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IGOR BARCIA ibarcia@diario-elcorreo.com
Domingo, 7 de febrero 2010, 10:34
Unos lo hacen en patera. Otros en los bajos de los camiones o escondidos en los remolques. Hay ocasiones en las que los propios familiares les acercan hasta la puerta de un centro de acogida. Para un 'sin papeles' hay mil formas de salir de su país en busca de un sueño, mil caminos que llevan a una meta, la de labrarse un futuro. Europa, y en concreto España, es para los jóvenes africanos un sinónimo de esperanza, la posibilidad de alcanzar una calidad de vida impensable en sus naciones de origen. Por eso no dudan en arriesgar el pellejo para cruzar el Estrecho y buscar en la península unos papeles que son su pasaporte al porvenir. Es lo que tienen en mente cuando llegan a las puertas del centro de acogida Zabaloetxe de Loiu, donde noventa menores extranjeros reciben formación y enseñanzas con el fin de favorecer su integración social. El boca a boca nunca falla, y son muchos los magrebíes que saben que en esa residencia vizcaína tienen un trampolín para lograr su objetivo.
Son las seis de la tarde y la noche avanza con rapidez, pero en el exterior del centro del Txorierri bulle la actividad. Una veintena de chavales acata sin rechistar las órdenes a golpe de silbato de Jaouad Bouchra, entrenador del equipo de fútbol del Zabaloetxe-Loiu que participa en el torneo interbarrios y que el pasado año llegó a la final del mundialito que se disputó en San Mamés, en representación de Marruecos. Junto al patio donde se preparan, Hassan Reddat espera a que sus atletas regresen del entrenamiento. El 'mister' está orgulloso de sus pupilos. Desde que, hace dos temporadas, el Zabaloetxe dio el paso de formar un club de atletismo federado, los resultados no han cesado de llegar. Sólo hay que echar un vistazo a los trofeos que jalonan la sala de reuniones de su nuevo hogar.
Hassan y Jaouad son dos de los grandes protagonistas del proceso de transformación del centro de acogida de Loiu. Hasta hace cuatro años, Zabaloetxe tenía muy mala fama. Era más conocido por los incidentes -robos, agresiones- provocados por un grupo de menores conflictivos que por su programa de formación. Fueron tiempos difíciles, pero, como reconoce ahora con satisfacción el navarro Carlos Sagardoy, director de la residencia, «desde entonces las cosas han cambiado mucho». «El centro -explica- está ya admitido e integrado en el pueblo, lo cual es un paso, porque antes sólo nos exponían problemas. Que si los chicos no hacían nada, que si robaban a la gente, en los coches... Todo eso ha desaparecido y ahora el mensaje que nos dan desde el Ayuntamiento es que aquello que hagamos se lo comuniquemos para darlo a conocer al resto del pueblo. Dentro del círculo más cercano el paso ha sido muy importante».
Hay varios factores que explican que los vecinos de Loiu vean con otros ojos a los «chavales», como les llaman siempre sus monitores. Desde 2006, Zabaloetxe dejó de ser una entidad de primera acogida para convertirse en residencial, por lo que los menores «son más estables y controlados». Por otro lado, los mismos inmigrantes tienen las ideas más claras cuando dan el salto a Europa. Si antes lo hacían «a la aventura», ahora llegan a España «con el objetivo de conseguir los papeles y un puesto de trabajo, y saben que para lograrlo tienen que estudiar, tener una formación», explica Sagardoy, que lleva nada menos que 30 años al frente de Zabaloetxe.
A su juicio, en la paulatina integración del centro han influido sobremanera una serie de actividades que realizan los menores como complemento a la formación propiamente dicha. «Se trata de incorporarles a la vida social, regularizar la situación, educarles, buscarles un trabajo y prepararles para vivir en la sociedad. Hemos visto que este proceso necesitaba un apoyo fuerte, y hemos apostado por un proyecto de integración a través del deporte y la cultura», explica.
