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Magnus Carlsen aprendió a jugar con 4 años, pero no le gustaba. A los 8 retomó la afición. / Afp
Cocodrilo Carlsen
El rey del tablero

Cocodrilo Carlsen

El nuevo campeón del mundo de ajedrez, de 22 años, tiene un superordenador en la cabeza. Y la misma sangre fría para atacar que su animal favorito

FERNANDO MIÑANA

Viernes, 6 de diciembre 2013, 10:23

El desbordante talento de Magnus Carlsen (Tonsberg, Noruega, 1990) hacía tiempo que venía reivindicando la corona que ahora luce el flamante campeón del mundo de ajedrez. Solo Gary Kasparov, quizá el más grande de siempre, lo consiguió unos 150 días antes que él, también con 22 años de edad. Los periodistas, cuando brota un genio de este calibre, se afanan en acertar con la comparación que permita entender su grandeza de golpe. Por eso creyeron ver sobre el tablero el juego posicional de Karpov, Kramnik o Leko, ciertas semejanzas con Capablanca. Y, claro, hasta lo equipararon a Bobby Fischer, como sucede siempre que irrumpe un jugador precoz con habilidades especiales. Pero Kasparov, fue por otro camino. El hombre que reinó con fiereza durante dos décadas dijo que a él le recordaba a (Deep) Fritz 13..., un programa de software.

Kasparov y otros muchos intuyen el inicio de una nueva era en el ajedrez. El juego perfecto, casi autómata, de Carlsen permite anticipar no solo un largo reinado, sino un nueva forma de concebir el juego. El noruego empieza a ser visto como un ajedrecista de silicio, un rival que apenas comete errores son casi imperceptibles y que estrangula con paciencia a su oponente, durante cinco o seis horas, hasta que yerra. Y entonces, sin acusar la fatiga, sentencia al rey.

Por eso su animal predilecto es el cocodrilo. A Carlsen le gusta porque nadie se atreve con él, espera al sol y se lanza a por su presa cuando lo cree conveniente. Carlsen es como el cocodrilo. No solo porque muerde sobre el tablero con la fuerza de sus mandíbulas, también porque se muestra perezoso cuando no ataca. Al joven noruego no le importa admitir que es muy vago cuando no está preparando una partida, momentos que aprovecha para dormir hasta el mediodía, chatear con los amigos o jugar al póker con dinero de por medio. Aunque la forma física es vital en una persona que puede estar estrujándose el cerebro durante medio día. Por eso se calza las botas para jugar al fútbol en Oslo o los esquís para deslizarse durante largas travesías por la nieve.

Las piezas llegaron a las manos de Magnus en su hogar. Su padre, Henrik Carlsen, era un jugador aceptable que le enseñó a mover peones, torres, caballos, alfiles, la reina y el rey con 4 años. Al niño no le enganchó el ajedrez y el mundo le debe a su progenitor que no insistiera: es probable que hubiera acabado aborreciéndolo. Y no fue fácil. Los padres sabían que tenían un niño especial, capaz de estar seis horas construyendo un tren con las piezas del Lego sin perder la concentración. Emperrado en acabarlo. El mismo muchacho que, con 5 años, era capaz de detallar la superficie y el número de habitantes de los 434 municipios de Noruega. O recitar las capitales de todos los países.

La competitividad despertó al ajedrecista. Con 8 primaveras, harto de ver jugar a su padre con su hermana Ellen, la mayor, la desafió. Magnus, un año más joven y sin experiencia, la derrotó. Desde entonces no ha soltado las piezas. El resto es historia: Gran Maestro con 13 años y 4 meses; en el top-100 con 15; en el top-10 con 17; número uno mundial con 19, el más joven de la historia, y récord de rating ELO (mide la fuerza del jugador) con 2.872 puntos. Ahora se ha proclamado campeón del mundo en Chennai, en la provincia del hindú Viswanathan Anand, al que destronó sin perder ninguna de las diez partidas: tres victorias y siete empates.

Comida picante

El mundillo se frota las manos ante el carisma de Carlsen. El 'match' contra Vishy Anand ha despertado a los aficionados que llevaban hibernando desde que terminaron los grandes duelos del último tercio del siglo XX: el estadounidense Bobby Fischer contra el soviético Boris Spassky (Reykjavik, 1972) en plena Guerra Fría; Anatoly Karpov contra el disidente Viktor Korchnoi (Filipinas, 1978), o los épicos Karpov-Kasparov, empezando por el de 1984, que los enfrentó en Moscú durante seis meses y que terminó sin campeón.

Las audiencias han sido millonarias. En la India la gente tiene a Anand a la altura de sus estrellas del cricket, mientras que en Noruega, algo huérfanos de ídolos sin nieve o hielo, dos tercios de la población han estado pendientes de su nuevo héroe. Todo ello, en la era de internet, con infinidad de seguidores desde un móvil.

Carlsen no parece todavía 'infectado' de las rarezas de Kasparov, Karpov o Fischer y aparenta ser un tipo corriente. La firma de moda G-Star Raw lo ha elegido como cabeza de cartel junto a la actriz Liv Tyler y la revista 'Cosmopolitan' lo incluye entre los 100 hombres más atractivos de 2013. Su rostro primitivo, con unos interesantes ojos rasgados y su seductora media sonrisa, no pasa desapercibido y el gerente de G-Star le define como una mezcla «entre boxeador y gánster de los años 50». El rey del ajedrez acaba de ganar un millón de euros en la India, pero ingresará 1,2 por contratos de publicidad.

Su vida no acaba al final del tablero. Carlsen es capaz de volar de Noruega a España solo por ver un partido del Real Madrid, su equipo del alma. El año pasado se dio el gustazo de presenciar la victoria en el Nou Camp, aunque el ajedrecista es muy prudente, como buen escandinavo, y no alardeó en público. Su capacidad de autocontrol es enorme, como demostró en un restaurante asiático de Oslo en el que pidió los platos más picantes. El camarero le advirtió de que nunca había visto a un noruego que lo soportara, pero Carlsen insistió. Algunos testigos afirman que estuvo una hora sin poder hablar. Ni rechistó. Aunque más fascinante que su capacidad de sufrimiento es su memoria fotográfica. Magnus Carlsen es capaz de recordar 10.000 partidas diferentes. En pleno enfrentamiento puede anticipar más de 20 movimientos. Y no tiembla al medirse a diez rivales con los ojos vendados, un reto que adoran sus patrocinadores.

Tamaño portento necesita unos raíles para no perderse. Sus padres, ingenieros ambos, se encargaron de suministrárselos en 2003, cuando se tomaron un año sabático para viajar por los torneos de toda Europa junto a Magnus y sus tres hermanas: Ellen (24), Ingrid (20) y Signe (17). La escuela, como a muchos superdotados, le aburría y Henrik y Sigrun decidieron ejercer de profesores, aprovechando cada ciudad para ampliar sus enseñanzas en museos y monumentos.

Ahora, la principal amenaza puede ser la obsesión. Dice el veterano maestro Viktor Korchnoi que ningún jugador «superior» es normal y que solo difieren «en el grado de locura». Como Paul Morphy, que terminó como vagabundo; Bobby Fischer, quien se creía permanentemente perseguido; o Kirsan Ilyumzhinov, quien afirma que fue secuestrado en Moscú por un platillo volante. Carlsen no teme enloquecer. Siempre se ha sentido protegido por su familia.

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