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AITOR ALONSO
Viernes, 11 de mayo 2012, 11:38
No cosechan buena fama últimamente los dulces clásicos, los de toda la vida, los que se elaboran a base de (grandes cantidades de) azúcar, harina y huevos. La tiranía de la moda, de la estética y de la delgadez atenaza cocinas tradicionales como ésta, donde lo primordial era abastecer de carbohidratos energizantes en pequeñas dosis a aquellos que tenían poco para comer en tiempo de escasez y que además podían ser elaborados con sencillas materias primas. Las rosquillas, las yemas, los coquitos, los mantecados, las tejas, los guirlaches... productos heridos de muerte y que han terminado sucumbiendo a la época de la comida light y que, en un gigante contrasentido, también han perdido la batalla ante otros postres o desayunos menos saludables, como la bollería industrial, los pastelitos con agujero o ese hojaldre de panadería que al día siguiente parece de mármol.
No está de más, por tanto, que de vez en cuando se gire la vista hacia los postres tradicionales y hacia el colectivo que los conserva en su tradición, las religiosas de convento. Y para mostrarlo al público, qué mejor que una feria o mercado específico, en este tierra en la que tan dados somos a ello. Así que apunten. El claustro del antiguo convento de La Encarnación, en Bilbao, acogerá este fin de semana una nueva edición, y van nueve, de los "Dulces del convento", un mercado de repostería y artesanía de los monasterios de clausura promovido y organizado por el Museo Diocesano de Arte Sacro que promete para esta ocasión «sabrosas novedades».
Ya de por sí es un reclamo atractivo, pero es que además tiene parte de buena causa. Las ventas se destinarán a atender necesidades urgentes de las órdenes, como la reparación del tejado de Las Clarisas de Astudillo (Palencia), la reconstrucción del edificio monacal de Villamayor de los Montes (Burgos) a causa de un derrumbe, y el tratamiento de humedad en Las Clarisas de Medinaceli (Soria). No lo piensen como una dádiva a la Iglesia, sino a las pequeñas órdenes de sacrificadas religiosas que elaboran a mano esos manjares que se expondrán en la feria bilbaína y que sin su desvelo, posiblemente, terminarían extinguiéndose.
El año pasado, la iniciativa -que reunió a 51 conventos de España, Francia y África- volvió a cosechar un rotundo éxito. Buena prueba de ello fue el paso de más de 7.500 personas en sólo tres días, lo que obligó a sus impulsores a reponer existencias. Diez mil kilos de pastas y dulces, 1.800 tarros de mermeladas y confituras, 900 quesos de Cóbreces, 700 botellas de vino y licores, y 60 kilos de café arábica traído de Camerún cambiaron de manos en aquella ocasión, hasta el punto de que el domingo por la tarde las mesas del mercado estaban casi vacías y abiertos sólo la mitad de los puestos. Este fin de semana también habrá miel, brownies, rocas de Asís o barquillos, todo para chuparse los dedos. Y la mejor forma de poner punto final al mercado será cuando el lunes por la mañana, aún medio dormido, comiencen a mojar en el café una estupenda rosquilla casera. Un placer celestial.
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