Los valores
Y así es como el atletismo y el fútbol se han convertido en un motivo de alegría y esperanza para los jóvenes residentes, que a la mañana estudian en diferentes puntos del Gran Bilbao y por la tarde, a partir de las cinco y media, se centran en sus entrenamientos a las órdenes de Hassan y Jaouad. Ambos presentaron hace tres años sus proyectos al director, que aceptó de buen grado el planteamiento porque, subraya, el deporte «lleva añadidos valores importantísimos para la integración como son el orden, la disciplina, el esfuerzo, el trabajo en equipo... Además de servir para evitar problemas de drogas y otros aspectos conflictivos, porque los chavales tienen el tiempo ocupado».
Convencidos y reforzados por estos razonamientos, dieron el paso para formar un equipo de fútbol once, después otro de fútbol-siete y por fin, un club de atletismo. Han pasado dos campañas desde entonces y todo son parabienes a tenor de los resultados que han obtenido y de la evolución personal de los inmigrantes. «Ha sido una vía muy importante para el desarrollo de los chavales. Creamos un club federado, nos invitaron para representar a Marruecos en el mundialito... Eso es fundamental para normalizar su vida», apunta Sagardoy.
Este planteamiento lo comparte al cien por cien Hassan Reddat, 26 años, en su día campeón escolar de Marruecos y creador del equipo de atletismo. Llegó a España en 2004 y, en marzo de 2007, comenzó su labor en Zabaloetxe. Hassan recuerda que los comienzos fueron complicados. «Necesitas tiempo para convencer a los chicos. En el fútbol es más sencillo, pero en el atletismo es más costoso que adquieran una regularidad. Pero hemos participado en muchas carreras populares, han ganado, tienen mucha capacidad para correr y eso les motiva para seguir adelante».
A los éxitos en pruebas populares siguieron triunfos en competiciones federadas, como el Campeonato de Vizcaya de este año, donde El Hassan Oubaddi, la joya del club, ganó en juniors y el centro, por equipos. Venció también en el Cross de Amorebieta, el pasado 31 de enero en el Cross Internacional de San Sebastián y fue tercero en el Mamo Wolde del Memorial Muguerza, donde el marroquí compitió con atletas de las selecciones de Inglaterra, Francia, Italia y España. «Lo tiene todo para ser un campeón», proclama su entrenador.
Ahora mismo en el Zabaloetxe hay una quincena de corredores, pero no todos están federados porque los que todavía están a la espera de regularizar su situación no tienen opción de tramitar su ficha. La mayoría vive en la residencia, aunque también hay alguno que ha pasado por Loiu y ya se ha independizado; o mayores de edad que tenían relación con Hassan Reddat y han solicitado su ayuda para competir y buscarse la vida en Vizcaya. Es el caso de Abdelfatteh Louajari, de 25 años, y de Samira Ahbouche, de 24, la única mujer a la que se le puede ver entrenar en una institución con carácter masculino.
Todos los integrantes del equipo son marroquíes -«los más dotados para el atletismo»-, pero no se trata de un grupo cerrado, sino todo lo contrario. «Necesitamos tener a gente de aquí, porque nos ayudaría mucho para la integración de los jóvenes. Además, queremos que vengan con nosotros y que vean de primera mano que la fama que tenemos no es cierta», recalca Hassan.
Y es que uno de los grandes muros a derribar es la imagen preconcebida que se tiene de los magrebíes. Poco a poco, según explica el monitor africano, los chavales están logrando romper esa muralla «saliendo y relacionándose». «Lo cierto -agrega- es que en las competiciones nos va muy bien. Le aseguro que no he visto nada de racismo, sino todo lo contrario. En el cross de Elgoibar participaron muchas selecciones y todo el público animó a El Hassan. Le decían 'oso ondo', y yo estoy muy agradecido por ese comportamiento».
Lucha diaria
Cuando habla de sus pupilos se nota que lo hace con ilusión y también con optimismo. «Ellos ven que tienen una salida. A mí me gusta trabajar con ellos. Cuando voy a casa estoy esperando que llegue la tarde para entrenarles. Cada uno tiene un problema, pero quieren encontrar una solución y una salida. Les hemos dado los medios y ahora depende de ellos. Si quieren conseguir algo tienen que luchar».
Son las ocho y ya es noche cerrada en Loiu. El entrenamiento ha terminado y los residentes se retiran para asearse antes de la cena. Está a punto de terminar otro duro y largo día, pero a la hora de la despedida no hay rastro de cansancio en sus caras, sino de esperanza. La de alcanzar algún día el sueño por el que han cambiado sus vidas.
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