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XABIER GURRUTXAGA
Viernes, 19 de febrero 2010, 04:06
Aprincipios de 1994 el primer ministro John Major se negó a contestar las llamadas telefónicas que Bill Clinton le realizó durante dos semanas. Estaba furioso porque el presidente americano garantizó a Gerry Adams el logro del visado para visitar Estados Unidos y explicar a lo largo y ancho del país su hoja de ruta para que el péndulo del movimiento republicano pasara lenta y progresivamente del IRA al Sinn Féin. El primer ministro británico y los unionistas del Ulster no podían entender cómo Clinton se podía dejar deslumbrar por la retórica del nuevo líder republicano, sin tener para nada en cuenta que el Sinn Féin y el propio Adams seguían estando subordinados al IRA. Le reprochaban además que esta organización en ningún momento hubiera dado muestras de querer abandonar la violencia.
A la vista de lo que ha sucedido en Irlanda del Norte estos últimos quince años, está claro que los que se atrevieron a allanar el camino al Sinn Féin para que pudiera encontrar su sitio en la política democrática estuvieron acertados, aunque los riesgos asumidos fueron muy importantes, pues a la vista estaba que no tenían garantías suficientes que les aseguraran un final feliz. Cuando John Hume, Albert Reynolds, Bill Clinton y Tony Blair, entre otros, confiaron en la determinación de la dirección del Sinn Féin para sacar al movimiento republicano de la espiral de la violencia, no lo hicieron porque Martín Mc Guinness les hubiera garantizado que el IRA iba a cesar para siempre en la actividad terrorista.
Sencillamente, habían seguido de cerca la evolución operada en el nacionalismo republicano y examinado sus reflexiones en torno a la necesidad de situar a este movimiento en claves exclusivamente políticas. El camino ni estaba prefijado de antemano ni la ruta iba a ser lineal. Los riesgos para que el péndulo republicano volviera o se quedara en el lado del IRA o a sus órdenes no habían desaparecido.
Viene esto a cuenta de las conclusiones del debate llevado a cabo en la izquierda abertzale y las valoraciones que se han realizado sobre las mismas. En esta vida tan peligroso es ver demasiado -hasta lo que no existe-, como tratar de no ver y por lo tanto ignorar y rechazar lo que es un hecho objetivo. Incurren en el defecto primero quienes entiendan que con este debate la izquierda abertzale ha zanjado la cuestión sobre cómo se pasa de una situación con ETA a otra en la que esta organización no exista. Más grave sería el error si de las conclusiones alguien dedujera que ETA acepta su disolución, sin más. Pero incurren también en error grave quienes no queriendo ver la realidad, niegan cualquier evolución en la izquierda abertzale, en razón a que en sus conclusiones no se pide a ETA que cese en la violencia.
Desde mi punto de vista la evolución es manifiesta. La izquierda abertzale ha interiorizado, como nunca, que la estrategia político-militar les ha conducido a un callejón sin salida. Han reflexionado, por primera vez en serio, sobre la necesidad urgente de tomar decisiones de calado que hagan que el péndulo oscile de ETA a la izquierda abertzale y se quede ahí. Pero lo más importante de esta nueva estrategia reside en su unilateralidad. Es decir, que su propuesta no es la consecuencia de un cambio de cromos en una negociación con agentes externos, sino el resultado de una necesidad interna, la de su propio proyecto político, que les exige liberarse de la dictadura de la violencia. El valor añadido de estas conclusiones reside en que, por fin, la izquierda abertzale ha entendido que la pelota está en su tejado, que es ella la que tiene que poner el cascabel al gato. Esta es la verdadera razón de su reflexión, aunque su relato no lo parezca.
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