

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
J. GÓMEZ PEÑA
Viernes, 9 de abril 2010, 10:18
Al ciclismo español se la han olvidado los maravillosos años sesenta. La memoria histórica pasa directamente del duelo de los cincuenta entre Loroño y Bahamontes al enfrentamiento Ocaña-Fuente de los setenta. En medio, deja un par de párrafos para Julio Jiménez, el 'relojero de Ávila', el escalador que pasó primero por el Ventoux el día que cuatro kilómetros más abajo murió Simpson, el pícaro que en plena etapa paraba en los bares y se llevaba sin pagar un puñado de botellines: «¡Que pague Bergareche! (director de la Vuelta) o Torriani (Giro) o Goddet (Tour)», se escuchaba entonces. Aún era un ciclismo de hambre y sed. A Julio Jiménez le falta un diente, partido al abrir a bocados una de aquellas botellas cogidas 'a crédito'.
También queda algún recuerdo de Pérez Francés, cántabro y catalán. Guapo, impetuoso y mal patrón. Pudo ganar el Tour de 1963 (acabó tercero) y venció en la etapa de Barcelona de la edición de 1965. Tan rendido llegó que no vio ni a su madre en una acera del Poble Sec. Los ciclistas eran entonces ídolos populares y, a la vez, una plaga para los hosteleros. Como cuenta el libro 'Locos por el Tour', algunos corredores llevaban berbiquíes en las maletas para agujerear las paredes de la habitaciones y robar la intimidad de las vecinas de hotel.
Entre el Tour de Bahamontes (1959) y el de Ocaña (1973) también lo tuvieron cerca Momeñe, San Miguel, Julio Jiménez y Pérez Francés. No ganaron y, a unos más y a otros menos, el olvido les cubrió. De ese paréntesis del ciclismo español es Fernando Manzaneque, jornalero del Campo de Criptana, juerguista, ciclista nocturno y líder un rato del Tour'61. Un tipo rural, como Antonio Gómez del Moral (Cabra), que ganó un Tour del Porvenir durante un permiso en el servicio militar, entonces intocable. Al bajar del podio, volvió al Sáhara, al Sidi Ifni. Allí se entrenaba a vueltas por el aeródromo, los cuatro únicos kilómetros asfaltados del territorio.
Ciclismo y cantera
Un vizcaíno, rubio y de Ispaster, ganó la Vuelta'66: Gabika. Uribezubia se tragó dos pollos enteros antes de la contrarreloj de la Volta a Cataluña de 1961. Sagarduy, de Galdakao, batió en una Subida a Arrate al mismo Bahamontes. Y Mariano Díaz, vencedor del Tour del Porvenir 1965, se hizo ciclista pedaleando a diario hasta la cantera de Villarejo de Salvanés. «El ciclismo y la cantera son igual de duros, aunque la cantera es peor porque siempre se cobra lo mismo. Necesito dinero para llevarlo a casa, somos once de familia», dejó dicho.
Hay muchos más: Aurelio González (Trucíos), que se llevó la montaña del Tour'68; el vizcaíno Gandarias, quinto en la Grande Boucle de 1969; el navarro Carlos Echevarría, al que 'hurtaron' un Dauphiné en favor de Poulidor; Argelino Soler, valenciano y ganador más joven de la Vuela a España (la de 1961, con 21 años)... Cuentan que, tras ver cómo una riada se llevaba el negocio familiar, quiso ser guitarrista y boxeador. Y acabó de ciclista, después de huir a pedales durante años de las pedradas de una banda rival. Correr y sufrir o sólo sufrir. Fácil elección: a correr.
Tragedias
Ejemplo de aquel olvido es el ganador de la Vuelta al País Vasco que cerró la década desmemoriada: el gallartino Pedro Luis Santamarina, vencedor en la edición de 1970. Aún escucha a veces que Julián Gorospe es el primer ganador vasco de la ronda. Y hasta tuvo que repetir su apellido a algún hincha en su tienda de bicicletas de Portugalete: «Santamarina, no Santamaría».
Corrió cinco Tours, ganó dos etapas en la Vuelta y una en el Giro, y fue campeón de España el día de 1967 que otro vizcaíno, Valentín Uriona, se dejó la vida en aquella carretera de Sabadell. Había algo de trágico en aquel ciclismo: un coche aplastó al burgalés Talamillo en la Nochevieja de 1965; un año antes, a Juan Campillo lo había matado un camión. Dicen que le vieron taparse la cara con el abrigo y arrojarse. No hacía mucho que otros dos ciclistas, Raúl Motos y Joaquín Polo, habían fallecido en la Vuelta a Portugal por algo que hoy suena imposible: de sed.
Bronca monumental
A Santamarina, en cambio, casi le tumba el exceso de comida en la ronda vasca de 1970. Había discutido con Manzaneque, su director en el Werner, tras retirarse en la clásica de Amorebieta. Casi se lían a tortas. A tanto llegó la bronca que Santamarina se largó a casa. Durante dos días se olvidó de la bicicleta. «Comí alubias y de todo». El caso es que Manzaneque fue a buscarle para disputar la Vuelta al País Vasco, que arrancaba sólo 24 horas después de su última comilona. La primera etapa salió de Eibar por la cuesta de Elgeta. Ufff. Resoplaba. «Tuve que pedir unas tijeras porque el culotte me apretaba», contó Santamarina. Soportó el ritmo y el sobrepeso. La digestión posterior fue ya mucho mejor.
En la segunda etapa (Bilbao-Vitoria) se hundieron Janssen, Gabika y Echeverría. Janssen, la estrella del momento, se vengó un día después, en Logroño, a tiempo para ganar la etapa pero sin margen ya para la Vuelta. Esa tarde, en el sector contrarreloj, Santamarina se vistió de líder. Tres días después de los atracones. Resistió durante las dos etapas restantes las ráfagas del KAS de Langarika, director de Gandarias; Gáldos, Gabika, López Carril, Zubero, Elorza, Echeverría, Gómez del Moral y de Gónzález Linares, el joven cántabro que ya anunciaba el inicio de otra era. A todos los pudo entonces Santamarina. A todos, menos a la mala memoria.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Los libros vuelven a la Biblioteca Municipal de Santander
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.