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PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
Martes, 4 de junio 2013, 20:13
"El kalimotxo es un excelente revulsivo, una bebida que resulta ideal por la tarde, cuando sabes que aún te queda mucho día, y mucha noche, por delante". Ahí lo tienen. Que comiencen a trabajar los marmolistas. Ya puedo ver las placas, solemnísimas, en el Puerto Viejo, en Barrencalle, en la plaza de Moscú, en la Pinto, en la Cuchi, en la Zapa... Y cuidado con las erratas. Que Rosie Schapp, la cocktail columnist del The New York Times ha escrito revulsivo, no repulsivo. Y su artículo en tan principal diario puede suponer la consagración del kalimotxo, no ya como una bebida, sino como una bebida sofisticada, significativa, cool. Pobre Sarah Jessica Parker, eso sí. Le va a costar un huevo pronunciarlo.
Hay que anotar que el anterior cocktail columnist del NYT, el novelista Jonathan Miles, ya se ocupó en 2007 del kalimotxo. Lo probó en un restaurante español de la calle 28. Y escribió después un artículo preciso y bienhumorado en el que fue capaz de citar con naturalidad a Steinbeck y a los Porretas. También aclaró que en el restaurante de la calle 28 no preparaban el combinado siguiendo la receta original. "Esto quiere decir que no lo mezclan en una bolsa de plástico del súper".
Como se ve, hay en Nueva York un creciente interés por el kalimotxo. Caaa-lee-mou-schow. Se estará escuchando ya por los clubes de Manhattan. Y habría que reaccionar. No sería la primera vez que en Nueva York prende la extravagancia y termina estallando la bomba incomprensible de una moda mundial. Por eso estamos siendo lentos. El Gobierno vasco debería haber empezado ayer mismo a organizar fiestas, campañas y patrocinios. También a mandar botellas (¡abolladas y ruinosas botellas de plástico de dos litros!) a las estrellas más influyentes: Jennifer Aniston, Jay Z, Matt Damon, Sting, Madonna... Díganme, ¿de verdad tengo que hacerlo yo todo en este país?
Y habría que hablar con Hollywood, claro. Porque podría James Bond atizarse un kalimotxo agitado y no revuelto en su próxima película. Y podrían volver a reunirse a los protagonistas de Entre copas para salir de nuevo a melodramatizar, pero esta vez kalimotxo en mano y por la Zona de Santutxu y la Cuesta de Vitoria, por Pozas y la 31 de Agosto, por las fiestas de Basauri. Sí, ya sé que las cosas están mal, pero hay que tener ambición. O sea que está tardando mucho Urkullu en irrumpir como un vendaval humano en el despacho de Gatzagaetxebarria. "Ricardo, deja eso de los presupuestos y búscame ahora mismo cinco o seis millones para gastar en kalimotxo".
Yo, desde luego, no voy a dejar pasar esta oportunidad. Porque Rosie Schapp y Jonathan Miles escribirán muy bien y habrán estudiado en Harvard, pero el que se hacía los litros de kalimotxo en las fiestas universitarias de Leioa era yo. Aquellas botellas rodando de una patada, campa abajo. Ahí tienen la técnica perfecta. Y yo sé que en el NYT estas cosas las valoran. Los hechos. ¿Para qué van a tener escribiendo de kalimotxo a gente que habla de oídas, si pueden tenerme a mí que estuve allí y soy un experto y un superviviente, algo así como el Solzhenitsyn del asunto?
Así que igual la semana próxima ya no coincidimos por aquí. Imagino que me llamarán enseguida de Nueva York. Incluso he empezado a buscar piso por mi cuenta. Esta todo carísimo, pero creo que al principio me alojaré en el Plaza, a cargo del periódico. Como le he explicado en un mail a la directora del NYT, nuestra relación puede ser larga, muy fructífera. Porque el kalimotxo solo es el principio. Hay mucho más que contar. La directora del NYT no me contesta, pero puedo entenderlo. Le estará costando despedir a Schapp y reunir el dinero para pagarme. Para que esa mujer vea que tampoco me mueve el interés, le he ido adelantando tres artículos: The basque millenary secret: Pitilingorri. Zurracapote: Spanish Civil War in your stomach. Welcome to Iturribide, the real home of the brave. Estén atentos. Imagino que saldrán estos días.
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