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Kramnik y Kasparov, en la edición de 2004./ M. Bartolomé
Que vuelva Linares
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Que vuelva Linares

Por este histórico torneo de ajedrez, cuya edición de 2012 sigue en el aire, han pasado los mejores jugadores del mundo, desde Gary Kasparov a Magnus Carlsen

JON AGIRIANO

Viernes, 6 de enero 2012, 01:03

El pasado día de Año Nuevo, mientras hacía inventario de los deseos deportivos para 2012, me acordé del torneo de Linares. ¿Se volvería a jugar? En principio, la suspensión de 2011 se vendió como una especie de parada técnica debido a una acumulación de problemas económicos, políticos, organizativos, logísticos y demás. Nadie se atrevió a mentar la posibilidad de que el Wimbledon del Ajedrez, como lo bautizó en su día Leontxo García, hubiera podido bajar la persiana con un cartel de cierre por cese de negocio. Es cierto que el torneo ya no brillaba con el esplendor de antaño, que le sostenía más la inercia de su pasado que el empuje de su presente, pero Linares era demasiado grande y demasiado clásico como para desaparecer de la noche a la mañana, al menos sin intentar hacer un último esfuerzo de volver a ser lo que había sido durante casi treinta años.

Por lo que he podido saber, la edición de 2012 está en el aire, pendiente de un acuerdo para que el torneo pueda desdoblarse en dos sedes, como ya hizo con Morelia (México) entre 2006 y 2008. La idea es poder repetir esa experiencia y para conseguirlo el comité organizador ha vuelto a tocar la misma puerta de entonces, la del empresario, promotor cultural y antiguo ajedrecista mexicano Hiquíngary Carranza. A Hiquíngary lo conocí en un viaje en tren de Madrid a Linares, hace unos años. No he podido tratarle todo lo que me hubiera gustado, pero desde el principio me pareció el organizador perfecto: un hombre culto, educado, elegante, simpático y con una capacidad de persuasión fuera de lo normal. A Hiquíngary uno se lo imagina capaz de organizar cualquier cosa, no sé, de juntar en la plaza del Zócalo a 100.000 personas disfrazadas de Diego Rivera y de Frida Kalho para que pinten el mural más grande del mundo. En fin, que ojalá las negociaciones lleguen a buen puerto y la vigesimoctava edición de Linares pueda celebrarse a lo largo del año. Porque lo que ya está descartado es que pueda disputarse en sus fechas tradicionales, entre febrero y marzo.

He pasado los suficientes buenos momentos en Linares como para recordar con nostalgia ese torneo que, allá por el año 1978, se sacó de la chistera don Luis Rentero, el genio de la lámpara que convirtió un pueblo minero de Jaén, famoso porque en su plaza de toros murió Manolete, en el epicentro del ajedrez mundial. Conseguir algo así fue un milagro. En realidad, bien mirado, el torneo de Linares nunca ha dejado de ser un suceso increíble, asombroso. ¿Qué pintaba Kasparov paseando de noche hasta la ermita de Linarejo? ¿O Magnus Carlsen pasando a la historia en la punta de Jaén? Había algo de extraordinario en todo aquello.

Recuerdo la primera vez que entré al salón de juego del hotel Aníbal. No había más de veinte personas cuando, a las tres y media de la tarde, con estricta puntualidad, el árbitro hizo sonar el platillo y anunció, con voz solemne, el comienzo de la jornada. Una de las partidas enfrentaba a Gary Kasparov con Vladimir Kramnik, los números 1 y 2 del mundo. Era el mejor enfrentamiento posible. El gran ogro avasallador, ya declinante, contra la maquina de precisión que le disputaba el trono. Millones de aficionados iban a seguir su duelo en todo el mundo. Y se estaba celebrando allí, casi de incógnito, en un salón amplio y multifuncional en el que lo mismo podía celebrarse una boda rumbera con muchas pajaritas de colores que las primeras jornadas andaluzas contra el Parkinson, por decir algo.

El verdadero centro neurálgico del torneo estaba en el tercer piso del hotel, en el centro de prensa. Es cierto que en el vestíbulo y en el bar, decorados con retratos de todos los ajedrecistas que han jugado alguna vez en Linares imagínese usted que increíble nómina de caretos ensimismados se podía ver a algunos aficionados siguiendo las partidas a través de los monitores de televisión, pero la salsa estaba arriba. Reconozco que echo de menos aquel ambiente tan especial, la pasión allí concentrada, las charletas con Jesús Boyero, la seriedad de Paco Fernández Albalate, siempre atento al ordenador, la curiosidad ante los comentarios en siete idiomas de Ljubomir Ljubojevic, los cigarrillos a su momento, los cafés, los planes con Juan Carlos Fernández y Andoni Madariaga para una buena cena... Pero, sobre todo, echo de menos el placer de escuchar a un buen amigo: ponerme los cascos y pasar el rato disfrutando de los comentarios de Leontxo García para la 87,9 de la FM local. No importaba que uno fuera y siga siendo peor ajedrecista que cualquiera de los inútiles en los que Murray Chandler se inspiró cuando escribió su famoso 'Cómo ganar a tu papá al ajedrez'. No importaba. Los grandes narradores saben obrar el prodigio de la atención incluso en los más débiles. Y cómo no estar atento, igual que un niño ante el mejor cuento, cuando Leontxo te dice al oído que fulanito se está "asando a fuego lento tras su error" o que "ese peón en H2, ahí tan solito, si se produce un cambio de damas y torres puede ser una bomba de relojería".

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