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JULIO ARRIETA
Viernes, 2 de agosto 2013, 10:35
La víctima más célebre de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya y Herculano el año 79 fue Plinio el Viejo. Sin embargo, el célebre naturalista no sucumbió en ninguna de estas dos famosas ciudades, sino en la cercana Estabia, una localidad que ha permanecido a la sombra de sus hermanas a pesar de ser uno de los sitios arqueológicos más notables de Italia, sobre todo por la monumentalidad de sus villas urbanas. Lo que también distingue a Estabia de Pompeya y Herculano es que, a diferencia de éstas, sus habitantes regresaron tras la catástrofe y le devolvieron la vida.
Estabia era una ciudad antigua cuando fue enterrada por la ceniza expulsada por el Vesubio. El lugar, situado a unos 5 kilómetros al sur de Pompeya, junto al mar y en una tierra muy fértil gracias precisamente a los sedimentos volcánicos, estuvo habitado por lo menos desde el siglo VIII aC. Los romanos lo ocuparon en 340 aC y a partir de ese momento no dejó de crecer gracias a las inmejorables condiciones de la región para la agricultura, que comentó el mismo Plinio el Viejo (23-79) en su 'Historia Natural': La costa de Campania, con aquella fecunda y bendita belleza suya, manifiesta que hay un lugar en el que la naturaleza se recrea en su obra.
Antes de empezar la llamada Guerra Social (91-88 aC), que enfrentó a la República de Roma con sus aliados italianos que reclamaban la ciudadanía, Estabia era un pueblo fortificado dedicado a la agricultura que contaba con un pequeño puerto y del que dependían otras aldeas menores y granjas, que formaban el 'Ager Stabiano'. Cuando se desencadenó el conflicto, Estabia, como Pompeya y otras ciudades de la región, se alzó contra Roma, pero fue sometida tras un largo asedio del ejército mandado por Lucio Cornelio Sila (138-78).
La localidad fue asolada y sus murallas derruidas. Pero Estabia renació convertida en algo diferente: una ciudad de vacaciones para los romanos más adinerados, que construyeron en la colina que dominaba la costa villas magníficas y lujosas, dotadas de complejos de baños termales privados, gimnasios y jardines. Las pinturas murales que decoraban estas villas se cuentan entre las de mejor calidad que se conservan del arte romano.
Toda la región fue sacudida por un terremoto muy fuerte en el año 62. Según el historiador Tácito (55-120), Pompeya fue en gran parte destruida. Los efectos en Estabia fueron devastadores y gran parte de la ciudad se vino abajo. Aunque sus habitantes emprendieron las labores de reconstrucción inmediatamente, algunos de sus edificios todavía estaban en obras cuando se desencadenó la erupción del Vesubio del año 79.
Una fecha incierta
Convencionalmente se acepta que la erupción que sepultó Pompeya, Herculano, Estabia, Oplontis y varias localidades y villas más ocurrió entre el 24 y el 25 de agosto del año 79. La fecha figura en el relato de un testigo, Plinio el Joven (61-112), que narró la muerte de su tío y su propia experiencia durante la catástrofe en dos cartas que remitió a Tácito. Sin embargo, Plinio, que tenía 17 años cuando ocurrió todo, escribió un cuarto de siglo después y es posible que le traicionara la memoria. Además, los manuscritos medievales en los que se conservan sus cartas dan fechas distintas debido a los errores de los copistas. Mary Beard recoge en 'Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana' (editado por Crítica) varios indicios que señalan que la catástrofe tuvo que ocurrir en otoño, y no en verano.
En todo caso, Plinio recordó así la erupción del Vesubio y el fallecimiento de su tío en Estabia: [Mi tío] estaba en Miseno y mandaba personalmente la escuadra. El noveno día antes de las calendas de septiembre (24 de agosto), casi a la hora séptima, mi madre le señaló la aparición de una nube de inusitadas grandeza y forma. Había tomado el sol y se había lavado con agua fresca y luego había comido un poco, y echado, estudiaba. Se puso las sandalias y subió a un sitio desde donde se podía contemplar mejor aquel portento. Aparecía una nube y los que la miraban desde lejos no sabían desde qué montaña salía, pero después se supo que se trataba del Vesubio.
