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ÁNGEL RESA a.resa@diario-elcorreo.com
Domingo, 26 de marzo 2006, 01:00
A Javier Álvarez de Arcaya le cuesta aceptar el encuentro para charlar de su vida, una existencia ligada a la 'madre Diputación' en una especie de simbiosis. «Es que no me gusta la popularidad. Como buen alavés, y más descendiendo de La Llanada, soy rayano en la timidez, parco en la expresión y celoso de la intimidad. Me gusta pasar de puntillas». Pero accede y eso que gana el interlocutor.
Surge un hombre de buena planta, con un voluminoso libro sobre Erasmo y recién jubilado. «Es un cambio brusco al que me tengo que adaptar», parece defenderse. Javier nació hace setenta años en Vitoria -«todavía estaba la República porque el 'tararí' fue en julio»- con antepasados establecidos en Arbulo. Y desde 1958, nada menos, ha trabajado para el mismo departamento foral, el de Intervención. Muchos ejercicios en la plaza de la Provincia y desde 1992 dentro del «singular» edificio de Hacienda.
A los diecisiete añitos ya estaba colocado como administrativo en «la panificadora La Concepción». Pero su vida se anclaría definitivamente a la Diputación cinco más tarde, cuando salió una convocatoria para ocupar una plaza de auxiliar. «Entonces las funciones no estaban tan delimitadas como ahora y se hacía de todo. Yo entré cuando nombraron presidente de la Diputación a Aranegui, el abuelo del actual alcalde de Vitoria». Lo mejor, el horario, de nueve a dos. «Ojalá volviera ahora», exclama.
¿Por pereza? No, todo lo contrario. «Era una jornada perfecta porque me dejaba las tardes libres para lo que quisiera hacer. Pero como iban viniendo los hijos» -tiene cinco y otros tantos nietos-, «lo que quería era trabajar para tener más dinero». Así pues, el perito mercantil que se sacó el profesorado ya en la Diputación alternaba sus obligaciones forales con la panificadora, luego vendió «material técnico para arquitectos, oficinas y empresas de la construcción» y pasó nueve años, hasta 1973, con la publicidad y administración de Radio Vitoria.
Ascenso en la pirámide
El protagonista se presentó a dos oposiciones internas de 'la casa'. La primera, en pleno tardofranquismo, cuando hace 33 años logró el puesto de viceinterventor. La segunda, en 1993, cuando alcanzó la cúspide del departamento. Es la historia de quien escala en la pirámide técnica de la base al vértice.
Desde 1973 hubo de dejar las ocupaciones alternativas para dedicarse, ya de ocho a tres, exclusivamente a la Diputación. Su labor ha consistido en «fiscalizar el gasto, evaluar la competencia de las actuaciones, velar por la legalidad y el respeto al presupuesto». En este tiempo ha asistido a episodios de todo tipo, aunque la naturaleza de su empleo no se veía afectada. «El trabajo de Intervención es parecido al de una empresa».
Las variaciones que ha vivido estaban ligadas a los cambios políticos. Desde la época franquista, «donde la política se cocía en el Gobierno civil», hasta el advenimiento de la democracia. Guarda un «regusto agradable» de Emilio Guevara como diputado general y reconoce que las prórrogas presupuestarias dificultan las tareas del Ejecutivo.
En un país con una trama institucional tan densa -concejos, ayuntamientos, Juntas Generales, Parlamento...- Javier cree que siempre habrá un hueco para la Diputación. «Yo sí pienso que es la madre de la provincia. Es fundamental porque vive muy cerca las necesidades de los alaveses. En los pueblos se siente mucho a la Diputación». A él, desde luego, le ha compensado «servir a mi tierra».
Concluida la charla 'oficial', el ya ex interventor desde el pasado día 15 se suelta. Como pidiendo perdón abre la espita que trataba de tapar, en vano, su profunda cultura. Tanto la popular como la académica. «No, qué va. El diablo sabe más por viejo que por diablo y lo que pasa es que yo ya soy viejo». Estrenada la jubilación se dedicará a callejear por la Vitoria que quiere y a leer. «Tengo muchos libros y seguiré teniéndolos».
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