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F. APEZTEGUIA
Domingo, 4 de junio 2006, 02:00
Al principio, fueron los monos. Ocurrió en algún lugar remoto de Camerún, en África Occidental. Un grupo de chimpancés que vivía en libertad en la frontera con Gabón y la República del Congo se infectó con dos microbios distintos que se recombinaron entre sí y dieron lugar a un nuevo patógeno. Había nacido el Virus de la Inmunodeficiencia Simia. Resulta asombroso pensar cómo algo que pasa en la selva, un proceso tan natural como la vida y que escapa al control de los laboratorios que peinan la Tierra, tenga la capacidad de cambiar el curso de la Humanidad. A veces, para desgracia del hombre, sucede. Y aquella vez sucedió.
Nadie sabe con exactitud cómo se produjo el salto entre especies, de qué manera el virus que infectó a los monos pasó a las personas y evolucionó hasta el punto de convertirse en una de las mayores amenazas para la salud humana. Trabajos como el del investigador británico Paul Sharp, de la Universidad de Nottingham, han permitido desmontar viejos fantasmas que apuntaban a la guerra química o a un posible error de laboratorio como causa del origen del sida. Parece que fue algo más sencillo. Tal vez, un humano comió carne contaminada de mono o fue mordido por un primate enfermo. Y aquel 'bicho' aprendió a vivir en el interior de las personas y se convirtió en el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH).
La muestra más antigua de VIH data de 1959, pero los primeros casos, los que activaron las alarmas de la comunidad internacional, llegaron más tarde. El 5 de junio de 1981, la revista 'Mortality and Morbidity', del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta (CDC), publicó un artículo que describía la historia de cinco homosexuales de Los Ángeles afectados por dos enfermedades raras, un tipo de cáncer llamado sarcoma de Kaposi y una neumonía provocada por 'Pneumocystis carinii'. Sin que nadie lo supiera, la epidemia había despertado.
Pronto comenzaron a enfermar y a presentar los mismos síntomas jóvenes de dos ciudades tan distantes entre sí como San Francisco y Nueva York. Las mismas patologías y el mismo resultado: la destrucción del sistema inmunológico. Las dudas eran tantas que el CDC encargó un informe en busca de 500 respuestas sobre esa nueva enfermedad que se había mostrado tan mortífera. En tres meses, EE UU contabilizó 80 casos y 26 fallecimientos.
Aquel trabajo concluyó el 1 de diciembre. Para entonces, médicos y medios de comunicación hablaban ya del 'cáncer rosa' y el 'cáncer gay', en informaciones que fueron, sin duda, las primeras semillas del estigma ligado a la enfermedad. Hubo grupos conservadores que vieron en la infección el «castigo de Dios» a tanta «depravación sexual».
El año de España '82
Nada parecía tener sentido. A la lista de afectados, se sumaron luego hemofílicos, heroinómanos y haitianos, lo que permitió que comenzara a hablarse de la enfermedad de las 'cuatro haches'. Tan nefasto concepto quedó en desuso en apenas un año, cuando la ciencia demostró que la transmisión del virus no se producía entre personas pertenecientes a 'grupos de riesgo', sino por el mantenimiento de 'actitudes de riesgo'.
El sida puso en pie de guerra a la comunidad homosexual estadounidense, que asistió primero al cierre de saunas y locales 'de ambiente' y luego al entierro de miles de compañeros. La muerte llevó al movimiento gay a enarbolar la bandera de sus derechos y a convertirse también en el embrión de la lucha internacional contra la que se llamó 'la peste del siglo XX'.
En España, la primera noticia sobre la patología se tuvo en 1982. Para los españoles, aquel fue, sobre todo, el año del Mundial de Fútbol y del primer triunfo electoral del Partido Socialista. La epidemia arrancó en un hospital de Barcelona con la muerte de un paciente homosexual, que de no haber sido recogida en la prestigiosa revista científica 'Lancet' hubiera pasado desapercibida. Como en otros países mediterráneos, la explosión de la enfermedad en España estuvo más ligada al intercambio de jeringuillas infectadas entre los toxicómanos que a la práctica de relaciones sexuales no protegidas.
El resto es una historia conocida. En sólo 25 años, el sida se ha convertido, con casi 40 millones de afectados y más de 20 millones de muertes, en una de las principales amenazas para la salud de la Humanidad. El aislamiento del virus en 1984, con polémica incluida para sus 'padres', el francés Luc Montagnier y el estadounidense Robert Gallo, abrió la mayor carrera farmacéutica en busca de soluciones terapéuticas que se conoce en la historia de la Medicina.
Nunca se ha dado tanto avance médico en tan poco tiempo en la lucha contra una patología como ha ocurrido con el sida, que dispone ya de 18 medicamentos pertenecientes a cuatro familias distintas. El dramático curso de la epidemia cambió en Occidente en 1996, con la llegada de unos fármacos llamados 'inhibidores de la proteasa', que permitió a los pacientes comenzar a pensar de nuevo en la vida.
La batalla contra la enfermedad, sin embargo, dista mucho de estar ganada. Los graves efectos secundarios de la medicación y la falta de una vacuna eficaz siguen recordando al mundo que la misión está todavía incompleta. El 95% de los afectados del planeta vive, además, en países que carecen de los recursos económicos necesarios para acceder a la medicación antirretroviral. El riesgo de expansión sigue latente. Y todo comenzó por un mono, en algún lugar remoto de Camerún.
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