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ENRIQUE MÜLLER CORRESPONSAL
Miércoles, 24 de febrero 2010, 10:12
La Biblia desafía a todo aquel que esté libre de pecados a tirar la primera piedra. Hasta la noche del sábado pasado, la obispa de Hannover, Margot Kässmann, era una mujer capaz de tirar piedras y dueña de una autoridad moral que la convirtió en una persona respetada para unos 25 millones de fieles de la Iglesia Evangélica alemana y para muchos políticos. Esa noche, la también presidenta del Consejo de la Iglesia Evangélica, cometió un pecado de lesa humanidad que la convirtió en protagonista de un inédito escándalo.
Cuando regresaba a su hogar conduciendo su vehículo oficial, un lujoso Volkswagen Phaeton, la obispa fue detenida por la Policía tras saltarse un semáforo en rojo. El estado de la mujer despertó las sospechas de los agentes, que de inmediato procedieron a someterla a un test de alcoholemia con un resultado revelador. Kässmann dio una tasa de 1,3 miligramos de alcohol en sangre, cuando el máximo permitido es de 0,5. La patrulla le retiró de inmediato la licencia de conducir y llevó a la obispa a una comisaría. «Sólo he bebido una copa de vino», se disculpó.
Pero ayer, la Fiscalía de Hannover elevó el nivel de alcohol en la sangre de Kässmann a 1,54 miligramos, un nivel que la convierte casi en una delincuente y que la obligará a dar explicaciones ante el juez. «Estoy asustada de mi misma por haber cometido un error tan grave», admitió la obispa al periódico 'Bild', el primero en enterarse del 'pecado'. «Soy consciente de lo peligroso e irresponsable que es conducir bajo los efectos del alcohol y por supuesto que asumiré las consecuencias legales», añadió.
Con ese nivel de alcoholemia, la mujer deberá renunciar a su carné durante un año y pagar una multa que asciende a un salario mensual. Existe incluso la posibilidad de que sea obligada a realizar un nuevo examen de conducir. El castigo pasaría desapercibido si el protagonista fuera cualquier ser humano que comete la imprudencia de conducir borracho, pero para la obispa el escándalo tiene una connotación diferente.
Hace un año, Margot Kässmann recomendó a sus compatriotas que respetaran el ayuno promovido para estas mismas fechas por la Iglesia protestante y aseguró que ella dejaba de beber alcohol durante siete semanas. Peor aún, este año dicho movimiento religioso no sólo recomendó el ayuno, sino que sugirió que un buen cristiano debía renunciar a ver la televisión, a comer dulces, al tabaco, al sexo y, por supuesto, a las bondades del alcohol y al placer de conducir.
Ayer, un portavoz de la Iglesia Evangélica señaló que la obispa había cancelado todas sus actividades públicas, no daría entrevistas, pero que seguía trabajando en su despacho con toda normalidad. Entretanto, decenas de fieles entrevistados en los programas informativos de las distintas cadenas de televisión no se mordieron la lengua y exigieron la renuncia de la mujer. «Ya no tiene autoridad moral para pedir a los demás que hagan algo que ella misma no es capaz de respetar», fue el comentario general de los encuestados.
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