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El metro nunca se detiene en la estación fantasma de Chamberí.
De Madrid, de Chamberí
Seis pistas para descubrirlo

De Madrid, de Chamberí

El barrio más castizo de la capital presume de tascas y colmados, todavía conserva cines y sorprende con un campo de golf en medio de la ciudad

OSKAR L. BELATEGUI

Miércoles, 29 de mayo 2013, 18:46

Chamberí no aparece tanto en los papeles como sus barrios vecinos de Chueca y Malasaña. Presume de castizo y de tener el metro cuadrado más caro del centro de Madrid. Mantiene el aire de barrio en sus tascas y colmados, aún conserva cines, tiene un parque que permite la demencialidad de jugar al golf en plena ciudad y alberga equipamientos culturales como los Teatros del Canal y diversos museos. Aquí van seis pistas.

1.- Estación fantasma del Metro

Los usuarios de la línea 1 no advertidos tienen un par de segundos para vislumbrarla en la oscuridad, porque aquí el metro jamás se detiene. Es la estación fantasma, entre Iglesia y Bilbao, justo bajo la Plaza de Chamberí. Se inauguró en 1919 y fue una de las ocho primeras que conformaban el metropolitano madrileño. Al estar en curva y ser más corta que los trenes actuales, se clausuró en 1966. Así permaneció durante cuarenta años (Fernando León la retrató en su película Barrio). Hasta que Metro Madrid decidió convertirla en museo. Un acceso en la Plaza de Chamberí permite viajar en el tiempo y acceder a los andenes acompañado de un guía.

Los suelos, muros, bóvedas y el mobiliario original se han restaurado con mimo. La iluminación macilenta hace que nos sintamos transportados a la época de la Guerra Civil, cuando el Metro era el refugio de los madrileños durante los bombardeos. Los carteles publicitarios confeccionados con azulejos lucen igual que cuando se crearon en los años 20. El Andén Cero, como lo denomina Metro Madrid, cuenta con un sala de audiovisuales que repasa la historia del suburbano. Solo abre viernes, sábados y domingos y la visita es gratuita.

2.- Parque Santander

Hay algo surrealista en la escena de gente caminando por las calles de Chamberí cargada con palos de golf. No están locos: se dirigen al Parque Santander, en el que Esperanza Aguirre se gastó 50 millones de euros tras cuatro años de obras. Las instalaciones del Canal de Isabel II acogen un campo de golf de nueve hoyos con césped sintético y una pista de 320 metros de longitud con un centenar de puntos de salida para practicar el swing. También hay pistas de pádel, campos de futbito y un circuito de atletismo que recorre el perímetro de las instalaciones y que a última hora de la tarde suele estar petado.

Y es que el Parque Santander, el único pulmón de Chamberí, tiene algo de polideportivo al aire libre en una ciudad donde todo el mundo parece haberse vuelto loco por hacer footing. El parque se sitúa sobre un depósito del Canal de Isabel II, como recuerdan unas gigantescas fuentes donde la gente mete los pies en el tórrido verano madrileño. Más relajada aparece la zona de esparcimiento, con columpios para los críos, suelos de tierra para que los jubilados jueguen a la petanca y un agradable merendero-terraza donde tomar un piscolabis.

3.- Cines Verdi

Los Verdi son propiedad de un empresario catalán, Enrique Pérez, que tiene otros que se llaman igual en Barcelona. Una sucursal, vale, pero también los mejores cines de Madrid por programación y calidad de sonido y proyección (digital, of course). Valga como prueba su cartelera actual: 7 cajas, La fotógrafa, Rebelde, El impostor y el título de culto del año, que sigue llenando sesiones, el documental premiado con el Oscar Searching for Sugar Man. Los Verdi están lejos de la zona cinéfila por excelencia de la ciudad, la Plaza de los Cubos, que acoge los Princesa, los Golem y la librería Ocho y Medio. Pero los cinéfilos exquisitos los conocen muy bien.

