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Entre columnas

El druida de Avebury

El estudio de los megalitos llevó a William Stukeley a la conclusión de que los antiguos britanos fueron una especie de cristianos antes de Cristo

JULIO ARRIETA , @JulioArrietaSan

Viernes, 11 de octubre 2013, 09:56

Avebury supera a Stonehenge tanto como una catedral supera a una iglesia parroquial. Así describió el mayor círculo de piedras de las Islas Británicas y uno de los monumentos neolíticos más grandes de Europa el anticuario John Aubrey (1626-1697), el primer estudioso que escribió sobre esta eminente antigüedad, que había 'descubierto' durante una partida de caza y de la que nunca había oído hablar. Le pareció muy extraño que el conjunto hubiera yacido durante tan largo tiempo sin llamar la atención, un asombro comprensible si se tiene en cuenta que, de hecho, el cromlech de Avebury estaba (y está) habitado: es tan grande que rodea parte del pueblo que le da nombre. Avebury, situado en Wiltshire (sudoeste de Inglaterra), fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986 y si sabemos el aspecto que pudo tener en el pasado es gracias, en parte, a la labor de Aubrey y sobre todo a la de otro anticuario que lo estudió a fondo y le dedicó una monografía a mediados del siglo XVIII: el doctor William Stukeley (1687-1765), amigo y biógrafo de Newton, naturalista, anticuario, médico, clérigo... y 'druida'.

El conjunto megalítico de Avebury es un círculo irregular de unos 420 metros de diámetro formado por un 'henge' -un terraplen que envuelve una zanja-, que a su vez rodea un círculo de piedras de entre 3 y 4,2 metros de altura. Originalmente debieron de ser un centenar. Cerca del centro había otros dos círculos de piedras menores de 98 y 108 metros de diámetro. La estructura se completaba con dos avenidas formadas por dos hileras de monolitos. Una conducía a otro cromlech, conocido como el Santuario, situado a unos dos kilómetros, mientras que la otra, llamada Beckhampton Avenue, se ha conservado tan mal que su existencia ha llegado a ser discutida hasta que excavaciones recientes han dado con algunas de las piedras que la formaban. Al igual que Stonehenge, el conjunto monumental de Avebury se construyó en varias fases a partir de 3000 aC, pero la mayor parte fue erigida en torno a 2600 aC, al mismo tiempo que la cercana colina artificial de Silbury Hill, que probablemente formaba parte del mismo programa arquitectónico.

Cuando los romanos llegaron a las Islas hacía mucho tiempo que el monumento había sido abandonado. Durante la Edad Media, la vecina aldea de Avebury creció e invadió el recinto. Al deterioro causado por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento se añadió la destrucción activa por parte de los habitantes del pueblo. Consideradas como 'malas', al ser vestigios de algún culto pagano y por tanto diabólico, muchas piedras fueron derribadas y enterradas. En los años 30 del siglo XX, el arqueólogo Alexander Keiller localizó varios de estos monolitos y los alzó de nuevo. Debajo de uno encontró el esqueleto de un hombre del siglo XIV que había muerto aplastado por la piedra que él mismo había echado abajo.

A partir del siglo XVI los aldeanos siguieron destruyendo las piedras, pero con fines más prácticos: eran la cantera de la que extraer sillares para sus casas. Casi todos los eruditos que comenzaron a preocuparse por las antigüedades pasaron Avebury por alto. Aubrey fue el primero en detenerse allí, admirar el monumento, medirlo y darlo a conocer en la corte. Acompañó a Carlos II en una excursión cuyo punto culminante fue la subida a Silbury Hill, desde cuya cima se podía admirar todo el entorno. Al rey le gustaron las antigüedades, pero le entusiasmaron más unos pequeños y encantadores caracolillos que se movían en la hierba. El monarca encargó un estudio sobre estos moluscos y una descripción detallada de Avebury. Aubrey se dedicó a la segunda tarea con entusiasmo. Llegó a la conclusión de que los círculos eran muy antiguos: Son tan extremadamente viejos que ningún libro les alcanza. Apuntó la probabilidad de que sus constructores fueran los druidas, dando pie a un equívoco que, convertido en un mito incombustible, todavía pervive y que relaciona los megalitos con dichos sacerdotes, cuando en realidad se erigieron miles de años antes de que éstos aparecieran.

