«Unamuno quería creer en Dios, pero no podía»
José Antonio Ereño publica una obra sobre la crisis religiosa que tuvo en vilo al escritor bilbaíno en 1897
IÑAKI ESTEBAN i.esteban@diario-elcorreo.com
Jueves, 5 de abril 2007, 04:12
Miguel de Unamuno no habría sido ni la mitad de lo que fue sin sus arrebatos, sin sus filias y sus ojerizas. Y tampoco habría llegado a tener la profundidad que alcanzó sin la riqueza de su debate interno entre creer o no creer. José Antonio Ereño, profesor en la Universidad de Deusto y uno de los más reconocidos expertos en la obra del autor vasco, acaba de publicar 'Unamuno. De la crisis a los 'Ecos literarios' (Ediciones Beta), un repaso a las dudas religiosas que le asaltaron 1897 y que le llevaron a colaborar en una pequeña revista de Bilbao, dirigida por un sacerdote y ahora desempolvada por este especialista.
-¿Se puede separar la obra de Unamuno de sus innumerables angustias?
-En absoluto. Unamuno fue un hombre en crisis durante toda su vida, con sus picos y sus momentos más tranquilos. Cuando salió a estudiar a Madrid tuvo una gran desazón política y religiosa. De aquí marchó con un gran amor al País Vasco, según lo habían dibujado los escritores foralistas que tanto le gustaban, como Antonio Trueba y Vicente de Arana. Él mismo dice que atravesó la peña de Orduña cantando un zortziko de Iparragirre y con lágrimas en los ojos. Pero algo debió de sucederle porque esos sentimientos cambiaron y en Madrid le vino también su primera crisis religiosa.
-La que usted aborda en su libro le impidió escribir durante seis meses.
-Sabemos que se inicia una noche, cuando está durmiendo en la cama con su mujer. Algunos han planteado la hipótesis de que pudo sufrir una angina de pecho. Pero la crisis estaba madurándose desde hacía tiempo. En los años anteriores a 1897 hay un repunte de las preocupaciones religiosas, y a esto se suma la enfermedad de uno de sus hijos, que padecía hidrocefalia. Unamuno piensa que esta desgracia puede ser una especie de castigo por su «soberbia intelectual», como él dice, y parece que esta autoacusación del mal de su hijo le pasa factura. Pero, en fin, éstas son suposiciones. Nunca hay una causa muy precisa que desencadene una depresión. Más bien suele ocurrir por un cúmulo de cosas.
Mirando a la pared
-Tenía miedo a la muerte.
-Sí, como te digo, cuando estaba en la cama le asalta la idea de que puede morir. Le entra una congoja tremenda. Muchos expertos dicen que esa misma noche se fue al convento de los dominicos de San Esteban en Salamanca y estuvo en una celda durante cuatro días, mirando a la pared.
-Se agarraba a Dios porque era «el eterno productor de inmortalidad».
-Claro. No soportaba la idea de que todo pudiera acabar y Dios le daba la única garantía de que la muerte no era el final. Unamuno quería creer en Dios, porque pensaba que así se le haría más llevadera la vida, pero no podía. Algo en su instinto le llevaba a ese deseo de creer y luego a negarse a creer. Quería convertirse. Se portaba bien, rezaba el rosario, iba a misa. Pero no podía.
-¿Qué le separaba del catolicismo?
-Le costaba creer en los dogmas de la Iglesia. Le molestaba el dogmatismo. Por eso buscó en los teólogos protestantes una experiencia más directa y personal de Dios. Él creía en un cristianismo interior, lejano a los rituales y muy próximo al contacto con Cristo. Todo eso de la transubstanciación y de la santísima trinidad le traía sin cuidado. La experiencia religiosa unía a la gente; los dogmas la separaban.
-La crisis religiosa de 1897 casi coincide con sus roces con los socialistas del periódico 'La lucha de clases'.
-Bueno, estos son un poco anteriores. Unamuno no tragaba la idea de que para ser socialista había que ser también ateo. No veía la relación entre afirmar la propiedad colectiva de los medios de producción y negar la experiencia religiosa. El ser humano tenía para él necesidades materiales, pero también espirituales, y el socialismo no reconocía adecuadamente estas últimas. No todo depende del estómago.
-También criticaba que líderes como Facundo Perezagua se metieran de un modo tan violento con los empresarios.
-No le gustaban los ataques personales. Y además reconocía el mérito de los burgueses en la evolución de la sociedad, como también lo había hecho Marx. De todas formas, a pesar de estos roces, él sigue colaborando con 'La lucha de clases' y se sigue considerando socialista.
-¿Planteaba una unión entre el socialismo y el cristianismo?
-Ése habría sido su ideal. Pero hay que poner las cosas en su sitio. El catolicismo de entonces no tenía nada que ver con el de ahora. Era mucho más cerrado. Y los socialistas de hoy pueden tener un coche y un piso estupendos, pero entonces trabajaban en las fábricas en durísimas condiciones. Unir una y otra cosa no se planteaba con tanta claridad como se puede hacer hoy en día.
-¿Por qué no firmaba sus artículos en 'La lucha de clases'?
-Porque entonces a los socialistas se les tenía por demonios y él quería poner distancias. Luego lo hizo, a partir de 1900, cuando ya era rector de Salamanca. En fin, los militantes tampoco le tenían mucha estima a él.
-¿No?
-Estaban más preocupados por la organización, por las reivindicaciones, y veían a los intelectuales como unos veleidosos que no acababan de echar una mano. Ni siquiera a Tomás Meabe le tenían mucho aprecio.
-¿Y aguantaba la vanidad de Unamuno la publicación de artículos sin su firma?
-Precisamente cuando la crisis de 1897 aludía a estos textos, que había publicado sin su nombre y sin cobrar, como prueba de que no era tan egoísta. «Aquellos artículos fueron un ejercicio de purificación», llegó a decir.
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