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MARÍA JOSÉ TOMÉ
Jueves, 3 de junio 2010, 10:36
Bernat Joan, secretario de Política Lingüística de la Generalitat de Cataluña, respaldó ayer al que fuera su homólogo vasco en la pasada legislatura, Patxi Baztarrika, en la presentación en Bilbao del libro 'Babel o barbarie', editado con la colaboración de Euskaltzaindia y el Ayuntamiento de la capital vizcaína. El dirigente de ERC comparte las tesis de Baztarrika de lograr amplios consensos para alcanzar el bilingüismo -aunque cree que es «imposible sin imposición»-, y considera que atender a los ciudadanos en las dos lenguas oficiales «es una cuestión de calidad del servicio», además de responder «a uno de los muchos derechos que asisten al consumidor: el lingüístico».
- ¿Babel es riqueza o confusión?
- Es riqueza, sin duda. Ha cambiado mucho la sensibilidad respecto a la pluralidad lingüística, que hoy en día se valora de forma muy mayoritaria.
- En su libro, Patxi Baztarrika aboga por eliminar cualquier sectarismo y resguardar la lengua de la manipulación política. ¿Cree realmente que es posible evitar que la cuestión lingüística sea utilizada como arma arrojadiza entre partidos?
- Estoy absolutamente de acuerdo con Patxi Baztarrika. Es cierto que es muy difícil sustraer la lengua del debate político, pero es muy irresponsable utilizarla en la confrontación cotidiana entre partidos. La lengua debería formar parte de un consenso amplio para alejarla de esas miserias cotidianas.
- ¿Cuál es su receta para conseguir un bilingüismo real?
- La primera cuestión es que se debe trabajar mucho para eliminar prejuicios lingüísticos. Suponer que una lengua es más importante que otra, que una es más apta que otra para expresar determinados conceptos... La jerarquización es desastrosa y contraproducente.
- ¿También lo sería jerarquizar la lengua más débil respecto a la más fuerte?
- En este caso es lógico por una cuestión compensatoria. No se puede poner en las mismas circunstancias a una lengua que ha contado históricamente con el Estado, el poder, el sistema educativo... con otra lengua que durante la mayor parte de su historia ha contado con una actitud de indiferencia o de oposición. Se deben de poner medidas que corrijan esas desigualdades.
- ¿Es posible normalizar una lengua sin imposición?
- Es absolutamente imposible, lo que ocurre es que cuando está normalizada no se percibe como imposición. Si existe esa percepción, es que la lengua está en una situación más débil. Por ejemplo, nadie en Orleans piensa que le están imponiendo el francés, aunque sea un refugiado kosovar que acaba de llegar y no tiene ni idea de francés.
- Esa imposición también genera rechazo. ¿Cómo gestionarlo?
- Es muy complicado, lo que hay que hacer es trabajar porque las medidas de tipo lingüístico tengan un consenso amplio. En el caso de Cataluña lo hemos encontrado, alrededor del 90% del arco parlamentario está de acuerdo en estas cuestiones.
- Aquí, en Euskadi, la asignatura pendiente es el uso social del euskera. Se conoce pero no se habla mucho.
- También ocurre en Cataluña. Para que se desarrolle el uso social deben cambiar cosas que forman parte más de la estructura profunda de la sociedad y tienen que ver con los hábitos, las costumbres, con actitudes inconscientes... Hay que hacer un trabajo muy importante de pedagogía. En Cataluña existe la posibilidad de funcionar más en catalán de lo que se hace ahora y en euskera imagino que también.
- Me sorprende que diga eso, porque existe la percepción de que el uso del catalán es prácticamente universal en Cataluña.
- La posibilidad de hablar catalán es muy mayoritaria, pero el uso social no lo es tanto y es una de las cosas más problemáticas ahora mismo. Tenemos esperanzas razonables de que la cosa vaya bien: por ejemplo, es más habitual que una persona hable catalán con su pareja o sus hijos que con sus padres o que parejas que hablan entre ellas en castellano se dirijan en catalán a sus hijos
- ¿Cree que es posible conciliar la normalización de una lengua con el derecho o la opción de una parte de la población a vivir sólo en una de las dos lenguas oficiales?
- Depende. Uno, como ciudadano, puede elegir la lengua que prefiera en el ámbito privado y a la hora de relacionarse con la Administración. Hay cuestiones en las que los poderes públicos no podemos interferir: nadie puede decir a unos padres en que lengua deben educar a sus hijos. Pero cuando una persona ejerce una función pública no puede prescindir de una de las dos lenguas oficiales. Por ejemplo, las personas que tratan con el público deben procurar que la gente sean atendida en las dos lenguas oficiales.
- Precisamente, el Gobierno vasco acaba de desactivar un decreto que obligaba a los comercios a rotular y atender en euskera, similar al que existe en Cataluña y que sanciona su incumplimiento. ¿Cómo se adaptó el sector catalán?
- Hubo un consenso muy amplio. En general, se acepta que se sirve mejor a los clientes si pueden ser atendidos en catalán o castellano, que si lo hacen sólo en castellano. Lo entendemos como una cuestión de calidad por parte de las empresas, que cada vez más asumen que un buen servicio pasa por atender a los clientes en su lengua habitual. A la Administración, por nuestra parte, nos toca preservar los derechos de los consumidores y uno de ellos es, a mi modo de ver, ser atendido en las dos lenguas oficiales.
- ¿Entiende que haya padres que consideren que se vulnera su derecho a escolarizar a sus hijos en castellano?
- Aquí hay un problema de distorsión de óptica. Si en un país hay dos lenguas oficiales y alguien sólo conoce una, está en situación de desventaja. En el caso de esos padres, que supongo lo hacen con la mejor de las intenciones, les diría que está sustrayendo a sus hijos un instrumento que van a necesitar para desenvolverse en la sociedad.
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