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Villegas merece el regalo de Gil
Villegas merece el regalo de Gil
CICLISMO

Villegas merece el regalo de Gil

El líder atrapó al corredor del Orbea a 150 metros de la cima y le esperó para cederle el triunfo de una etapa que tumbó al Euskaltel-Euskadi

J. GÓMEZ PEÑA j.g.pena@diario-elcorreo.com

Sábado, 3 de junio 2006, 02:00

Ahora que el ciclismo se desangra acuchillado por una máquina de escándalos, es mejor no citar ese oro rojo que corre por las arterias. Pero es que el ciclismo es un deporte de sangre. De la de verdad. Sangre caliente, como la del Aarón Villegas, ganador en la cima de Gatzaga tras tres días escapado. Sangre fría: la de Koldo Gil y su equipo, el Saunier Duval, que durante buena parte de la etapa estuvieron descabalgados por una fuga masiva de rivales, pero que aparecieron a tiempo. Puntuales. Certeros. Sangre generosa: la de Gil también, que atrapó a Villegas a falta de 150 metros de la meta y decidió esperarle, en homenaje al esfuerzo del tremendo ciclista del Orbea. El rey de la carrera delegaba. Buen detalle para un deporte avasallado. Sangre helada: la del Euskaltel-Euskadi, sorprendido otra vez en esta prueba. Con sus líderes, Herrero y Zubeldia, desnortados, en barbecho cuando tocaba cosecha. Sangre revuelta: la de una etapa caótica que, sin embargo, acabó como se preveía, con Gil al mando. Sangre de buen ciclismo.

Desde Ispaster hasta Mandubia carraspearon las emisoras de los directores. En la salida, el objetivo era uno: tumbar al amarillo del Saunier, quebradizo el día anterior. Ya en carrera, la diana se tiñó de naranja. El Euskaltel se colocó voluntario en el punto de mira. «Ha sido un día nefasto para nosotros. David (Herrero) podía haber ganado hoy esta carrera y en cambio hemos perdido opciones. Los líderes tienen que responder», bramaba Gerrikagoitia, técnico del conjunto vasco. Irritado por lo que vio en el alto de Mandubia: cuarenta corredores por delante y, entre ellos, ninguno de sus dorsales con peso. «No hemos estado donde teníamos que estar». Allí donde sí estuvieron las cuentas pendientes del Kaiku, un equipo de esplendoroso presente y sin futuro, más el C. Valenciana y el Würth, que desplegaron su rabia para descoserse las grapas del escándalo... Y con ellos, el Orbea, el conjunto silencioso, siempre presente en la fugas. El equipo de Villegas.

Entre todos tumbaron al Euskaltel. En casa y fuera de sitio. Cuando la fuga general en la que estaban, entre otros muchos, Bru, Palomares, Azanza, Pecharromán, Latasa, Osa, Vicioso, Zumeta y Villegas, clavó cuatro minutos en el reloj que les separaba del pelotón, la guerra fría entre el Euskaltel y el Saunier Duval se rompió. Gerrikagoitia puso a todo su equipo a tirar. Aún no lo sabía pero ya era tarde. Para todos, menos para Gil. El amarillo fue el anverso y el naranja, el reverso de esta esquizofrénica etapa.

Fundidos

Con la escapada atiborrada de dorsales, la lucha fue desigual. El Euskaltel se ahogó en la primera subida a Gatzaga. Necesitaban un milagro para salir vivos de la corteza más áspera de este trozo de Álava. En eso, de repente, se ordenó la anarquía. Por delante, la escapada masiva se quedó en uno, en lo lógico. En Villegas. Por detrás, el Saunier surgió en torno a Gil. Un equipo fresco. Un líder exultante. Los que viajaban en medio quedaron pronto anulados. Tachados por las rampas de Unzilla, penúltimo alto.

Gatzaga (Salinas de Léniz) es un nido de casas empotradas en el monte. Un pueblo a media cuesta. Con un par de lazos de curvas que superan el 10 por ciento. Es un buen final de etapa. Y Villegas es un corredor para el final. «Es un diesel. Lo pasa fatal en el inicio de las etapas o los puertos», le define su director, Jon Odriozola, feliz ayer. «En la Vuelta a Castilla y León comenzó a subir el último la Covatilla y acabó el quince». Siempre a más. Villegas nació en Torrelavega, pero es alicantino, de Moraira, de una familia sin ciclistas, alumno de Eduardo Chozas. «En los tests de esfuerzo es tremendo», sigue Odriozola, casi emocionado. «Siempre va a más en las carreras», insiste.

Menos ayer. Que fue a menos. Así es su relato: «A un kilómetro de la meta he visto detrás los coches. A 500 metros, el maillot azul de Gil. Ahí he sabido que se acababa todo». Y a 150 metros, Gil, fino, de pie sobre la bici, explosivo, pudo acabar con él. Su irresistible forma física le había permitido dejar atrás a Herrero y Arreitunandia. Como si nada. Y ese mismo dominio le otorgaba un privilegio: conceder la victoria real a Villegas. La moral es suya.

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