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IÑAKI ESTEBAN iesteban@diario-elcorreo.com
Martes, 9 de febrero 2010, 10:16
Si algo queda claro nada más entrar a la muestra, cuando se ve un bodegón con una botella en una mesa y un racimo de uvas, una pera y una rosa colgados de la pared, es que Alberto Schommer es mucho más que el retratista de los personajes más influyentes del final del franquismo. Basta merodear por las dos primeras salas del Museo de Bellas Artes de Bilbao, y ver las fotos de sus inicios, para darse cuenta del lugar que ocupan en su trayectoria los paisajes, la creatividad en el planteamiento de situaciones, la fotografía social y la experimentación con la luz.
La retrospectiva de la obra de Schommer, patrocinada por la BBK y que concluirá el 6 de mayo, reúne 100 obras que van desde las primeras imágenes sobre la nieve de Vitoria, donde nació en 1928, hasta las últimas instantáneas en el metro de Madrid, la ciudad en la que vive desde 1965. Toda la muestra revela el tesón de un hombre que quiso situar la fotografía en el terreno del arte.
Después de la presentación del director del museo, Javier Viar, fue el propio Schommer quien tomó la palabra y sintetizó su trayectoria como la de «un pintor, medio arquitecto, que hizo películas y al final se dio cuenta, al ver las obras de Irving Penn, de que tenía que ser fotógrafo». «He dado todo lo que podía dar -añadió-. He puesto todo mi esfuerzo, interés e ilusión, y también mis miedos, en escuchar ese 'crack' que te dice que hay que hacer algo nuevo y diferente, algo que a veces no entiendes y que sólo llegarás a comprender trabajando».
El artista vitoriano reconoció sus deudas no sólo con Penn, sino también con William Klein y Richard Avedon, fotógrafos a los que no ha copiado sino con los que ha ido «de la mano». Schommer no ha parado desde aquellas fotos que sacaba para retener las imágenes que luego quería pintar. Ahora ha vuelto a las calles para captar su movimiento y, a sus 81 años, piensa en cómo conseguir financiación para hacer dos reportajes, uno en China y otro en Brasilia, la ciudad diseñada por Oscar Nienmeyer, que él ve como una interesante encrucijada entre «los factores arquitectónicos y humanos». «También me gustaría hacer Mali, si me aseguran que no me van a secuestrar», agregó.
La exposición comienza con una mesa en la que se exhiben sus libros, un formato en el que él se ha expresado con comodidad desde finales de los setenta, cuando publicó 'El grito de un pueblo', espejo de su visión sobre el País Vasco.
Persuasión
Sobre las paredes de la primera sala cuelgan sus primeras fotos sobre Vitoria, que dan paso a unos retratos de una familia gitana al lado de su chabola, y a unos experimentos con las entradas de luz en los espacios fotografiados. Al pasar al siguiente tramo se reconoce al Schommer de los retratos psicológicos, de Rafael Alberti o de José Luis Aranguren, su serie más conocida, la que dio notoriedad pública y un lugar irremplazable en la fotografía española. A los lados, la serie de los paisajes negros, secos y duros, como si estuvieran quemados; y más allá, las cornisas de Madrid y los rascacielos de Nueva York, la celebración de la ciudad.
La muestra recoge su faceta más imaginativa, sus montajes e ilusiones fotográficas realizadas mucho antes de que existiera el ordenador, así como intento de llevar la foto a las tres dimensiones arrugando y haciendo cubos con el papel ya impreso con la imagen.
El comisario de la exposición, Alejandro Castellote (organizador también de Getxophoto) recordó los orígenes de Schommer, cuando el mismo hecho de acercarse a Irving Penn y a su poder visual resultaba en España «una apuesta difícil y arriesgada». Castellote le definió como «un fotógrafo total, en lo personal, en lo profesional, en la creación y seguimiento de tendencias y en el uso de soportes, todo ello guiado por un ideal de humanidad que ya se percibe en los primeros escritos».
En este mismo sentido se pronunció Schommer al recordar cómo el libro 'La familia del hombre' de Edward Steichen, reflejo de una muestra sobre la singularidad de los seres humanos en sus circunstancias concretas. «Necesito que todo vaya bien, lo necesito vitalmente, pero eso no es lo que veo ahí fuera», confesó al explicar uno de los motivos de su obra, la insatisfacción con la realidad.
Las cien obras expuestas en la sala BBK del museo resaltan la originalidad de un itinerario tan diverso como las preocupaciones del fotógrafo, retratista del poder económico y político, pero también de los marginados y las personas anóminas del metro, que en la fotografía el arte del futuro.
Quienes le han visto trabajar aseguran que una de las claves de su obra está en su poder de persuasión, en la forma en que convence a los retratados para dejarse hacer, algo no siempre fácil en el caso de los políticos, que siempre tratan de cuidar su imagen. El maestro de la fotografía japonesa, Eikoh Hosoe, lo expresó así: «Lo que más me llamó la atención fue su valentía. No he visto a ningún fotógrafo, ni del pasado ni del presente, que haya retratado a las personalidades de su época con un estilo como el suyo».
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