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LUIS ALFONSO GÁMEZ @lagamez
Jueves, 23 de enero 2014, 10:59
"Todos estos mundos son vuestros... excepto Europa. No intentéis aterrizar allí". Es el mensaje que los alienígenas sembradores de la inteligencia, y quién sabe si de la vida, mandan a la Tierra al final de '2010: odisea dos', la novela de Arthur C. Clarke de 1982 escrita como secuela de la película de Stanley Kubrick de 1968. Nos ceden todos los planetas, lunas, asteroides y cometas del Sistema Solar menos el más pequeño de los cuatro satélites galileanos de Júpiter, llamados así porque los descubrió Galileo Galilei en enero de 1610. Han puesto en marcha allí un proyecto similar al que lanzaron en la Tierra hace millones de años y que culminó con nuestra viaje a las estrellas. ¿Por qué Europa?
"La fascinante idea de que puede haber vida en Europa, en los océanos cubiertos de hielo mantenidos en estado líquido por las mismas fuerzas de marea joviana que calientan Io, fue propuesta en primer lugar por Richard C. Hoagland en la revista 'Star and Sky' ("El enigma de Europa", enero de 1980). Su brillante concepción ha sido tomada seriamente por un buen número de astrónomos (notablemente, por el doctor Robert Jastrow, del Instituto de Estudios Espaciales de la NASA), y puede proporcionar uno de los principales motivos para la proyectada misión 'Galileo', decía Clarke en el epílogo de '2010'. Como otros autores de ciencia ficción, acostumbraba a aclarar al final de sus novelas de qué revista, libro o artículo había sacado tal o cual idea científica.
Una idea de los 70
Popular desde hace años por haber abrazado teorías 'conspiranoicas' y defender la existencia de ruinas extraterrestres en Marte y la Luna, Hoagland no fue, sin embargo, el primero en hablar de un posible océano subsuperficial en Europa. El astrónomo Gerard Kuiper, cuyo apellido da nombre al cinturón de planetoides situado más allá de Neptuno, propuso en 1950 que la superficie de ese y otros satélites jovianos podía ser de hielo. Y en 1971 John S. Lewis, en la actualidad profesor emérito de la Universidad de Arizona, defendió en un artículo teórico en la revista 'Icarus' que varias lunas de los planetas exteriores -se llama así a Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno- podían tener interiores líquidos.
Cinco años después, Lewis y Guy Consolmagno -que posteriormente se ordenó jesuita y trabaja hoy en el Observatorio del Vaticano- apuntaron que "una Europa con un 10% del contenido en agua podría tener una corteza helada de 70 kilómetros de grosor, un manto de agua de 100 kilómetros y un núcleo rocoso de 1.400 kilómetros de radio". Con 1.561 kilómetros de radio -un poco menos que la Luna y una cuarta parte que la Tierra-, la otra Europa está muy lejos. Se encuentra a entre 741 y 817 millones de kilómetros del Sol, de 5 a 5,5 veces más lejos que nuestro planeta. Y la temperatura en su superficie es de unos heladores -160º C. ¿Cómo puede haber agua líquida en su interior? Lewis y Consolmagno apuntaban que el océano subsuperficial se mantendría líquido gracias al calor liberado por la desintegración de los materiales radiactivos del núcleo de la luna.
Las 'Pioneer 10' y 'Pioneer 11' pasaron cerca de Júpiter en 1973 y 1974, respectivamente, y mandaron las primeras fotos de Europa. No eran de alta resolución. Tras la visita de las gemelas 'Voyager', en 1979, quedó claro que se trataba de un mundo de corteza congelada, y creció en intensidad el debate sobre su posible océano subterráneo. La 'Galileo', de la que hablaba Arthur C. Clarke en el epílogo de '2010', despegó en 1989 y llegó al sistema joviano en 1995. Obtuvo las que son, hasta el momento, las mejores imágenes de este intrigante mundo, con cráteres contados y su helada superficie surcada por grietas. Los científicos creen ahora que el océano de Europa existe gracias a una doble fuente de calor: la desintegración de materiales radiactivos del núcleo y los tirones gravitatorios producidos por Júpiter.
¿Vida en Europa?
La máxima de la NASA en la búsqueda de vida fuera de la Tierra -seguir al agua- tiene en Europa un escenario ideal. Hasta finales de los años 70, se creía que la vida siempre dependía del Sol, pero entonces se encontró en las fumarolas de los lechos oceánicos terrestres. El explorador Robert Ballard descubrió en 1977, cerca de las islas Galápagos, colonias de gusanos gigantes, almejas, crustáceos y otras criaturas en un entorno volcánico. El ecosistema, aislado de la luz solar, contaba con su propia cadena alimenticia. Poco a poco, se hallaron en otras regiones oceánicas ejemplos de criaturas extraordinarias, como 'Pyrolobus fumarii', capaz de desarrollarse a 3.600 metros de profundidad y temperaturas de entre 90ºC y 113ºC. Si existe vida en el fondo de los mares terrestres, ¿acaso no podría pasar lo mismo en Europa?
En su artículo de 1980, Hoagland decía que el satélite joviano "tiene todos los ingredientes para permitir la existencia de oasis de vida similares" a los de las fumarolas submarinas de nuestro planeta. Europa puede estar viva. Si bien, la vida estaría confinada bajo kilómetros de hielo, lo que, de momento, supone una barrera insalvable para la exploración directa. Ha habido varias proyectos de misiones frustradas, incluida una nave rusa que se posaría en Europa y una misión que fundiría el hielo para abrir paso de un pequeño sumergible hasta al océano subsuperficial.
En la actualidad, existen dos misiones sobre el papel: el 'Explorador de la Luna Helada de Júpiter' ('Juice') de la ESA y el 'Clipper Europa' de la NASA. El 'Juice' tiene previsto su despegue en 2022 y llegará ocho años después al sistema joviano, donde explorará durante tres años Europa, Ganímedes y Calisto, las lunas que pueden tener océanos ocultos. 'Juice' nos ayudará a comprender mejor cómo se formaron los gigantes gaseosos y sus lunas, y su capacidad para albergar vida, decía Álvaro Giménez, director de Ciencia y Exploración Robótica de la ESA, en mayo pasado cuando se presentó la misión. La 'Clipper Europa' despegaría también a comienzos de la próxima década para estudiar la habitabilidad de la helada luna y recabar datos de posibles lugares de futuros aterrizajes.
La NASA anunció a mediados de diciembre que un grupo de investigadores había descubierto, en imágenes tomadas por el 'Hubble', géiseres de vapor de agua que ascendían hasta 200 kilómetros sobre la superficie en el polo sur de Europa. "Si esos géiseres están conectados con el océano subsuperficial que creemos que hay bajo la corteza de Europa, significa que futuras misiones podrían investigar la química de ese entorno potencialmente habitable sin perforar el hielo. Y eso es muy emocionante", dice el astrónomo Lorenz Roth, del Instituto de Investigación del Suroeste (Texas). Bastaría con que navegara a través de una de esas nubes de vapor de agua para poder analizar su composición o con que un todoterreno, como los que ahora hay en Marte, rascara su superficie a la búsqueda de microbios, de los europanos expulsados de su océano.
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