Druidomanía

Aubrey sugirió que los druidas pudieron ser los constructores de Avebury, Stonehenge y los demás megalitos, pero el autor que convirtió esta idea en una afirmación tajante fue Stukeley. No cabe un ejemplo más propicio del típico anticuario del siglo XVIII que William Stukeley (1687-1765)", señala Glyn Daniel en su clásica 'Historia de la arqueología', en la que recoge el perfil del personaje realizado por su biógrafo Stuart Piggott: el doctor Stukeley fue "uno de los más curiosos y complejos excéntricos ingleses, a veces patético, encantador, digno de admiración o de burla". Daniel destaca que el anticuario es recordado sobre todo por su "druidomanía, lo cual no sería justo. Como muchos anticuarios y protoarqueólogos de los siglos XVII y XVIII, se vio obligado a interpretar el pasado a través de fuentes escritas, es decir, a través de la obras de autores clásicos, que apenas sí mencionaban el pasado bárbaro de Europa, pero que incluían en sus referencias a los druidas, sacerdocio romántico y apasionante que cautivó la imaginación de todos o casi todos".

Stukeley fue mucho más que un erudito extravagante. Su biografía más reciente, 'William Stukeley: science, religion and archaeology in eighteenth century England', escrita por David Boyd Haycock, lo describe como un naturalista interesado por múltiples campos de estudio y de firmes convicciones religiosas, cuyo objetivo era defender una visión tradicional del mundo que estaba empezando a ser cuestionada por algunos estudiosos.

Nacido en Holbeach, Lincolnshire, Stukeley estudió medicina y obtuvo el título de doctor en 1719, un año después de haber ingresado en la Sociedad de Anticuarios, de la que fue secretario durante nueve años. Formó parte también de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural (la Royal Society) y del Colegio Real de Médicos. Como muchos miembros destacados de la Royal Society, se interesó por la Masonería, asociación fraternal en la que fue aceptado en 1721. Sus profundas inquietudes espirituales le llevaron a ingresar en la Iglesia de Inglaterra, en la que recibió las órdenes sagradas en 1729. Se convirtió en un párroco rural (en Stanford, Lincolnshire) y después fue el rector de la parroquia de Bloomsbury, en Londres.

William Stukeley visitó Avebury por primera vez después de leer 'Templa Druidum', el libro de John Aubrey. Entre 1721 y 1724 se las apañó para sacar tiempo de sus muchas actividades para examinar a fondo Stonehenge y Avebury, a los que dedicaría sendos libros. Tomó todo tipo de medidas, dibujó abundantes planos y vistas y llevó a cabo algunas excavaciones superficiales. Su intención era realizar una exactísima descripción de ambos monumentos, completada con buenos planos y perspectivas, y una erudita disertación sobre esta clase de antigüedades. El naturalista iba de uno a otro conjunto, separados por poco más de 25 kilómetros, y solía alojarse en la posada que había dentro del círculo de Avebury (o Abury, como también era conocido el pueblo). Recorría el lugar por la noche a caballo para estudiar los monolitos antes de que los picapedreros acabaran con ellos. El aldeano Tom Robinson, que se jactaba de haber destruido muchas de estas piedras, se convirtió en su archienemigo. Incapaz de detener la destrucción que causaba este personaje, se desahogó caricaturizándolo en su libro y llamándole 'Eróstrato de Abury', en recuerdo del incendiario que quemó el templo de Artemisa de Éfeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Stukeley admiraba Stonehenge, pero en Avebury su amor por el monumento se disparaba reforzado por el dolor que le causaba su continua destrucción. En su libro 'Abury, a temple of the british druids', publicado el 143 (y que se puede consultar en la estupenda página www.avebury-web.co.uk), lamenta que Robinson se vanaglorie por esta clase de ejecución y que los habitantes de Avebury hayan caído en la costumbre de demoler estas piedras, que usan a veces para construir sus casas. El sabio se queja de que esta estupenda construcción, que por miles de años ha superado los continuos asaltos del clima y que, por su propia naturaleza, como las pirámides de Egipto, podría sobrevivir tanto como el mundo, sea sacrificada por la ignorancia y la avaricia de un pequeño pueblo que desafortunadamente hay en su interior.

El libro de Stukeley incluye planos y dibujos que, a pesar de sus imprecisiones y distorsiones a veces intencionadas, permiten hacerse una idea del aspecto que tenía el conjunto en su tiempo y ayudan a los arqueólogos actuales a reconstruir su apariencia original. Buena parte de los monolitos que el anticuario vio y dibujó acabaron cayendo a pesar de sus protestas. Una de las avenidas prácticamente desapareció entera y la otra fue diezmada. De uno de los círculos interiores apenas se conserva nada y el otro se mantiene parcialmente. Lo mismo sucede con el círculo de piedras mayor. Todos los expertos coinciden en que las reproducciones y descripciones de Stukeley son la principal aportación de su obra. La interpretación que hace del monumento es otro cantar.

William Stukeley estudió Avebury y Stonehenge en los años 20 del siglo XVIII y publicó sus monografías sobre ambos conjuntos arquitectónicos dos décadas después. En el intervalo, su fascinación original por los druidas se convirtió en una obsesión teológica que, por paradójico que pueda parecer, reforzó sus creencias anglicanas.

