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DAVID GUADILLA
Lunes, 7 de mayo 2012, 12:53
Los socialistas vascos se enfrentan a un reto titánico durante los próximos meses: dar la vuelta a la percepción de que la legislatura liderada por Patxi López apenas será un paréntesis en la historia y de que están abocados a un batacazo en unas autonómicas en las que, según las encuestas, el PNV y la izquierda abertzale se disputarán la condición de fuerza mayoritaria en Euskadi. Cuando se cumplen tres años de su acceso al Gobierno vasco, el PSE está convencido de que tiene margen de maniobra. Quizá no para mantener la Lehendakaritza, pero sí para ser determinante en el nuevo tablero político que se dibuje tras las próximas elecciones, cuya fecha sigue en el aire. El Ejecutivo insiste en agotar los plazos y llegar hasta febrero de 2013, pero las cada vez más sonoras discrepancias con sus socios preferentes del PP alimentan la opción de un eventual adelanto a otoño.
El cambio se materializó en tres días de mayo de 2009. El 5, el Parlamento designó lehendakari a Patxi López con los votos de su propio partido y del PP. El 7, el líder socialista prometió su cargo en la Casa de Juntas de Gernika poniendo la mano sobre el Estatuto. El 9, los diez nuevos consejeros tomaron posesión de sus cargos. El PSE llegaba a Ajuria Enea por primera vez. Se encontraba en la cresta de la ola. Tres años después, afronta el último tramo de su primera legislatura al frente del Gobierno con la evidencia de que el viento ya no sopla a favor, sino más bien lo contrario.
Una tendencia que los socialistas aspiran a corregir agarrándose a dos velas: la defensa del autogobierno frente al «centralismo» del PP y el soberanismo de las formaciones abertzales y del Estado de Bienestar. O lo que es lo mismo, profundizando en su discurso vasquista de izquierdas. Se trata de una estrategia en la que lleva inmerso desde hace meses, que se ha agudizado desde que Mariano Rajoy accedió a La Moncloa y en la que profundizará en lo que resta de legislatura.
Sus críticas a los recortes del PP en áreas sensibles como la Sanidad y la Educación han servido para que López encuentre un hueco en el que moverse para intentar retener al votante progresista no nacionalista, en una Euskadi en la que las fuerzas abertzales ganan terreno, según los sondeos.
Los socialistas creen que esa percepción negativa para sus intereses electorales no es tan real como indican las encuestas. Y lo primero es motivar a los suyos, y movilizarles al máximo, para eliminar el discurso derrotista y llegar a las urnas con energía. Hace escasas fechas, la dirección del PSE envió a todos sus militantes una documentación en la que detallaba los logros del Gobierno vasco, con una defensa clara de su gestión. En ella se pueden encontrar las líneas básicas de por dónde irá su argumentario en los próximos meses.
«Nos cambiaron el mundo»
«Que nos digan un servicio público que hayamos quitado. ¿Dónde están en Euskadi los institutos sin calefacción? ¿Dónde están en Euskadi los hospitales cerrados, los quirófanos abandonados o privatizados?», afirma un texto con referencias a ajustes adoptados en otras comunidades la mayoría de ellas, en manos del PP y en el que se explica «sin complejos y con orgullo» los objetivos «conseguidos» por el Ejecutivo: «mantener los servicios públicos, resistir a la crisis, no dejar abandonado a nadie a su suerte...». En un lenguaje calculado, no se habla de recortes los ha habido, por ejemplo, en la cuantía de las ayudas sociales, sino de «medidas de control» y de «esfuerzos y sacrificios a los funcionarios», y se insiste en que «se está haciendo más con menos».
Pero también se da una explicación sobre los objetivos no alcanzados. «Es verdad que nos hubiera gustado poder hacer muchas más cosas. Cuando llegamos al Gobierno teníamos unos objetivos y muchas ilusiones. Y resultó que nos cambiaron el mundo. Nada de lo que habíamos pensado servía, porque entramos en la peor crisis que conocemos». El mensaje general es el de que la labor del Gobierno ha sido fundamental para limitar los efectos de la adversa situación económica y que, mientras los gobiernos del PNV estaban instalados en «la inercia», el actual impulsa las reformas que el «país necesita».
