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JON URIARTE
Sábado, 7 de enero 2012, 04:06
La procesión va por dentro. En concreto, por el subsuelo de Bilbao. Y conste que todo empezó como un regalo. Tenía cuatro años. Lo sé porque apareció en el primer piso de cierto portal de Alameda Rekalde las navidades anteriores a cambiarnos de casa. Era pequeño, pero me pareció enorme. Un gran círculo en el que se movía, como por arte de magia, una locomotora de color rojo. Desconozco de dónde lo sacaron los Reyes, porque, según dicen, Ibertren apareció por estos lares en 1973 y, en esa fecha, tenía siete años. Así que sería de otra marca. Puede que inglesa o francesa. No recuerdo qué fue de él. Los juguetes tienen una existencia 'gaseosa'. Mucha burbuja y desparrame al principio y luego, nada. Como el Metro de Bilbao.
Reconozco que no supe ver la necesidad de un suburbano para nuestra Villa. Pero el destino quiso que acabara subiendo a él, como mínimo, dos veces al día, a razón de 22 minutos por viaje. O, lo que es lo mismo, 12 páginas del libro de turno, que siempre me acompañaba. Por entonces, ir en metro era un placer. Tuvimos nuestros desencuentros, no lo niego, pero siempre fue llevadero. Que si hemos tenido un corte de energía, que si algún tonto de baba ha tirado algo a la víaPero raro era el día en el que me defraudaba. A veces, estaba tan a gusto sumergido en sus asientos rojos, que me pasaba de páginas y de parada. La de veces que he escuchado lo de "Plentzia, fin de trayecto". Y, con disimulo, salía y me volvía a meter para deshacer el camino. Pero, todo eso, suena ahora muy lejano. Lo del metro de Bilbao no tiene nombre. Bueno sí. Y lo diré marcando cada sílaba. Im-pre-sen-ta-ble.
Día sí, día también, leemos, vemos y escuchamos una noticia referente a un problema del metro. Más allá de los desencuentros entre empresa y trabajadores, todos los sindicatos están de uñas, hay algo más. La sensación de que, una vez más, los pasajeros son los tontos del bote. Porque, el que sin comerlo ni beberlo, se queda con un palmo de narices en el andén y tiene que buscarse la vida para llegar al destino, es el usuario. Y a ese, o a esa, no les pregunta nadie. No hablo de los daños colaterales, como Santo Tomás, o de otros conflictos con resultado de paros, servicios mínimos o huelgas varias. Tampoco de asuntos relacionados con actividades irregulares de sus responsables que han llevado a dimitir a miembros de la dirección.
Y digo que no hablo de eso, porque los medios, incluido este, ya los han tratado largo y tendido. Por eso, quiero centrarme en otro asunto. La desastrosa imagen que se está ofreciendo de un metro que llegó a ser un ejemplo mundial. Cierto que no tiene, ni de lejos, las líneas de los suburbanos de otras capitales. Anda que no se rieron mis primos ingleses cuando les enseñé el nuestro. "Esto es un tren de juguete", me dijeron, sin el menor atisbo de disimulo. Y tenían razón. Pero, a falta de longitud, teníamos elegancia y limpieza. A eso, no nos gana nadie. Bueno, no nos ganaba. Leo mucha queja sobre este punto entre los viajeros. Personalmente, en mi último viaje de estas navidades, salvo que está más usado, no lo vi mal. Y eso de que haya más líneas le da un aire serio y profesional. Pero no fueron ni uno ni dos, sino multitud, los usuarios que me pidieron que hablara del Metro. "Mételes caña Uriarte", me decía un chaval de Lutxana. "No hay derecho a lo que está pasando", añadía una señora de Urduliz. Y eso, que fue un recorrido de 15 minutos. No quiero pensar que hubiera sido en caso de llegar hasta el final del trayecto. Porque la gente está quemada. Hace tiempo que le da igual si la culpa la tienen los trabajadores, que no entienden que ciertos acuerdos ya no sirven, o la dirección, que no sabe negociar y aun menos comunicar. La gente solo quiere montar en el metro y llegar a su casa, su trabajo, sus estudios, su cita o a donde sea.
Y de la misma forma que no aburren al personal del Metro, ni a su dirección con sus problemas, desean la misma reciprocidad. No es egoísmo, es justicia. Así que, aprovechando el cambio de año, siéntense de una vez y arreglen el asunto. Porque el metro de Bilbao es un servicio público, no un juguete. Si alguien quiere jugar a trenecitos, que hubiera pedido a los Reyes o al Olentzero un Ibertren.
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