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JON GARAY
Jueves, 17 de octubre 2013, 15:20
La negativa de la Corporación Mondragón de aportar 120 millones de euros de forma urgente a su buque insignia, Fagor Electrodomésticos, ha supuesto la entrada en concurso de acreedores de una gigante que cuenta con 13 plantas en todo el mundo y una plantilla de 5.642 trabajadores. Más allá de este rechazo puntual, de consecuencias todavía desconocidas pero que no se antojan nada halagüeñas ni para los propios implicados ni para la economía vasca en su conjunto, la decisión que tomó este miércoles la cooperativa invita a pensar en los propios límites de un modelo hasta hace bien poco indiscutido en el tejido empresarial de Euskadi.
La tesitura a la que se enfrentaba el grupo era propia de una tragedia griega: salvar, otra vez, a Fagor apretando de nuevo las clavijas del resto del consorcio, o dejar que su caída libre culminara en la suspensión de pagos. Ninguna de las dos opciones era buena. Cualquiera de ellas tendría consecuencias indeseadas y supondría un varapalo enorme para una economía vasca ya muy zarandeada por los embates de la crisis.
La primera de las opciones fue el camino seguido hace apenas unos meses, en concreto el 13 de mayo de este mismo año, cuando las más de 100 empresas del primer grupo vasco y séptimo de España decidieron arrimar el hombro y dotar a la rama de electrodomésticos con 70 millones de euros para garantizar su "viabilidad futura" y el empleo. El mayor sacrificio corría de parte de los propios trabajadores de Fagor Electrodomésticos, que veían reducido su sueldo desde ese momento hasta mayo de 2014 en un 6,48% -un 80% del salario que recibían ante de la crisis-. En las restantes cooperativas de Fagor aceptaban dejarse por el camino un 4% de sus ingresos mensuales. El resto de socios de Mondragón cedería el 1%. La decisión fue muy elogiada entonces. "Un ejemplo perfecto de solidaridad y cooperativismo. Para los buenos tiempos y para los malos".
Pérdidas insoportables
La gestión de la rama de electrodomésticos arrastraba cuatro años de números rojos. El pasado ejercicio registró unas pérdidas de 89 millones de euros y en lo que iba de éste se dejaba otros 66,8. El estallido de la burbuja inmobiliaria supuso el golpe casi de gracia para la venta de utensilios para el hogar. Si no se venden pisos, tampoco frigoríficos, lavadoras, congeladores, microondas, secadoras, cocinas, calderas... Si a ello se le suma una gestión poco acertada y un proceso de internacionalización -se instalaron 4 plantas en Francia, dos en China y una en Polonia y Marruecos respectivamente, el 18,1% del total de la plantilla- que no ha dado los frutos esperados, se obtiene el panorama que ha llevado al desastre: una deuda que en conjunto rondaría los 1.000 millones.
Antes de recurrir al espíritu cooperativo, se intentó por todos los medios dar con una solución interna a este callejón de difícil salida. Desde rebajas de sueldos hasta renuncias a pagas extra. El siguiente paso sería la venta de algunos activos, 'quitar grasa', que se dice en el mundillo. También se reveló que se buscaba una alianza con un fabricante internacional que nunca llegó a culminar. Incluso la empresa tuvo que desmentir que estudiara la opción de dejar de ser una cooperativa para convertirse en una sociedad mercantil para obtener inversiones externas ajenas al grupo.
Nada funcionó y se tuvo que recurrir al salvavidas de apretar el cinturón a los 80.000 empleados que conforman la cooperativa Mondragón, cuyo peso en las cuentas vascas es simplemente abrumador: el 7% del PIB, según la consejera Desarrollo Económico y Competitividad, Arantza Tapia. En mayo fueron 70 millones. Ahora necesitaban otros 120. Esta vez ha resultado que no. El cooperativismo tiene un límite. Las consecuencias están por ver.
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