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PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
Lunes, 7 de octubre 2013, 15:11
Creo que puedo contárselo. La gente de La Risa de Bilbao invitó este año a Robert Crumb como podían haber invitado a William Shakespeare o Charles Dickens. Con la misma confianza en que se dirigían a un humorista insustituible y a un auténtico genio, quiero decir. Y con la certeza de que por desgracia era imposible que viniera. De hecho, era casi más fácil que viniera Dickens.
Crumb tiene setenta años, vive retirado en Francia y es un famoso misántropo. También un glorioso neurótico. Y es de paso una celebridad mundial, una leyenda que parece sospechar que su aureola es en realidad una soga que brilla amenazante. Sus relaciones con la fama son complicadas. Se sabe por ejemplo que se negó a hacerles una portada a los Rolling Stones a mediados de los setenta. Por entonces rechazó también la invitación a aparecer en el Saturday Night Live de John Belushi. Y aquella era la época en la que digamos que Crumb sí estaba en el negocio. En la portada de uno de sus libros se autorretrató mascullando la siguiente frase: "No estoy aquí para ser simpático".
Por eso a la gente de La Risa de Bilbao también podía habérsele ocurrido invitar a Shakespeare, utilizando con ambición una 'ouija' y el pronombre 'thou'. Hacerlo habría sido en cierto modo tan sensato como invitar a Crumb. Y sin embargo se le mandó una carta a Crumb y Crumb dijo que sí, y desde entonces Juan Bas, el director del festival, camina por la ciudad con la placidez de un Mr. Natural que hubiese resuelto de un plumazo todos los misterios del universo.
Solo decirlo sigue siendo increíble: este sábado Robert Crumb conversará con Santiago Segura en el escenario de la Sala BBK de la Gran Vía. Hacía más de treinta años que no ponía un pie en España y viene sin grandes exigencias, tan solo que no se le inflinjan demasiadas entrevistas. Iba a asegurar ahora que Crumb es uno de los cuatro o cinco autores más importantes de la historia del cómic, pero tal vez eso no sea suficiente.
Lo digo porque el cómic, pese a su evidente buen momento, sigue siendo una disciplina algo arrinconada que soporta el extraño marbete de lo infantil. Y no sería justo que eso afectase de algún modo a Crumb que es, sin más, uno de los grandes artistas de nuestro tiempo: un prodigio de verdad irónica, talento irreverente y autoconciencia. Para entendernos, piensen en un Philip Roth que supiese dibujar como los ángeles. Como los ángeles caídos concretamente.
Las cantidades de talento, humor y conocimiento humano que aguardan en la obra de Crumb son abrumadoras. Su tema es el "superdrama elemental" que Roth, de nuevo Roth, encontró en la obra de Saul Bellow: "el mundanal deseo de fama y gloria, de dinero, de desquite, de estima, de sexo a rienda suelta y llevado al máximo, por no mencionar el más mundanal de los mundanales deseos: la porfiada ansia de vida eterna".
A quienes conozcan la obra de Crumb les sorprenderá el modo en que le encajan estas palabras de Roth. Borja Crespo, comisario de la muestra sobre Crumb que se expone en la sala BBK, ha dicho para dar a entender la importancia de la visita de Crumb que equivaldría a la de un Bob Dylan en lo musical. Y Javier Mariscal ha dicho directamente que es como si viniese Dios. Pero puede que sea incluso más. A diferencia de Crumb, Dylan ha venido muchas veces a España, incluso a Bilbao. Y Dios, bueno, de Dios eran mejores los primeros discos. Imaginen ahora, no sé, a Hogarth, Schopenhauer, Kafka, Henry Miller y Frank Zappa. Métanlos mentalmente en una furgoneta fardona y abollada. Y échenla a rodar sin frenos por la pendiente de la segunda mitad del siglo XX. Lo que saldrá de esa furgoneta tras el impacto es Robert Crumb. Y está el sábado en la Gran Vía.
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