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Destructores estelares y de cazas persiguen al ‘Halcón Milenario’ en ‘El Imperio contraataca’.
Que la ciencia te acompañe
Algunos defectos espaciales

Que la ciencia te acompañe

La universidad echa mano desde hace años de películas y literatura de ciencia ficción y fantasía como material pedagógico

ANDER CARAZO @andercarazo

Lunes, 23 de diciembre 2013, 07:58

Las naves imperiales persiguen de cerca al 'Halcón Milenario'. Para despistarlas, el capitán Han Solo decide adentrarse en un cinturón de asteroides. Cuando certifica que, aun así, no ha conseguido deshacerse de todos los cazas, se introduce en el cráter de una roca. Poco después, la tripulación rebelde descubre que la gruta, en realidad, es la garganta de un gusano espacial. Los más cinéfilos habrán reconocido esta escena de 'El Imperio contraataca', el quinto episodio de 'La guerra de las galaxias'.

Pues en los dos minutos que dura este fragmento, se cometen al menos una decena de errores científicos de bulto. Por ejemplo, los cinturones de asteroides no están perdidos en medio del espacio, la falta de oxígeno imposibilita que los cazas del ejército de Darth Vader entren en llamas al ser destruidos y que sus disparos puedan oírse y, además, ¿cómo diantres los pasajeros del 'Halcón Milenario' pueden permanecer con los pies pegados al suelo y no se ven afectados por la falta de gravedad en la nave?

En total, y sin tener en cuenta la capacidad comunicativa del peludo wookiee que copilota la nave ni la inteligencia artificial del dorado androide de protocolo que no deja de incordiar, los alumnos de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) localizaron catorce gazapos relacionados con la ciencia en el examen final de Física y ciencia ficción. "El objetivo de la asignatura es estudiar física general (mecánica, electricidad, óptica?) de la mano de ejemplos de cine, literatura y cómic", explica Manuel Moreno, doctor en ciencias físicas y uno de los principales impulsores de esta materia.

Así, las leyes de la mecánica se enseñan con superhéroes. En vez de preguntar "a qué velocidad llegará al suelo un objeto que baja por un plano inclinado con un rozamiento determinado", Moreno cuenta que lo plantean como si Superman tuviera que parar un camión que circula a toda velocidad. Concluían que, por mucha fuerza sobrehumana que tenga el álter ego del periodista Clark Kent (Kal-El para los kryptonianos), no lo frenaría en seco, como se nos ha dibujado en sus historias, y retrocedería una larga distancia. "De esta manera, los alumnos asimilan mejor una lección que con una pizarra llena de fórmulas y, a partir de ahí, se puede llegar a un profundo conocimiento".

Para estudiar las leyes de escala, es más sencillo recapacitar sobre la posibilidad de que exista un gorila del tamaño de King Kong que divagar sobre la altura de edificios. 'El hombre invisible' sirve para hablar sobre óptica; el monstruo del doctor Frankenstein, para tratar el tema de la electricidad; y los viajes en el tiempo de Terminator, entre otros muchos, para abordar determinados aspectos de la física moderna.

Fábrica de ideas

"La ciencia ficción es solo el vehículo para hacer llegar el mensaje y contrarrestar el aprendizaje repetitivo y monótono", subraya Miquel Barceló, catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos y profesor de esta singular asignatura. Cuenta que una de sus charlas más repetidas se titula 'Del profesor Tornasol a Harry Potter' y en ella ilustra a adolescentes sobre asuntos científicos con personajes seguramente mucho más cercanos que aquellos cuyos teoremas deben memorizar en clase.

"Les hablo de los avances de un laboratorio japonés que puede crear algo similar a la capa de invisibilidad de Harry Potter o sobre la posibilidad de que exista una escoba voladora como la Nimbus 2000", comenta. También se atreve a tratar asuntos de genética -e incluso menciona las leyes de Mendel sin que los estudiantes de instituto salgan corriendo- para explicarles alguno de los pasajes más polémicos de la mágica saga que hizo millonaria a J. K. Rowling.

Barceló recuerda que los primeros que recurrieron a este género para el aprendizaje fueron los profesores de literatura, que, en los años 60, comprendieron que era complicado que los jóvenes estadounidenses se iniciaran en la lectura con clásicos como 'Cumbres borrascosas' (Emily Bronte, 1847) y 'El paraíso perdido' (John Milton, 1667). Por eso, echaron mano de contemporáneos de ciencia ficción como Ursula K. Le Guin, Robert Silveberg y Joe Haldeman.

Otro de los ilustres autores elegidos fue Isaac Asimov, bioquímico de origen soviético. Para él, la ciencia ficción "trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Lo que Barceló -considerado una auténtica eminencia en esta materia- llama el 'condicional contrafáctico', el qué sucedería si tuviera lugar algo que todavía parece imposible. Su memoria parece un auténtico fichero bibliográfico y recuerda el libro 'El shock del futuro', de Alvin Toffler, "que venía a decir que en el fondo el futuro nos choca porque no sabemos lo que sucederá. Sabemos que no será ni como el pasado que hemos vivido ni siquiera como el presente al que nos vamos a enfrentar".

"Cuando en la década de los 90 se clona a la oveja Dolly, tiene una repercusión mediática impresionante, pero los aficionados a las novelas de este tipo ya habíamos leído sobre este tema desde los años 40", añade Moreno. Y admite que esta fábrica de ideas, como cualquier otra empresa, tiene algunas con validez y otras "alocadas sin ninguna base". De hecho, hace ya una década, la Agencia Espacial Europea (ESA) lanzó un programa para recoger proyectos procedentes de la literatura y los cómics de ciencia ficción que pudieran ser factibles. Sin ir más lejos, la idea de la explotación minera de los asteroides nació hace 115 años, cuando Garrett P. Serviss la presentó por primera vez en 'La conquista de Marte por Edison', y ahora es un asunto que está situado entre los principales objetivos de la NASA.

