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Gil abre el santuario para el Saunier
Gil abre el santuario para el Saunier
CICLISMO

Gil abre el santuario para el Saunier

Dominó la última etapa de la Euskal Bizikleta, en la que venció Herrero

J. GÓMEZ PEÑA j.g.pena@diario-elcorreo.com

Lunes, 5 de junio 2006, 02:00

El ciclismo tiene eco. Desde Burlada, el pueblo de Koldo Gil, hasta Villava, el de Induráin, hay apenas un paseo. Entre el ahora corredor del Saunier Duval y el pentacampeón del Tour median diez años. Induráin ganó la Euskal Bizikleta de 1996 y, ayer, Gil entró en ese santuario, el de Arrate. «Algunas veces me cruzaba con él entrenando». Con el rey Miguel. Algo se le pegó en aquellos cruces: el estilo a la hora de ganar. El viernes, en las rampas de Gatzaga, regaló la victoria a un dorsal sin bautizar, a Aarón Villegas. Ayer, en la última cota de la ronda, premió el trabajo y la oposición de su rival, de David Herrero, y le cedió la cima. El vencedor hizo honor al vencido. Ayer hubo muchos triunfos en Arrate. «Es el inicio del 'Gil' campeón», pronosticó Matxin, constructor del todopoderoso Saunier de la Euskal Bizikleta, dueño de una carrera de participación escasa, empequeñecida por el UCI Pro Tour, pero que conserva el eco de sus viejos tiempos. Gil y Herrero fueron sus altavoces.

La nobleza suele ser un ingrediente de las causas perdidas. Como la del Euskaltel-Euskadi o la del Würth. «Saldremos a romper la carrera. Hay que lanzar a Zubeldia, que está a dos minutos, para inquietar a Gil. Si tiene un día malo, Herrero puede ir a por él», se juramentaba Gorka Gerrikagoitia, un director que progresa en el Euskaltel. Así hicieron. Y con ellos el Würth, un conjunto plagado de historia y nombres que ahora pende del proceso jurídico-administrativo desatado por la 'Operación Puerto'. Por eso se fugaron Unai Etxebarria (Euskaltel) y Aitor Osa (Würth). Con ellos se fueron Azanza, dando color al Kaiku, el francés Berges (Agritubel) y un escolta del líder, Ventoso (Saunier). Osa quería la etapa para brindársela a Manolo Saiz. Etxebarria, un gregario ejemplar, pedaleaba convertido en una escala para los futuros ataques de Zubeldia o Samuel Sánchez. Y mientras, el Saunier, formado por chicos nuevos, de su cantera, ofrecía un curso de calma. Es curioso, Gil, un ciclista con fama de perder muchos días en la noche y que se define como «despistado», cubría de tranquilidad y equilibrio a sus compañeros. La ley de la fuerza.

Ataques del Euskaltel

Fue la última una etapa hecha con ingredientes naturales. Tras cuatro días de desorden, Gil dictó el ritmo. Ha hecho de la moderación su método. Matxin y el Saunier son los culpables de esa metamorfosis. Hubo armonía en cada una de sus decisiones tácticas. Sin apuros ni estridencias. Soltaron tres minutos de cuerda para la fuga y se mantuvieron unidos. A la espera de que la inercia de la jornada se inclinara a su favor. Así fue. El Barloworld de Arreitunandia y Txurruka -un ciclista que ha salido del huevo en esta ronda- comenzó a bogar con el Saunier. Quería la etapa y el puesto en el podio que a Villegas (Orbea) se le iba con cada gota de sudor.

En las dos ascensiones a Ixua, Zubeldia quiso alterar el guión. Reescribir su biografía. No pudo. No es un ciclista para el ataque. Su estilo es otro, innato. Aun así, entre él y Samuel sorbieron parte de la ventaja de los fugados. La suficiente para ponerlos a tiro en la subida final a Arrate. Las cornisas verdes que trepan hacia el santuario le recordaron al público que existe la Euskal Bizikleta. Al fin, calor en la cuneta. Por fin un abanico de aplausos. Merecidos. Fue un día de guerra cuando todos sabían que el ganador ya tenía nombre: Koldo. Y un apellido breve, Gil, dispuesto a colocarse junto a Induráin. Cuando en el Giro 2005 ganó la etapa de Pistoia, a Gil le relacionaron en Italia con el gran Miguel. Otro navarro. También le preguntaron si había corrido los 'sanfermines'. «Qué va. Dónde voy yo con mis 59 kilos», respondió. Ayer pesaba 58. Una pluma de pie en la bici. Con el garfio sobre sus rivales. Con la general en el maillot del Saunier. Sólo quedaba la etapa. Y ésa se decidió en una conversación con Herrero. El bilbaíno, un corazón que rezuma, necesitaba el triunfo. Es su alimento. No está aquí para ser un dorsal sin nombre. Para él fue la pancarta. Ocho segundos por detrás, la Euskal Bizikleta reunía a dos vecinos: Gil e Induráin.

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