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Lord Byron en su lecho de muerte, lienzo al óleo de Joseph Denis Odevaere (1826)
¿Un pachá europeo en Atenas?
BATALLITAS

¿Un pachá europeo en Atenas?

La UE estudia designar un interventor que controle las cuentas de Grecia, país que inició el camino de la independencia en 1820, cuando el gobernador se negó a entregar los impuestos al sultán turco

JAVIER MUÑOZ

Domingo, 4 de marzo 2012, 17:15

El nombramiento de un interventor de la UE para Grecia, una idea planteada por Alemania en enero pasado y que tanto humilló a los afectados, ha reaparecido esta semana en el debate comunitario, en boca del primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, a la sazón jefe del Eurogrupo (ministros de Finanzas de la zona euro). Partidario de extender la disciplina presupuestaria al sur de Europa, Juncker ha precisado que la función del interventor -oficialmente tendría la categoría de comisario de Bruselas- no sería 'ahorrar', como expusieron los alemanes con franqueza, sino ayudar con las reformas. Es una manera delicada -esa delicadeza que se echa en falta en Berlín- de aludir a un viejo conocido de los atenienses: el pachá de Grecia, que era como ellos llamaban al gobernador de aquellas tierras cuando se encontraban bajo el yugo del Imperio otomano.

El camino a la independencia arrancó en Grecia el día que el pachá dejó de enviar los impuestos al sultán, una decisión que tomó en 1820 y que prendió la mecha entre los campesinos y comerciantes griegos, y entre los compatriotas desperdigados por Europa. El nacionalismo heleno triunfó entonces, entre otras razones, por las simpatías que despertó en la opinión pública europea y, concretamente, en el poeta Lord Byron, que luchó y murió por la causa griega. Hoy no hay más que leer los periódicos para comprobar que tales simpatías se han esfumado en 2012 a causa de los préstamos concedidos negligentemente a los gobernantes griegos, que no se atreven a explicar a sus votantes por qué su país ha dejado de ser realmente independiente.

La pérdida de la soberanía por culpa de las deudas podría equipararse, salvando las distancias, con la pérdida de la libertad individual por el mismo motivo, un fenómeno del que se habló mucho en la Antigüedad clásica, pues en aquellos tiempos no devolver el dinero podía conducirle a uno a la esclavitud. La sociedad griega actual no es la primera que se enfrenta (metafóricamente) a ese problema en épocas más recientes. Egipto y Túnez probaron esa amarga medicina durante la segunda mitad del XIX, también por culpa del mal gobierno y de los sobornos. La incapacidad de devolver los préstamos a los bancos europeos convirtió a ambos países del norte de África, que solo eran nominalmente dependientes de Turquía, en títeres de las potencias del Viejo Continente. Y la primera medida que adoptaron esas potencias, a instancias de los banqueros, fue designar un 'comisario' para ayudar con las reformas a las autoridades locales, como dice Juncker.

El colonialismo africano nació, en cierto modo, por culpa de las deudas o, dicho de otro modo, como resultado de una época dorada de la insolvencia islámica, una frase acuñada por los historiadores Ronald Robinson y John Gallagher. Túnez y Egipto se vieron envueltos en una espiral de obligaciones financieras contraídas con entidades francesas e inglesas para construir carreteras y ferrocarriles. Fue un esfuerzo de modernización que fracasó debido a la corrupción. De nada sirvió aumentar los impuestos a los campesinos para atender los plazos de los 'préstamos turbante', como los designa el historiador Henri L. Wesserling. Las cantidades a devolver aumentaron de tal modo que, tras atender a los acreedores, apenas quedaba algo en la caja para pagar a los funcionarios.

Túnez suspendió pagos en 1867 y desde entonces fue dirigido por una comisión encabezada por el 'inspecteur de finances' Victor Villet, un administrador francés que fue apodado como 'Bey (autoridad local) Villet'. Catorce años después, una expedición militar transformó el país en una posesión colonial de París. En Egipto ocurrió algo parecido. Las finanzas se desplomaron en 1876, después de que el jedive Ismail hubiera vendido sus acciones del canal de Suez al Reino Unido. Los países europeos hicieron todo lo posible para recuperar las sumas invertidas a orillas del Nilo, hasta que en 1879 Londres y París designaron sendos interventores de la economía egipcia. La Administración local recibió una asignación fija para subsistir, pero el resto de los ingresos se destinó a cubrir la deuda.

Como es lógico, la revolución no tardó en estallar en Egipto. Sin embargo, los británicos derrotaron a los rebeldes en 1882 e hicieron prisionero a su líder, Arabi Pachá, y lo desterraron a Ceilán. Las consecuencias de aquello fueron duraderas. Sin haberlo planeado, el Reino Unido ocupó por la fuerza el antiguo país de los faraones, un hecho que desencadenó las dos grandes fuerzas sobre las que ha basculado el mundo musulmán durante el siglo XX: los movimientos laicos que aspiraban a librarse de la dependencia de Occidente imitando el progreso europeo y las corrientes religiosas partidarias del repliegue sobre la tradición. Ése es, en esencia, el debate de la 'primavera árabe' a comienzos del siglo XXI.

Así que sería recomendable que Berlín exhibiera un poco de tacto al reclamar interventores en el sur de Europa.

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