'Defectos espaciales'

Muchos escritores del género cuentan con una notable formación científica. Ahí están los casos de Serviss, que era astrónomo, y de los tres grandes de la ciencia ficción clásica: Asimov, que se formó como bioquímico; el ingeniero Robert A. Heinlein; y Arthur C. Clarke, que estudió física y matemáticas. Es obvio que la coherencia -aliñada con necesarios toques de fantasía- se refleja en los pasajes de sus obras, algo que no sucede en muchas superproducciones cinematográficas que, como critica Moreno, "no dedican el tiempo suficiente y no recurren al necesario asesoramiento".

Por esa razón, hay películas que son auténticos esperpentos. "La lucha por el Oscar de 'defectos espaciales' estaría muy reñida entre 'Independence Day', la saga de 'Terminator' y 'Armagedón'", bromea Barceló. Precisamente, elige esta última como mal ejemplo y no porque la NASA sea capaz de convertir a "un grupo de indisciplinados perforadores petrolíferos en hábiles astronautas en solo quince días. En la escena que están sobre el asteroide que se dirige hacia la Tierra, Bruce Willis coge el camión oruga y acelera a todo trapo. Echas cuatro números y ves que en la realidad, por muy Bruce Willis que sea, se hubiese puesto directamente en órbita".

"Tras una charla sobre cine y ciencia en la que hablé desde el doctor Frankestein hasta el profesor chiflado de Jerry Lewis, un niño levantó la mano y me preguntó si realmente me gustan este tipo de películas o me limito a cazar los gazapos científicos. ¡Claro que me divierten!", recordaba entre risas Barceló en una visita a Bilbao para intervenir en unas Jornadas de la Red de Salud Mental de Bizkaia celebradas en el palacio Euskalduna.

Sin embargo, sería injusto obviar que hasta los maestros cometen errores. Por mucha formación académica que tuviese, Asimov también falló en su obra 'Viaje alucinante', donde se reduce 17 millones de veces las dimensiones de un submarino con su tripulación a bordo para inocularlos en el cuerpo de un científico enfermo. La verdad es que a esa escala sería imposible respirar porque las moléculas de aire serían del tamaño equivalente a pelotas de playa. "No solo buscamos saber si una película o un libro está bien o mal, sino que, además, queremos realizar una reflexión crítica", recalca Moreno. En su opinión, la sociedad debería tener unos conocimientos científicos a la altura de los que ya tiene en temas humanísticos, como la historia y el arte. Una postura escéptica que, sostiene, puede prevenir de lo que suceda en el futuro.

Barceló opina que 1984 no fue como George Orwell lo describió 36 años antes en su famosa novela sobre el Gran Hermano, un concepto que, desgraciadamente, ha mancillado la telebasura. "Los más simplistas dirán que no sucedió porque Stalin murió", apunta. Él cree que no fue como se predijo "ya que fuimos avisados de los peligros de las dictaduras totalitarias". Porque la ciencia ficción puede hacernos imaginar cómo será el futuro en lo malo para que lo intentemos corregir.

La película 'El día de mañana', dirigida por el catastrofista Roland Emmerich, narra la repentina glaciación del hemisferio Norte. Un fenómeno que ha sucedido varias veces a lo largo de la historia del planeta y debería durar millones de años. Pese a este notable error científico, el congreso mundial de meteorología que se reunió en París pocos días después de su estreno mundial aplaudió el filme porque consiguió algo que ni siquiera los más sesudos y extensos informes de la ONU habían logrado: concienciar a la gente sobre el cambio climático.

Borrada por Bolonia

Aunque la asignatura de Física y ciencia ficción ha sido borrada del mapa académico por la reciente aplicación de la reforma de Bolonia, Barceló y Moreno, junto a Jordi José, catedrático en el departamento de Ciencia e Ingeniería Nuclear de la UPC, no han cejado en su empeño de divulgar la ciencia con la ayuda de este género literario y cinematográfico. No son los únicos, Sergio L. Palacios trata de hacer lo propio en la Universidad de Oviedo y el biólogo Eduardo Angulo lo hizo durante años en la Universidad del País Vasco. "Irá a más porque desde el punto de vista educativo es muy interesante, pero también desde la perspectiva ciudadana", asegura Moreno.

Los profesores de la UPC saben que su esfuerzo no ha sido en vano. Algunos de sus antiguos alumnos han hecho trabajos de fin de carrera en los que analizan la ingeniería del ascensor espacial, un concepto que introdujo Arthur C. Clarke en su novela 'Las fuentes del paraíso' a finales de los 70 para sustituir a los cohetes. Otros han aplicado sus conocimientos a estudiar la posibilidad de que los humanos viajen a lejanos planetas. Y hay en colegios donde se están realizando experiencias piloto con dibujos animados para enseñar ciencia.

Alguno incluso podrá creer que la ficción puede despertar la vocación en más de uno. "Eso mismo pensaban los soviéticos en los años 50 e intentaron estimular a los adolescentes con historias científicas, un poco por aquello de que los jóvenes tratan de emular a sus referentes. Se demostró que eso es bastante ridículo. Yo personalmente puedo decir que mi hijo con 9 años quería ser arqueólogo como su idolatrado Indiana Jones y, al final, se ha dedicado a diseccionar cerebros de ratones", comenta Barceló.

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