El problema para el PSE es que hay dos antecedentes muy recientes que juegan en su contra. Las dos últimas comparecencias electorales municipales y generales de 2011 supusieron un varapalo para los socialistas vascos. A ambas citas concurrieron convencidos de que amortiguarían la caída generalizada del PSOE. Pero no fue así. Los comicios locales fueron los más duros de asumir al perder varios de sus principales feudos y ver reducido su liderazgo institucional a ocho municipios.
La extrapolación de estos resultados a unas autonómicas no es matemático, pero sí indica una tendencia a la baja respecto de 2009, cuando el PSE obtuvo el mejor resultado de su historia con 25 parlamentarios y 318.000 votos, de largo la cifra más alta obtenida en este tipo de elecciones.
Los socialistas son conscientes de que alcanzar el mismo nivel es casi imposible. El regreso de la izquierda abertzale a la Cámara de Vitoria, el desgaste de tres años de Gobierno y el hecho de que el PSOE siga sin recuperarse del batacazo del 20-N son, en principio, demasiados obstáculos que superar. «No hay gobierno en el mundo que esté sobreviviendo a la crisis», argumenta un dirigente del PSE, convencido, como otros muchos, de que está siendo la mala situación económica general, y no su gestión en la Administración ni el proceso de paz, lo que limita sus opciones en las urnas.
Derrota dulce
Las últimas encuestas que manejan algunos partidos indican una ventaja del PNV y la izquierda abertzale. Por detrás quedarían PSE y PP. Hay quien mira a 1998. Entonces, Euskal Herritarrok recogió los frutos de la tregua de Lizarra decretada meses antes por ETA y alcanzó la tercera posición con 14 escaños. Eusko Alkartasuna, ahora integrada en Bildu y Amaiur, logró 6, por lo que la nueva marca abertzale podría ahora rondar los 20 parlamentarios. El PNV obtuvo 21, el PP 16, y el PSE 14. Han pasado trece años y han cambiado muchas cosas, pero no es descartable un escenario político muy similar, con las formaciones nacionalistas moviéndose en una cómoda mayoría con socialistas y populares caminando por detrás.
Sea cual sea el resultado que salga de las urnas, los dirigentes del PSE admiten que repetir en Ajuria Enea roza lo imposible. Incluso en el mejor de los casos una victoria que a día de hoy parece muy lejana, los socialistas reconocen que el PNV difícilmente apoyará a López para que repita como lehendakari, que el pacto con el PP es irrepetible y que aún tiene que pasar tiempo para que la alianza con la izquierda abertzale se convierta en una hipótesis válida. Todos los caminos abocan a un PSE fuera de la presidencia vasca.
Aunque la versión oficial mantiene la tesis de que no hay nada perdido, la esperanza real de los socialistas vascos pasa por una derrota dulce que permita gestionar sin sobresaltos el partido de cara al futuro. ¿Cómo? Hay dos claves a tener en cuenta. La primera, que el PSE obtenga el número suficiente de parlamentarios para que pueda jugar un papel relevante la próxima legislatura. Entre los socialistas empieza a abrirse un debate que se intensificará tras las elecciones: qué hacer si el PNV necesita sus votos para frenar a la izquierda abertzale. Hay dirigentes partidarios de no dar «ni agua» a los jeltzales tras la campaña que, en su opinión, se ha puesto en marcha durante los últimos tres años contra Patxi López. Otros muestran más cautela y dejan la puerta abierta a posibles acuerdos quizá sólo de investidura en función de las circunstancias.
En cualquier caso, de lo que se trata es de no ser «irrelevantes» en el Parlamento. Y eso también pasa por quedar delante del PP. Históricamente, los socialistas han estado casi siempre delante de los populares vascos. Salvo en dos legislaturas, coincidiendo con José María Aznar en La Moncloa, en las que el PP dio el sorpasso en la Cámara vasca. Lograr que Patxi López se mantenga por delant de Antonio Basagoiti con Rajoy de presidente del Gobierno sería todo un logro y permitiría al PSE sacar la cabeza a pesar de estar en la oposición.
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