El aspecto de la nube llamó la atención del joven, que la describe con tal detalle que el tipo de erupción volcánica al que corresponde es denominado en la actualidad como 'pliniana' por los vulcanólogos. Tenía un aspecto y una forma que recordaba a un pino, más que a ningún otro árbol, porque se elevaba como si se tratara de un tronco muy largo y se diversificaba en ramas. Creo que ello se debía a que, al debilitarse la corriente que en un principio la impulsaba, la nube, sin esta fuerza impulsora o debido a su propio peso, se desvanecía a lo ancho y tan pronto era blanca como sucia y manchada, según llevara tierra o ceniza.
Famoso por su insaciable curiosidad científica, Plinio el Viejo, que entonces contaba 56 años, decidió embarcar para observar el fenómeno lo más cerca posible. Preguntó a su sobrino si quería acompañarle, pero el joven prefirió quedarse en casa trabajando, pues me había encargado que le escribiera ciertas cosas. Pero el sabio recibió un mensaje pidiendo ayuda de Rectina, la mujer de Tasco, la cual le rogaba que le sacara de aquel trance, pues estaba atemorizada por el inminente peligro ya que su villa estaba precisamente debajo de la montaña y solo le era dado huir con navíos, por lo que la expedición científica se convirtió además en una de rescate.
El autor de la 'Historia Natural' se embarcó con la intención de prestar auxilio no solo a Rectina sino a muchos, porque aquel litoral era tan agradable que era muy frecuentado. Directamente se dirigió ahí donde los demás huían, mantuvo el timón en dirección al peligro, y tan ajeno al miedo que tomaba nota de los movimientos de aquella calamidad y de todo lo que se ofrecía ante sus ojos. Cuanto más se aproximaba, la ceniza caía en las naves cada vez más caliente y más densa, y también pedruscos y piedras ennegrecidas y rajadas por el fuego, al tiempo que el mar se abría como un vado y las playas se veían obstaculizadas por los cascotes. En vista del peligro evidente, el piloto de la nave propuso regresar, pero Plinio, siempre según su sobrino, le respondió: "La fortuna favorece a los fuertes, dirígete a la casa de Pomponiano".
Pomponiano vivía en una de las lujosas villas de Estabia. Gracias al viento favorable, el naturalista llegó sin mayores problemas a su destino y se encontró con su amigo: Lo abrazó tembloroso y lo consoló y animó, con la intención de apartar su temor con serenidad. Plinio trató tranquilizar a su anfitrión e intentó fingir cierta normalidad, a pesar de lo evidentemente anormal de la situación. Ordenó que se le preparara el baño, y después se dirigió a la mesa, donde cenó alegremente o, lo que todavía es más digno de admiración, fingiendo estar alegre. Pero la erupción seguía su curso: En el Vesubio relucían, en diversos lugares, anchísimas llamas y elevados incendios, cuyo fulgor y cuya claridad se destacaban en las tinieblas de la noche. Mi tío, para excusar el miedo, decía que se trataba de hogueras hechas por campesinos fugitivos o villas abandonadas que ardían. Con admirable sangre fría, el militar y naturalista decidió acostarse: Y en verdad que durmió con un sueño profundo, pues sus ronquidos eran oídos por los que estaban de guardia en la puerta. Pero el patio por el que se llegaba a la habitación empezó a llenarse de tal modo de ceniza y de pedruscos que si hubiesen permanecido ahí, no hubieran podido salir. Se despertó y se reunió con Pomponiano y los demás, que habían estado velando.
Lluvia de piedras
El grupo discutió qué hacer, i exponerse a la lluvia de cenizas y fragmentos de pumita, o aguantar a cubierto los frecuentes y largos temblores que sacudían la casa. La caída de pedruscos les pareció más llevadera y decidieron escapar. Se pusieron almohadas en la cabeza, sujetas con trapos, única protección contra lo que caía. En otras partes había amanecido ya; allí seguía una noche más negra y más densa que todas las noches, solo rota por antorchas y luces variadas. Avanzaron hacia la playa. El mar estaba desierto y adverso. Allí, Plinio empezó a sentirse mal: Se echó sobre un lienzo, pidió agua fresca y la bebió dos veces. A él le despertó y a los demás les hizo huir el olor del azufre, precursor de las llamas, que llegaron luego. Se levantó apoyándose en dos sirvientes, pero cayó en seguida debido, creo, a que el vaho caliginoso le tapó la respiración. El sabio era asmático y no pudo soportar el aire cargado de gases. Cuando nuevamente se hizo de día, su cuerpo fue hallado intacto y tal como iba vestido; pero más tenía el aspecto de dormir que de estar muerto.
