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FERMÍN APEZTEGUIA
Domingo, 22 de septiembre 2013, 17:47
Los kilos de más no siempre resultan perjudiciales para la salud. Un tercio de las personas obesas tiene sus niveles de colesterol y glucosa en perfectas condiciones y se encuentra incluso más protegido que el resto de la población frente a enfermedades tan graves como el cáncer de colon. Comen lo que les da la gana, engordan y están perfectamente sanas. El suyo no va más allá de ser un problema estético, porque lo único que tienen es lo que los especialistas llaman una obesidad metabólicamente saludable. Es algo que se consigue gracias una flora intestinal rica y variada; y que, además, está llamado a revolucionar la lucha contra la obesidad.
«Es un concepto ecológico. Un individuo resulta más sano cuando su flora intestinal está formada por especies más variadas. Las personas con un intestino menos frondoso soportan, en cambio, más fallos en los mecanismos que regulan la insulina, la glucosa y el apetito», explica de manera gráfica el director de la unidad de Sistema Digestivo en el hospital Vall d'Hebron, Francisco Guarner, que lidera la participación española en el proyecto europeo MetaHIT. La iniciativa, financiada por la Comisión Europea, se ha propuesto desentrañar los secretos de la flora intestinal, cuyo cuidado y buen uso desde el punto de vista clínico podría convertirse en una herramienta contra las enfermedades metabólicas tan útil como la misma dieta y el ejercicio.
Más que restos fecales
El aparato digestivo del ser humano está poblado por más de cien mil millones de bacterias que pesan en total entre 1,5 y dos kilos. Ninguno de esos microbios vive en la boca, el estómago o los intestinos en el momento del nacimiento, pero en poco tiempo, cuestión de días, se hacen con el control de la zona. Llegan a través del aire y sobre todo de los alimentos; y unas con otras van formando una auténtica jungla microbiana, todo un ecosistema que desempeña un papel fundamental en el proceso de la digestión, la conversión de los alimentos en energía y la generación de inmunidad natural frente a las enfermedades.
Algunas son verdaderamente peligrosas. Si se multiplican más de lo debido, podrían generar a la persona una infección, pero el 95% de ellas resultan muy beneficiosas para la salud hasta el punto de que refuerzan el sistema de defensas. Dado su enorme volumen y las funciones tan trascendentales que desempeñan, algunos científicos no han dudado en defender la necesidad de que la flora intestinal sea considerada como un órgano más, lo mismo que el corazón o el cerebro.
Para la mayoría de las personas, una muestra de tan prometedoras bacterias no dejaría de ser nada más que materia fecal, pero los científicos las ven con otros ojos. Múltiples patologías, no sólo las relativas a la circulación sanguínea, sino también otras como el asma y algunos cánceres, están relacionadas directamente con el buen funcionamiento de la 'fauna digestiva'.
El primer científico que se dio cuenta de su enorme valor fue el ruso Elie Metchnikoff, cuyos trabajos sobre las saludables ventajas del yogur le sirvieron para obtener el Nobel de Medicina en 1908. El impulso definitivo a las investigaciones de aquellos primeros estudios llegó de la mano del proyecto MetaHIT (Metagenómica del Tracto Intestinal Humano), puesto en marcha en 2008. Trece instituciones científicas de ocho países comunitarios, entre ellos España a través del hospital catalán de Vall d'Hebron, intentan explicar el sentido de tanto bicho de tamaño microscópico dentro del organismo humano. Después de cinco años de investigación ya tienen algunas respuestas, que se recogen en el último número de la revista 'Nature'.
Los individuos con una flora intestinal 'pobre', no en cuanto al número de bacterias, sino a su diversidad, tienen mayor propensión a que fallen los mecanismos esenciales del metabolismo y, por tanto, a engordar y a que se les desequilibren los niveles de insulina. Según pasa el tiempo, la evolución de todas esas personas es, además, peor, según detalla Guarner, cuyo equipo forma parte del grupo que analiza los resultados de los estudios. «Ganan más peso y se acercan más al síndrome metabólico, que es una forma de obesidad ligada a problemas más complejos, como los de tipo circulatorio, patología cardiovascular y diabetes, fundamentalmente», detalló a este periódico el experto.
Menos antibióticos
También ocurría al revés. Los individuos con una tracto intestinal más florido, independientemente de su peso, presentaban mejores niveles de colesterol, azúcar y moléculas inflamatorias. Los resultados de todos estos trabajos parecen tan determinantes que sus responsables han comenzado a poner en tela de juicio el Indice de Masa Corporal (IMC) como medida de evaluación de los riesgos para la salud. El IMC se calcula dividiendo el peso de una persona entre su altura en metros, elevada al cuadrado. Si el número resultante supera la cifra de 25, se está en una situación de sobrepeso. Cuando el resultado iguala o supera el índice 30 indica ya obesidad. «Analizar la flora intestinal puede darnos una visión más precisa del estado de salud de un paciente», argumenta Guarner.
A pesar de que la flora intestinal de un individuo queda determinada en sus dos primeros años de vida, los científicos consideran que es posible mejorarla mediante dos vías. La principal de ella es la dieta, a través del consumo continuado de alimentos ricos en fibra. Desde este punto de vista, resultan especialmente sanos los cereales, y también el tomate, las acelgas, alcachofas, frutas y verduras.
Existen, además, tres tipos de alimentos que estimulan el desarrollo de bacterias intestinales. La relación incluye a los productos probióticos, que contienen microorganismos vivos, como el yogur: los prebióticos, que favorecen su multiplicación; y los llamados simbióticos, que cubren ambas funciones. «Este es el futuro de la nutrición. Quien consiga caracterizar la flora intestinal y determinar qué alimentos favorecen una mejor gestión del colesterol y la conversión de los alimentos en energía ganará el Premio Nobel», asegura el presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), Javier Aranceta.
El control del uso de los antibióticos constituye el segundo frente en el que puede trabajarse en la mejora del tracto intestinal. Diferentes investigaciones han demostrado que la flora del aparato digestivo resulta mucho más diversa en África y países como Venezuela y México, que en muchas ciudades europeas y de Estados Unidos. A los diez años, los niños occidentales han consumido ya diez o doce veces más antibióticos que los que viven en países más pobres. La vegetación que puebla sus tripas paga las consecuencias del consumo abusivo de fármacos. «Los médicos no podemos dar antibióticos tan alegremente. Un resfriado o una diarrea no justifican su uso», alerta el especialista Francisco Guarner.
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