiene delante a un compañero: Vinokourov, octavo en la clasificación. Contador iba con él en el pavés, pero le frenó la rueda trasera. «Di un llantazo y la rueda empezó a rozar con el freno». En los dos últimos kilómetros, Vinokourov tiró del grupo de Contador, que no pudo seguirle. «La rueda rozó todavía más. Era imposible. Vinokourov no vio que me quedaba y, como no funcionaba la emisora, no pude avisarle». Ahí se dejó 20 segundos. Si hubiera levantado el brazo para pedir recambio, los jueces le habrían dado el mismo tiempo que a Vinokourov y Wiggins (estaba dentro de los tres kilómetros finales).
Esa pérdida le duele, más que el moratón que decora su rodilla izquierda. Lo mira y se le escapa un gesto de dolor. Es el legado del brusco giro que le salvó de caerse con Frank Schleck: «Andy notará su ausencia. No sólo en carrera, sino también en el hotel. Es su hermano, su compañero de habitación, su apoyo...». Contador ya sabe lo que es correr un Tour solo. El de 2009.
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