En su segunda carta a Tácito, Plinio el Joven describe su propia experiencia en Miseno, puerto situado al oeste del Vesubio. Aquella noche fue tan fuerte que parecía que todo, más que moverse, se venía abajo. Mi madre entró precipitadamente en mi habitación justo cuando yo salía con intención de despertarla si dormía. (...) Llegó la primera hora del día y todavía no había claridad. Los edificios de los alrededores estaban tan agrietados que en aquel lugar descubierto y angosto el miedo crecía por momentos. Entonces nos pareció oportuno abandonar la villa. Madre e hijo huyeron al campo. El joven pudo apreciar que la playa se había ensanchado y muchos animales marinos habían quedado en seco sobre la arena. Por otro lado, una negra y horrible nube, rasgada por torcidas y vibrantes sacudidas de fuego, se abría en largas grietas de fuego, que semejaban relámpagos, pero eran mayores. La tormenta de ceniza y piedra pómez alcanzó a los fugitivos: Al volver el rostro vi que se aproximaba una espesa niebla por detrás de nosotros que, como un torrente, se extendía por tierra. 'Apartémonos -dije- mientras veamos, para que la multitud no nos atropelle en la calle empedrada cuando vengan las tinieblas'. Apenas había dicho esto cuando anocheció, no como en las noches sin luna o nubladas, sino con una oscuridad igual a la que se produce en un sitio cerrado en el que no hay luces. Allí hubieras oído chillidos de mujeres, gritos de niños, vocerío de hombres: todos buscaban a voces a sus padres, a sus hijos, a sus esposos, los cuales también a gritos respondían (...). Cuando aclaró un poco nos pareció que no amanecía sino que el fuego se iba aproximando; pero se detuvo un poco lejos y luego volvieron las tinieblas y otra vez la densa y espesa ceniza.
El poeta Marcial (40-104) resumió así la catástrofe: Todo alrededor del Vesubio yace sumergido en llamas y en incierta ceniza. Ni los dioses del cielo habrían querido la facultad de hacer esto.
Aunque a menudo suele describirse esta erupción histórica como un desastre repentino que pilló desprevenidos a los habitantes de Pompeya y las demás localidades del entorno del Vesubio, todo apunta a que la montaña dio indicios de que iba a reventar desde varios días antes. De hecho, el estudio de los restos arqueológicos de Pompeya, Herculano y Estabia parece indicar que muchos de sus vecinos habían abandonado sus casas y algunos de los que sucumbieron fueron sorprendidos por la lluvia de ceniza y la fatal nube piroclástica cuando habían regresado a recuperar sus cosas. Sobre el caso de Pompeya, Mary Beard señala que, en su mayor parte, lo que quedó para que luego lo descubrieran los arqueólogos es una ciudad 'después' de que sus habitantes hicieran apresuradamente el equipaje y se marcharan. Esta circunstancia tal vez nos ayude a explicar por qué las casas de Pompeya dan la impresión de estar escasamente amuebladas y de contar con pocos trastos. No es que la estética predominante en el siglo I fuera una especie de minimalismo moderno. La mayor parte de los trastos de la casa probablemente había sido cargada en carros y salvada por sus propietarios.
En el caso de Estabia, los arqueólogos señalan que las víctimas no debieron ser muchas. La mayor distancia respecto al Vesubio dio más tiempo a sus vecinos para huir. Pero, además, hay otra circunstancia que diferencia a esta ciudad de Pompeya y Herculano. Galeno (130-200) escribió que de las ruinas de la terrible erupción del Vesubio que dibujó una mortaja fúnebre de piedra y cenizas sobre toda la Campania, muchas ciudades no resurgieron nunca y de algunas se perdió hasta el nombre: Pompeya, Herculano, Oplontis. Si Estabia resurgió con rapidez fue gracias a la fama de su clima, sus aguas, su leche. En efecto, los habitantes de Estabia regresaron y reconstruyeron la ciudad devolviéndola en cierto modo a su estado anterior a la Guerra Social: las villas de la colina de Varano fueron abandonadas y la localidad creció en otra dirección, convertida de nuevo en un pueblo de agricultores y pescadores en la llanura junto al mar que ahora ocupa la ciudad de Castellammare di Stabia.
