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J. G. P.
Lunes, 5 de junio 2006, 02:00
«No sé. Desde siempre he soñado con ganar esta carrera. Por eso es muy especial esta victoria». Más incluso que la que consiguió en el Giro, en la etapa de Pistoia. Más que las otras, las de su trompicada carrera profesional. Koldo Gil ha pasado mucho tiempo varado por las lesiones y las caídas. Ha tenido siempre cierta inclinación hacia la desgracia. Y así, desde ella, desde una tremenda caída a 100 por hora en la pasada Vuelta a California, llegó a la Euskal Bizikleta. Con dudas. Con piernas. «Desde fuera puede haber parecido una victoria fácil, pero no lo ha sido. He pasado dos meses muy malos. Esto se lo debo al equipo, a la confianza de Matxin, que me lo ha puesto todo en bandeja. Aquí me siento querido y valorado», agradeció al ganador de la ronda eibarresa, que sólo había corrido doce días antes de llegar a esta prueba.
La historia de Gil es la de alguien que no se acostumbra bien al éxito. Su biografía va de un extremo al otro. Es un chico alegre y feliz rodeado de obstáculos. Se hizo ciclista por diversión. Los amigos de una de sus primas le contaron que en las carreras regalaban bocadillos y 'cocacolas'. Buen reclamo para un infantil. Con ese hambre y esa sed entró en el C. C. Villavés, el del pueblo de Induráin. La huella de un gigante. Ganó un par de carreras como juvenil y fichó primero por el Caja Rural amateur -con Bru, Egoi Martínez, Aitor González y Flores- y luego por el Banesto -con Valverde, Zandio y Menchov-. Ya era un buen escalador. Ganó las vueltas a Palencia y Segovia. Y también la vuelta al Bidasoa 2000, por delante, precisamente, de David Herrero.
El Banesto le ofreció un carnet profesional. Pero su carácter no casó con el tinte monacal de la escuadra navarra. «Siempre me ha gustado salir por ahí. Es lo normal en un joven. Lo que pasa es que me pusieron fama de juerguista». Y a la calle. Por eso y porque no dejaba de caerse en las carreras. Manolo Saiz le recogió. «Me llamó y lo arreglamos en un día. Me enseñó mucho de este deporte». Se hizo un corredor sólido: ganó la Vuelta a Murcia y también en Castilla y León. Y una etapa en el Giro.
Justo ahí, en plena subida, llegó el tajo. En aquella victoriosa jornada en Italia se lesionó. Un gemelo tocado. Estuvo tres meses arrastrándolo. Y fue entonces cuando Matxin le llamó. Le reclamaba el Saunier Duval. Le llamaba para convertirle en líder. «Aún no sé cómo voy a responder en la tercera semana de una gran vuelta», duda. La Vuelta a España es el objetivo fijado por Matxin. «Confía en mí y eso me motiva». Le azuza.
Gil tiene 28 años, la edad del salto. Ya no es aquel chaval que estudiaba para administrativo o para guarda forestal. Ni el ciclista a tiempo parcial que madrugaba para echar una mano en la frutería familiar: «Estaba en el mostrador de ocho a diez de la mañana. Luego salía con la bici. Y por la tarde, de cinco a ocho, otra vez a la frutería». Ahora es un ciclista reconvertido, que vive de día. Que comparte un piso en Mutilva, junto a Pamplona, con Jon Bru (Kaiku). Eso sí, sigue siendo despistado, con un punto de vividor que nunca se borra. Bru lo sabe: «A veces discutimos por fregar. En una ocasión le pregunté por el color del estropajo. Me dijo que azul. Y desde hacía un mes era amarillo». Gil lo escucha y se troncha.
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