El anticuario estaba convencido de que los megalitos eran obra de los druidas. La verdad es que, en el estado del conocimiento histórico de su época, no había muchos más 'sospechosos' a los que poder atribuirselos. Otros eruditos adjudicaban su autoría a los romanos o a los invasores daneses. Un razonamiento arqueológico condujo a Stukeley a concluir que la propuesta druidica de Aubrey era acertada: observó que las calzadas romanas pasaban por encima o atravesaban círculos de piedras y túmulos. Por fuerza, estos debían de ser anteriores. Además, estos monumentos estaban distribuidos por todas las islas, también los había en lugares en los que los romanos nunca habían puesto el pie. Sus constructores tenían que ser por fuerza los habitantes nativos. En la época de Stukeley el marco cronológico sobre el que trabajaban los estudiosos era el proporcionado por la Biblia. El suyo era un mundo joven, de no más de 6.000 años de edad. Los primeros británicos tenían que ser probablemente descendientes de Noé y de estos habrían tomado sus creencias religiosas. Si, como describían las fuentes clásicas, los sacerdotes de los britanos eran los druidas, estos tenían que profesar las creencias heredadas de los patriarcas posdiluvianos. El suyo tenía que ser el Dios de Abraham.

Un templo patriarcal

Las referencias de los autores clásicos sobre los druidas son algo confusas y contradictorias, pero no dan a entender que estos personajes tuvieran templos propiamente dichos. Solo una oscura mención de Diodoro sobre un templo circular consagrado a Apolo en una isla no menor que Sicilia situada en el Norte podía interpretarse, cogiéndola muy por los pelos, como una descripción de Stonehenge. Pero Stukeley no tenía ninguna duda. Si estas construcciones eran, como él creía, contemporáneas de los druidas, y no parecían ser recintos defensivos ni poblados, tenían que ser sus templos. Sobre Avebury, escribe: Realmente creo que tuvo que ser un templo patriarcal, como los demás del mismo tipo y que hemos descrito también, en el que se rendía culto al verdadero Dios. Para Stukeley, los druidas, al igual que Adán y los patriarcas, no eran otra cosa que cristianos antes de Cristo. Profesaban la antigua religión que había existido desde el principio del mundo. Incluso creían en la Santísima Trinidad -de la que el propio Avebury era una especie de símbolo-, como la Iglesia de Inglaterra.

Este peculiar fervor 'anglicano druidico' le llevó a adoptar el nombre de Chyndonax y a autodenominarse druida. En 1722 había fundado con otros estudiosos de las antigüedades la Sociedad de Caballeros Romanos, cuyos miembros debían ostentar un pseudónimo romano o 'celta'. En el caso de Stukeley el asunto iba más allá de la apariencia y reflejaba una creencia real. Aun siendo párroco anglicano, cuando su mujer tuvo un aborto sepultó el embrión con toda la ceremonia propia de tal ocasión en una especie de oratorio druidico que había construido en su jardín.

El druidismo de Stukeley no era un 'retorno al paganismo' como el que profesan los actuales 'neodruidas'. Stukeley quería demostrar que el cristianismo representado por la Iglesia de Inglaterra no solo era fiel reflejo del original, sino que además los britanos fueron 'cristianos antes que los cristianos'. Stukeley tuvo éxito al transmitir la idea de que los megalitos eran obra de los druidas, como se puede comprobar todavía hoy todos los solsticios de verano en Stonehenge, pero el componente cristiano de su argumento se perdió ya en el siglo XVIII.

En cuanto a su trabajo arqueológico, hay que destacar que sus descripciones de Avebury, Stonehenge y los demás monumentos prehistóricos que estudió no fueron superadas hasta siglo y medio después. Para Glyn Daniel, "por el hecho de que Stukeley atribuyese Avebury y Stonehenge a los druidas y con ellos poblase el mundo del pasado, no debemos olvidar que fue un cuidadoso arqueólogo de campo que hizo observaciones de carácter eminentemente arqueológico".

A día de hoy, no sabemos por qué ni para qué fue construido Avebury, aunque todo apunta a que el conjunto tenía una función ritual. Aubrey Burl, uno de los principales estudiosos del monumento, ha aventurado que el lugar fue escenario de rituales cuyo fin era apaciguar los poderes malvados de la naturaleza que amenazaban a las gentes del Neolítico. Pero el propio Burl subraya que es poco lo que se puede saber a ciencia cierta sobre el uso y significado de estos monumentos. Como afirma en 'Prehistoric stone circles', estas construcciones "están entre los más fascinantes de nuestros monumentos prehistóricos. Ahora tenemos una idea correcta de cuándo fueron erigidos, cómo fueron erigidos, cuáles fueron sus orígenes y qué se puede encontrar en ellos. Para qué fueron utilizados es otra cuestión. La respuesta será probablemente siempre elusiva".

El aspecto original del conjunto, según Stukeley.

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