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JON GARAY
Martes, 9 de abril 2013, 19:12
"Coronel, lo voy a matar. Voy a matar a toda su familia hasta la tercera generación, y después voy a desenterrar a sus abuelos, les meteré unos cuantos tiros y los volveré a enterrar". Así se las gastaba Pablo Escobar, el capo entre los capos, el narcotraficante más famoso, rico y sanguinario del mundo durante la década de los ochenta y principios de los noventa. El coronel al que amenazaba era Hugo Martínez, el jefe del equipo policial que le persiguió sin tregua desde que Colombia decidiera que sus andanzas habían sobrepasado todos los límites. Llevaba meses escuchando sus mensajes y tratando de cazarlo. El Patrón lo sabía, pero sólo conocía el miedo de oídas. Había matado y ordenado matar a candidatos presidenciales, ministros, policías, políticos, abogados, periodistas y rivales del hampa a cientos. Ahora trataba de escapar de la más terrible persecución policial imaginable: cientos de agentes colombianos con los mismos reparos -ninguno- que tenía él para matar, mutilar y torturar apoyados por la tecnología y los mejores militares de Estados Unidos, el principal destino de la cocaína de Escobar.
En 1989, la revista Forbes había publicado su conocida lista de los hombres más ricos del mundo. En séptimo lugar figuraba Pablo Emilio Escobar Gaviria, con una fortuna calculada en 3.000 millones de dólares de la época. Hijo de una maestra de escuela y de un campesino, su imparable carrera en el mundo del crimen tuvo un origen muy humilde: estafaba a transeúntes con billetes de lotería falsos y traficaba con tabaco de contrabando. La leyenda dice también que menudeó con algo todavía más macabro como son las lápidas, que supuestamente borraría para poder reutilizarlas. Con el tiempo empezó a robar coches hasta que descubrió que era todavía más lucrativo vender la protección para evitar esos mismos robos. Este agudo sentido 'comercial' se pudo ver más adelante, cuando dio con el gran filón que cambiaría su vida y la de todo su país. La juventud norteamericana se había olvidado de la marihuana de los sesenta y quería sensaciones más fuertes. Su elección fue la cocaína. Y en Colombia abunda.
Una vez que despachó a los narcos de poca monta que controlaban el negocio, los dólares comenzaron a cáersele de las manos. Literalmente. Tenía tanto dinero que no sabía que hacer con él. Así nació 'Hacienda Nápoles', una residencia de 20 kilómetros cuadrados en la que construyó un aeropuerto, un helipuerto, una red de carreteras, seis piscinas -en sus muchas residencias no era raro que las tuviera de dimensiones olímpicas, nada de piscinitas-, varios lagos y la capacidad de albergar con todas las comodidades imaginables a 100 huéspedes. Como si fuera lo más normal del mundo, estos invitados podían ver allí mismo jirafas, leones, rinocerontes, cebras... Sus fiestas hacían que las organizadas por Berlusconi parecieran misas dominicales. A ellas solía invitar a reinas de la belleza -las quinceañeras eran su debilidad- a las que hacía correr desnudas. Quien ganara se llevaba un deportivo último modelo. Eso sí, en ocasiones también las afeitaba las cabezas o las hacía subir a los árboles. En una de sus residencias se encontró una mesa de obstetricia que cabe pensar que se usaría para cualquier cosa salvo para lo que están pensadas.
La cárcel más lujosa del mundo
El siguiente paso en su ascenso sería la política. En 1978 tuvo sus primeros escarceos que culminaron en 1982, cuando llegó a sentarse en el Parlamento colombiano como suplente del representante de Envigado, ciudad situada en el departamento de Antioquía, en el norte del país. Hasta llegó a fotografiarse con su hijo delante de la mismísima Casa Blanca, en las mismas narices de Ronald Reagan. Justo ahí comenzó su caída. La elite política colombiana no soportó que el hombre que financiaba sus campañas electorales -incluidas las de los candidatos presidenciales- quisiera llegar tan alto. Su arma, la amenaza de extradición a Estados Unidos, lo único que podía amedrentar a los miembros del cartel de Medellín que él lideraba. El arma de Escobar, las bombas, secuestros y matanzas sin fin. Comenzó una guerra sin cuartel que terminó con el Estado doblegado ante los deseos del capo. Escobar se entregó, pero a cambio de la promesa de no ser extraditado y de ingresar en una cárcel con todos los requisitos que toda prisión debería tener: además de los barrotes y los guardianes -elegidos cuando no pagados por él- dispuso de jacuzzis, camas de agua, gimnasio, bar, una discoteca donde llegó a organizar recepciones de boda y un campo de fútbol. Como era muy aficionado a este deporte, solía acudir a Medellín a ver los partidos de Liga cortándose el tráfico para que él pasara. En las navidades de 1991 se permitió la licencia de viajar a Bogotá para hacer las compras de Nochevieja. Y en el verano de 1992 celebró una fiesta para conmemorar el primer año de su encierro.
Cuando se hicieron públicas las fotos de 'La Catedral', que así se llamaba la prisión, el Gobierno trató de llevarlo a una cárcel de las de verdad. 400 militares acudieron a sacarle de allí ... y escapó andando tranquilamente. García Márquez cuenta en 'Noticia de un secuestro' que sobornó con un plato de comida a un sargento y a dos soldados muertos de miedo. Desde entonces no pudo permanecer más de seis horas en el mismo lugar ante la cacería emprendida por el coronel Martínez. Su único punto débil, su familia, fue su perdición. Una conversación que se alargó más de la cuenta con su hijo Juan Pablo el 2 de diciembre de 1993 permitió a los polícías localizarlo y abatirlo en una casa en el corazón de Medellín, la ciudad donde era venerado entre los más pobres. Desesperados, en su funeral llegaron a abrir el féretro para tocar al ídolo caído. Murió un día después de su 44 cumpleaños. "Quiero ser importante", le había dicho a su madre cuando todavía adolescente decidió abandonar los estudios...
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