A los Verdi se puede entrar a tomar algo en su cafetería en penumbra aunque no vayas a ver ninguna película. Siempre tienen prensa y en una pantalla gigante proyectan tráilers de sus próximos estrenos. El mejor cine independiente y de autor en versión original. Esa es la apuesta de los Verdi, que decora sus paredes con mil críticas de las películas y hasta realiza exposiciones de pósters y fotografías. A veces, cuando compras una entrada y tomas algo en el bar te regalan una película en DVD. ¿Quién dice que el cine es caro?

4.- El Alipio y las tascas de Ponzano

No una, sino dos tapas pueden ponerte en el Alipio, la taberna más casta y bonita de la calle Ponzano. A los vascos, acostumbrados a los caros pintxos de diseño, sigue sorprendiéndonos esa reivindicable práctica madrileña de acompañar el chato de vino con una tapa de cortesía, incluso con una minirración de paella. El Alipio se abrió en 1916 y no ha cambiado demasiado. En sus paredes amontona botellas con polvo del año de Matusalén y objetos varios, como máquinas de escribir antiguas, letras de cambio y un surtidor de gasolina para cargar mecheros. En su carta, un plato bautizado colesterol: huevos, chistorra, pimientos y patatas.

Ponzano es la calle del vermú dominguero. De grifo, por supuesto. Una ruta a recorrer con el pan y el periódico bajo el brazo disfrutando de cervecerías con azulejos en su fachada, como El Doble, o bares especializados en latas de conservas con berberechos, mejillones y cosas de esas, como el Beluga. En todos los locales se pueden pedir patatas bravas, huevos revueltos con jamón, lacón y esa tortilla de patatas tan especial que hacen en Madrid, gruesa y contundente como un ladrillo.

5.- Fuencarral

Hasta hace dos días, el tramo de Fuencarral que arranca desde la glorieta de Quevedo camino de Bilbao era el Broadway madrileño de los cines. En una acera se sucedían los Paz, el Roxy A y el Roxy B con sus dos salas; en la acera opuesta, el complejo del cine Proyecciones y sus películas comerciales, como atestiguaban las largas colas ante la taquilla. Hoy solo quedan los Paz, que cerrarán en breve, y los Proyecciones. Fuencarral se convertirá, si nadie lo impide, en otra arteria con franquicias impersonales, como ha ocurrido en el último tramo que desemboca en la Gran Vía, cuya peatonalización la ha transformado en un impersonal centro comercial al aire libre.

De momento, el encanto de esta calle ancha y siempre transitada reside en locales con solera como el Somosierra, una de esas cafeterías-pastelería de toda la vida, con camareros veteranos que te tratan de usted y grupos de ancianas aferradas a las mesas. Sus torrijas se cuentan entre las mejores de la capital. Tan inevitable resulta la visita a los dos pisos de la Casa del Libro, como la paradita ante el escaparate del delicioso Bazar Matey, con sus maquetas de trenes y coches en miniatura. Si el hambre aprieta, a un par de calles se encuentra uno de esos rincones que solo conocen los locales: la plaza de Olavide, rodeada de restaurantes especializados en económica y jugosísima tortilla de patatas con pimientos, que devoran cientos de comensales en las mesas bajo los árboles.

6.- Museo Sorolla

Fernando Trueba lo suele recomendar como uno de sus rincones favoritos de Madrid. Nadie diría la calma que se respira entre sus paredes soportando el tráfico del Paseo del General Martínz Campos, la calle donde se enclava. Su coqueto jardín, que rinde homenaje a los jardines nazaríes de la Alhambra, es uno de esos rincones mágicos donde descansar cuando el asfalto bulle a cuarenta grados. El palacete era la casa donde el pintor valenciano vivía y tenía su taller. El museo fue creado a petición de su viuda, quien al morir en 1925 dictó testamento donando todos sus bienes al Estado para la fundación de una pinacoteca en memoria de su marido. Los cuadros de Sorolla son un trozo de luminosidad mediterránea en plena ciudad. Además, la entrada es barata (3 euros) y hay actividades para críos.

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