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Buen escalador y con punta de velocidad. :: J. A. MOMEÑE
El vizcaíno que pudo ganar el Tour
Retratos de una carrera

El vizcaíno que pudo ganar el Tour

José Antonio Momeñe terminó cuarto en 1966, frenado por la táctica de su propio equipoNació en 1940 en La Arena (Zierbena), meta ayer de la Vuelta al País Vasco, que cumple ya 50 ediciones

J. GÓMEZ PEÑA

Martes, 6 de abril 2010, 10:55

Una vez le preguntaron a José Antonio Momeñe sobre el tipo de ciclista que era. Y respondió: «Sufro en todos los terrenos». Así fue cuarto en la general del Tour 1966, quinto en la Vuelta a España de ese año, ganador de etapas en el Giro, el Tour del Porvenir, el Dauphiné…, e integrante de aquel equipo KAS que arrasaba en la clasificación por escuadras de la Grande Boucle. No es mal palmarés para un 'sufridor'.

Nació en el mejor lugar, pero en el peor momento: en La Arena, frente a ese paisaje pletórico que forman la marisma y la playa de Zierbena, salida ayer de la Vuelta al País Vasco, que celebra sus 50 ediciones. Lo malo es que vino al mundo en 1940, justo tras la Guerra Civil, con el país en barbecho y la postguerra en un plato vacío. «¿Cómo fue la infancia? Pues dura. Éramos tres hermanos en casa y nos dedicábamos a la labranza, al ganado. Nos defendíamos», cuenta hoy Momeñe, que ya se arrima a los 70 años. Pronto aprendió la clave de su profesión: sufrir. «Empecé a trabajar antes de tiempo», recuerda. A los trece años ya se manchaba las manos en un taller mecánico de Somorrostro. Hasta allá iba en bicicleta. Qué remedio. Qué vocación. Su tío Germán había sido atleta y era su modelo. Cuando entró como mecánico en un taller de Bilbao, también fue la bicicleta su transporte. «Por la tarde, al acabar la tarea, volvía a casa por Amorebieta y subía Sollube». Ensayaba sin saberlo las victorias que le esperaban.

Quería ser ciclista. Aunque eso cabreara al padre. Dos piernas dedicadas a la bici eran dos brazos menos en el campo. «Tenía que entrenarme a escondidas». Imposible tapar su talento. Pese a tratar de ocultarlo, los periódicos comenzaron a contar sus triunfos: en Barakaldo, en la Vuelta a Plentzia, en Elorrio… Momeñe, menudo de talla y elegante de planta, era rápido, de piernas sólidas y olfato para cazar etapas. Y sabía sufrir de sobra. Cuando hacía falta una pieza de recambio para la bicicleta, pedaleaba hasta Francia, mochila a la espalda, para comprarla. Rodando de sol a sol. «Y si había carrera en Santander, salía por la mañana en bici, iba, ganaba y, tras recoger el premio, media vuelta y a casa», recuerda su hijo Álvaro.

Los niños de postguerra tenían bien atornillada la capacidad para salir adelante. «Mi padre, por lo que le tengo oído a él y a los que corrieron con él, pudo ganar un Tour, pero entonces al KAS lo que le interesaba era llevarse la clasificación por equipos. No le ayudaron. Ni a él, ni a Gregorio San Miguel, que también terminó cuarto un Tour». Álvaro ha heredado ese lamento, el de José Antonio Momeñe, el extraordinario ciclista que nació en La Arena, junto a la carretera que lleva al barrio de La Cuesta. Mar y monte. Un todoterrero, capaz de sufrir donde haga falta. «La bicicleta me sirvió para alejarme del trabajo con el ganado». Hoy, los deportistas recurren a psicólogos para motivarse. Entonces, bastaba con huir de la pobreza. De la labranza y del buzo del taller. Momeñe eligió otra vida y se vistió con los maillots de Comercial Basconia, Espumosos Merodio, Lube, Anís Piquio, KAS, Fagor y Werner, sus equipos.

La edición de 1969

Con el KAS estuvo en la Vuelta al País Vasco, que ahora festeja sus bodas de oro. La Guerra Civil dibujó de gris el paisaje infantil de Momeñe y también puso fin a la primera era de ronda vasca, que no volvió hasta 1969. Momeñe estuvo en aquella edición con los colores del Fagor. Había dejado el KAS por sus desencuentros con Dalmacio Langarica, el mítico director. Aquello era un duelo de peso. Pesados. El Fagor tenía a Momeñe, Errandonea, Gabica, Eusebio Vélez, Mariano Díaz, Galera, López Rodríguez, Santamarina y Luis Ocaña. El KAS, a Echevarría, Gandarias, Gómez del Moral, Aurelio Gozález, Nemesio Jiménez, San Miguel, Zubero, López Carril y Lazcano. Tremendas plantillas. Sólo hubo otros dos equipos: uno era el Bic de Anquetil, Pérez Francés, Echávarri, Wright y Johnny Schleck, padre de los hermanos Schleck; la cuarta escuadra fue el Mercier de Poulidor. No hacía falta más para copar las cunetas de la primera de las cinco etapas: Eibar-Vitoria, de 185 kilómetros. Bartali y Cañardo, entonces ya viejas glorias, cortaron la cinta. Ocaña y Poulidor subieron en cabeza Urkiola. El país estaba de luto oficial por la muerte de la reina Victoria Eugenia; en el teatro Campos Elíseos daban 'Abuelo madre in Spain', con Paco Martínez Soria, y los periódicos anunciaban la oferta de un casa señorial en Las Arenas, en el muelle, con terraza al mar, jardines y tres plantas. En total, cuatro millones de aquellas pesetas. En la meta de Vitoria se impuso Wrigth, que había estado en fuga con Momeñe.

La segunda etapa salió desde la sombra de la plaza de toros de Vitoria. Se sospechaba el olor a sangre. Y hubo guerra a manta. En el descenso de Lizarraga, se largaron San Miguel, Gabica, Mariano Díaz, Galera, Castelló y Jacques Anquetil, el ciclista de seda. El mito francés ya tenía 35 años y se acercaba a su retirada, pero mantenía su estela. Esa tarde ganó la Vuelta. Ocaña y Poulidor le apretaron al día siguiente en Jaizkibel. Y los dos, el conquense y el 'limousin', pudieron con Anquetil en los 43 kilómetros contrarreloj entre Gernika y Bilbao, pero la ventaja ahorrada en la fuga de Lizarraga le bastó al 'gran Jacques'. Momeñe, que trabajó para Gabica (segundo) y Mariano Díaz (tercero), acabó decimonoveno. Anquetil y él colgaron la bicicleta aquella temporada, la que inició la fase moderna de la Vuelta al País Vasco y despidió al vizcaíno que una vez pudo reinar en París.

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