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J. GÓMEZ PEÑA
Martes, 6 de abril 2010, 12:24
Zierbena es un puerto pesquero, de marisquerías y tapas de mejillón. Tiene playa y marisma. Pero no es sólo lo que parece. También tiene millones de metros cúbicos de hormigón que le han quitado espacio al mar. Y refinería. Y térmica. Y las hélices metálicas de los aerogeneradores. Y decenas de tanques de combustible. Y fumarolas que no paran. Aquí todo, hasta el paisaje, cambia con sólo girar el cuello. Quizá por eso, en Zierbena la primera etapa de la Vuelta al País Vasco no fue nunca lo que se presumía: ganó al sprint Óscar Freire, descalificado luego en una rigurosa decisión arbitral por cerrar a Valverde, que entró cabreado y acabó sonriendo con el ramo de flores al aire.
Y Samuel Sánchez, el líder esperado, el que parecía llamado a dominar la ronda, la perdió en sólo un kilómetro de rampa en Las Calizas. Un asturiano perdido en las minas. Cedió más de minuto y medio, una distancia que su director, Igor González de Galdeano, tradujo en una palabra: «Irremontable». Samuel parecía el patrón del Euskaltel-Euskadi, que ahora queda en manos del brillante Intxausti, el tipo más feliz ayer del equipo que peor lo pasó. Las dos caras de Zierbena. Mar y humo.
La escapada del día (Meier, Klimov, Pedersen, Martin, Rabuñal y Carrasco) duró mucho. El luto por ella fue breve. Aguantaron por Cobarón, Humaran, el primer paso por La Reineta y se esfumaron en el último puerto, en el muro de Putxetas y las rectas pinas de Las Calizas. Tierra vizcaína de galerías, de mineral. De barrenadores y detonaciones. Al suelo, que llueven piedras. Horner, el americano que vivió un tiempo dentro de un autobús, dinamitó la subida. Gesink y Frank Schlek le dieron mecha. Las Calizas se convirtió en una soga. Sólo una decena se soltaron de ese nudo: Horner, Gesink, Schlek, Valverde, 'Purito' Rodríguez, Van den Broeck, Le Mevel... y dos gregarios de Samuel Sánchez, Beñat Intxausti y Velasco. Entonces se produjo el primer giro de cuello de la etapa. «Creía que 'Samu' venía detrás. He mirado y no le he visto», contó Velasco. No estaba, se retorcía desfallecido. Intxausti, mientras, se exhibía en la ascensión. Ante la mirada de la zona minera, se confirmó. Crece rodeado de las mejores señales. Ya era el líder de su equipo.
Ciclista camaleónico
De la Vuelta, en cambio, el patrón comenzaba a parecerse a Alejandro Valverde. Ganar carreras es su manera de luchar contra el proceso sancionador por dopaje que le persigue. En Las Calizas hizo recuento y descontó a Samuel, su gran rival en esta edición. Y aceleró. Sintió directamente en la piel la agitación furiosa del viento que venía del mar. Quedaban veinte kilómetros hasta las dos Zierbenas, la de los intestinos metálicos de la refinería y la de La Arena. Es un ciclista camaleónico: esprinta, sube, hasta vence contra el reloj... Tanto da. Vive pendiente de que la UCI le impida competir. No sabe el tiempo que aún podrá correr, así que corre más que nunca. Tiró hacia la meta. Quería alejar a Samuel y también a Freire, que venía a sólo unos segundos. Dos batallas. Ganó la primera y perdió la segunda, aunque luego los jueces le dieron también esa victoria.
Más que avanzar, el sprint se movió. Freire notó en las chimeneas el enfado del viento. De cara. Gesink, su compañero, le ayudó lo que pudo. Después, el tricampeón mundial se bastó solo. Es su método: el sprint como cuestión personal. El aire silbaba por la derecha y él se escoró hacia la izquierda. «No he visto a nadie a mi costado y he ido a ese lado», argumentó. Nunca tuvo una sombra cerca. Y se ciñó a la valla. Valverde, que trataba de colarse por ahí, protestó, gesticuló y perdió. Su equipo, el Caisse d'Epargne, presentó una reclamación. Y los árbitros le dieron crédito. Un penalti riguroso. De ésos que no siempre se pitan.
Freire corrió a ver el vídeo. Discutió con los jueces de la carrera. Le cambió la cara. Sabía que su sprint no había sido ejemplar, pero que así es la guerra de la velocidad. Un fotógrafo se le arrimó y le enseñó una toma frontal de la llegada: él y Valverde. Miró y exclamó: «¿Y no podía haber pasado por ahí?». Chasqueó los labios y después se largó. Fue su victoria más efímera. Duró un cuarto de hora. Será para siempre de Valverde. En Zierbena, el pueblo con cara y cruz, al murciano todo le salió de cara. Suya es ya la etapa que pareció de Freire y suyo es el liderato que parecía destinado a Samuel.
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