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La Vuelta a Suiza se cae
Ciclismo

La Vuelta a Suiza se cae

Cavendish y Haussler se chocan y convierten en una trinchera el sprint de la ronda helvética, donde gana Petacchi y se libra Freire

J. GÓMEZ PEÑA

Miércoles, 16 de junio 2010, 10:59

Setenta kilos de músculo presionando sobre los 600 gramos de una rueda de carbono. Así es un sprint. Un ejercicio para locos. Para tipos que cierran los ojos y saltan hacia delante: camicaces. Así pasó ayer en la cuarta etapa de la Vuelta a Suiza. Cavendish, el británico veloz, apretó el manillar con la pancarta ya a tiro. Poderoso, con la barbilla baja y tirándose instintivamente hacia el centro de la carretera. Por allí circulaba Haussler, alemán y su rival hace dos años en la Milán-San Remo. Ayer volvieron a cruzarse. Ellos y sus ruedas. Cavendish se inclinó hacia la izquierda y Haussler le pisó la rueda delantera. La dobló. La leve y dúctil fibra de carbono. Detrás de ellos se cayeron Ciolek, Boonen y Mondory. Por la vallas les pasó Petacchi, ganador de la etapa, y por el medio de la caída masiva se libraron Freire y su capacidad única para buscar la salida de cada laberinto.

La etapa más tranquila acabó en una trinchera. Los 192 kilómetros entre Schawarzanburg y Wettingen arrancaron con una fuga sin esperanza, la de Brice Feillu. Solo ante el paisaje suizo. Perdido. Su intento fue una anécdota al llegar, a 20 kilómetros del final, un puerto de tercera. El equipo Columbia tenía anotada la fecha para conservar el liderato de Tony Martin y para imponer el sprint de Cavendish. El chico rápido de la Isla de Man, el lugar donde se celebra la carrera de coches más mortal del mundo. Un manicomio sobre ruedas. De ahí viene.

Heridas de Haussler

Cavendish, el mejor velocista del pasado Tour, salió a por la victoria. Era un sprint de ilustres: Petacchi, Freire, Boonen, Ciolek... Un ensayo para lo que aguarda en el ya cercano Tour. Los esprinters no frenan. Boxean. Pedalean con codos. Y se mueven de lado a lado del ring. Cavendish, situado en cabeza, se fue de la derecha al centro. No mucho, pero lo suficiente para cruzarse con el ímpetu de Haussler. Entre los dos iniciaron el dominó que se desplomó sobre el asfalto. Al final, todo se quedó en un catálogo de arañazos. A Haussler le sangraba un relámpago rojo desde el codo. Tenía en la espalda las heridas producidas al caerse sobre la emisosa. Paradoja: dicen que la radio es para evitar riesgos. Ayer golpeó a su protegido.

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