El descubrimiento
Aunque el lugar fue habitado sin interrupción a lo largo de la Edad Media y la Edad Moderna, la memoria de su pasado y nombre romanos se había perdido a mediados del siglo XVIII, cuando fue 'descubierta' para la arqueología o, mejor dicho, para los estudiosos de las antigüedades. El ingeniero militar zaragozano Roque Joaquín de Alcubierre (1702-1780) solicitó permiso para excavar en la finca real de Portici, animado por los hallazgos esporádicos de obras de arte romanas de las que había tenido noticia. Carlos de Borbón, rey de Nápoles y Sicilia (y de España a partir de 1759), se lo concedió animado por su interés personal por el pasado clásico.
En enero de 1739 Alcubierre dio con una estructura que interpretó como un templo pompeyano, pero que una inscripción identificó como el teatro de Herculano. La excavación de esta ciudad y el hallazgo de numerosos artefactos y obras de arte favoreció que el rey extendiera los permisos de excavación a otra zona que era conocida como la 'Civita', la ciudad, porque en ella había ruinas a la vista que ya habían llamado la atención de los curiosos -uno de ellos, el emperador Carlos V- desde el siglo XVI. Tal y como recoge Félix Fernández Murga en 'Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia' (editado por la Univ. de Salamanca), Alcubierre escribió en su diario: El 2 de abril de 1748, se estableció el trabajo de una nueva excavación, pasada la Torre de la Anunciada, en el paraje que llaman la Civita, en las inmediaciones del río Sarno. El militar aragonés identificará erróneamente este lugar con Estabia. Esta localidad fue descubierta de hecho al año siguiente por el propio Alcubierre. El aragonés se encargó de la excavación, o más bien exploración, de las villas de San Marcos -una enorme mansión de 11.000 metros cuadrados con complejo termal privado, la más grande de todas conservadas en la Campania-, del Pastor y de Ariadna -una de las más antiguas de la ciudad y cuya mayor parte permanece intacta aún-. A partir de 1750 Alcubierre fue asistido por el ingeniero y arquitecto suizo Karl Jakob Weber (1712-1764), que trazó planos y realizó mediciones topográficas de gran precisión.
El método de Alcubierre y sus ayudantes era más minero que arqueológico. Consistía en abrir túneles que se entibaban a medida que la excavación progresaba, por los que se accedía a las habitaciones de los edificios incluso atravesando sus paredes si era necesario. Una vez extraídas las antigüedades, las galerías se volvían a rellenar. Abrir esos túneles era una labor penosa y peligrosa, por lo que se utilizó a reclusos como mano de obra. No era un trabajo arqueológico propiamente dicho, se trataba de obtener antigüedades de valor para que engrosaran la colección real o fueran expuestas en el Museo Ercolanese, habilitado en 1750 en el palacio Caraménico. Los frescos y objetos más notables de Estabia fueron trasladados al palacio real de Portici. A pesar del entusiasmo del rey por las antigüedades -hasta que se trasladó a España recibía un informe semanal sobre los trabajos y examinaba los artefactos más notables a diario-, los yacimientos abiertos eran demasiados, por lo que se ordenó a Alcubierre que dejara de excavar en Estabia y se centrara en Pompeya.
Los trabajos en Estabia fueron interrumpidos en 1762, aunque Alcubierre intentó que le dejaran reanudarlos varias veces escribiendo cartas insistentes al ministro Bernardo Tanucci. Lo logró tres años después, pero fueron suspendidos definitivamente en 1782. La interrupción de las excavaciones en el siglo XVIII tuvo un efecto positivo: el yacimiento llegó en buen estado a manos de los arqueólogos de mediados del siglo XX, sin pasar por las excavaciones muy destructivas y nada metódicas del siglo XIX y principios del XX. Como las que sí sufrió Pompeya, sin ir más lejos.
En 1950 comenzaron las primeras excavaciones contemporáneas de Estabia bajo la dirección de Libero D'Orsi, que se las apañó para trabajar con reconocida eficacia durante 12 años a pesar de lo reducido de su equipo y las dificultades económicas. A partir de 1962 solo se realizaron trabajos esporádicos y de conservación, incluidas las labores de restauración de los edificios dañados por el terremoto de 1980. Ahora Estabia es uno de los parques arqueológicos más importantes de Italia, cuya excavación, restauración y divulgación depende de la fundación italo americana Restoring Ancient Stabiae (RAS). La mayor parte de la antigua ciudad sigue bajo tierra.
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