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EN LA VISITA AL PAÍS DEL SOL NACIENTE

El mal gesto de Rajoy

El presidente del Gobierno cometió un error de bulto en Japón al dar la mano al emperador Akihito y no hacer una reverencia, aunque fuera poco pronunciada

JON GARAY

Jueves, 3 de octubre 2013, 19:07

Mariano Rajoy está de gira estos días. Tras viajar a Nueva York para asistir a la Asamblea General de la ONU y pasar un mal rato en la entrevista con la agencia Bloomberg al tener que responder -en castellano; casi mejor, visto lo visto con Ana Botella- a preguntas sobre el 'caso Bárcenas', el presidente del Gobierno regresó a España para visitar al Rey tras ser intervenido de sus reiterados problemas de cadera. A continuación, puso rumbo a Kazajistán, una de esas países instalados en el corazón de Asia donde sobra el dinero gracias a sus inmesos recursos naturales. La siguiente parada de su 'tourné' le ha llevado a Japón, justamente el país cuya capital, Tokio, arrebató a Madrid los Juegos de 2020. Y aquí, el don de gentes de Rajoy le ha fallado estrepitosamente.

Dicen los analistas políticos que la táctica más empleada por el presidente en casi todos los casos es no hacer nada. Dejar que las tormentas escampen por sí solas. Evitar las preguntas de los periodistas. Esperar a que la actualidad de hoy devore a la de ayer. Pero esta táctica no es aplicable cuando uno se enfrenta con mandatarios extranjeros. Aquí hay que 'actuar', aunque sea solo para saludar. Con los líderes occidentales no hay mayor problema. Encontrarse con Obama no es, en principio, más problemático que hacerlo con Merkel u Hollande -salvo que se sea Josep Piqué y se empeñe en tocar el suelo con la barbilla para mostrar su respeto a George Bush en su visita a España en el año 2001-.

Más peliagudo es viajar al Lejano Oriente. En Japón, el contacto físico no está bien visto. Los ciudadanos de a pie lo evitan en todo lo posible y se limitan a pequeñas inclinaciones de cabeza para saludarse. Incluso evitan mirarse directamente a los ojos. Tanto más cuidadosos son con estas cuestiones de protocolos cuanto mayor es la distancia social que le separa de su interlocutor. Y no es lo mismo inclinarse 15 grados -gesto informal- que 45 -mucho más formal-. Incluso está establecido lo que tiene que durar el saludo. El caso del emperador es el extremo. Aunque ya no sea un ser divino como lo fue hasta el final de la II Guerra Mundial, se le tiene un enorme respeto. Los antropólogos han estudiado en muchas ocasiones estas diferencias que hacen que unas culturas admitan una mayor cercanía con el vecino y otras apenas toleren el contacto. Los diplomáticos lo aprenden a la fuerza. Rajoy parece ser que no.

Resulta que en su encuentro con Akihito, el presidente se lanzó a estrecharle la mano como haría con cualquiera de sus homólogos europeos. Esto no está mal en sí mismo. Los mandatarios extranjeros así lo hacen también, se supone que como deferencia por parte del emperador nipón, que a su vez debe recibir una genuflexión más o menos acusada. Lo que no hizo fue inclinar la cabeza, que era lo que tocaba. No era tan difícil saber esto. Bastaba con ver lo que hizo Zapatero en su visita de 2010. U Obama un año antes. De hecho, habría acertado más haciendo la reverencia de Piqué con Bush que quedándose tal cual.

Los malentendidos diplomáticos no terminaron aquí. Al presidente le colocaron en un encuentro con empresarios una rosa bien hermosa en la solapa de su traje. Una rosa roja, para más inri. Su cara de sorpresa sería similar a la que hubiera puesto el emperador si en Japón fueran dados a exteriorizar sus emociones. La rosa es un signo de respeto en la cultura nipona hacia un invitado ilustre. Nada que ver con la simbología socialista. Como tampoco inclinar la cabeza ante un japonés significa humillarse. Es su forma de saludar. Nada más.

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