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ARTÍCULOS

La pregunta

J. M. RUIZ SOROA

Sábado, 30 de enero 2010, 03:29

Cuando una persona interroga al mundo revela sus creencias mucho mejor que cuando expone sus doctrinas. En las preguntas que formulamos está condensada nuestra particular forma de percibir la realidad y, sobre todo, las limitaciones de esa percepción. Por eso se sabe desde hace tiempo, tanto en la ciencia como en la sociología, que el progreso humano ha nacido precisamente de un cambio en las preguntas. Los sabios no han sido sabios por descubrir nuevas respuestas sino por haber formulado preguntas distintas.

Viene a cuento esta entradilla porque la interpelación que hace días formulaba al lehendakari el representante del PNV es un ejemplo perfecto de cómo la pregunta lo dice todo acerca de la comprensión del mundo de quien interpela. «¿Cómo va a garantizar el gobierno las identidades vasca y española existentes en Euskadi y su igualdad de trato?», decía Egibar. Pues bien, el análisis de esta pregunta revela la precomprensión del mundo ínsita en la mente del interpelante mejor que todos los textos doctrinales del PNV.

Primero, de los propios términos de la pregunta se deriva inexorablemente que de las identidades existentes en nuestra sociedad sólo una es vasca. La otra es española (o malgache u otavala) pero no es vasca. Al igual que el idioma propio de los vascos es el euskera, la única forma de identidad propia de los vascos es la vasca. Quienes se sientan españoles no son vascos. Podrán ser ciudadanos (esa noción exótica que trajo la Revolución en 1789 para aplastar la de nacionales, como hace poco denunciaba el mismo Egibar) pero no son vascos pues carecen de la identidad propia de los vascos. Y, además, las identidades vienen puestas en la pregunta como exclusivas y excluyentes. Una u otra, no se pueden poseer ambas. El horror a la mezcla, que ya caracterizó al pensamiento sabiniano en el siglo XIX, se reproduce en la imagen biologicista y levemente repugnante de las truchas de piscifactoría nutridas con piensos compuestos que utiliza su discípulo en el XXI.

Segundo, para nuestro interpelante las identidades colectivas han de «garantizarse» desde el Gobierno. No ha descubierto todavía que el principio esencial en el asunto es el de la libertad de identidad (la libertad de conciencia de la que empezaron a hablar los europeos hace siglos). Que el Gobierno no debe afirmar o proveer identidad ninguna, sino garantizar la más plena libertad de los ciudadanos para optar, asumir, desarrollar y cambiar su personalidad. Libertad negativa, pues a nadie se le puede imponer una identidad, y libertad positiva, pues a todos se les deben proporcionar los medios para cultivar y enriquecer la suya. Los gobiernos son laicos en materia de identidad, se limitan a proveer a la sociedad civil de los medios para desarrollar sus deseos.

Tercero, las identidades deben gozar de igualdad de trato, dice el jeltzale. Tampoco ha descubierto todavía que la igualdad es un derecho que se predica de las personas, no de los objetos culturales que esas personas crean. Lo que es igual es el derecho de todos a desarrollar su personalidad, y no el derecho de las personalidades a tener los mismos sujetos. Lo que es igual es el derecho de todos a hablar una lengua, no el derecho de las lenguas a tener los mismos hablantes.

El abate Sieyès, el topo de la revolución francesa, empezó a hacerse las preguntas correctas después de la etapa de terror generada por la virtud pública, y se respondió: «La chose publique est faite pour l'individu, et non l'individu pour la chose publique»; aquí y ahora, después de nuestro «pequeño terror», habría dicho que «las identidades están hechas para los individuos y no los individuos para las identidades». Pero Egibar no le habría entendido, sencillamente porque no se hace las preguntas correctas. ¿Las hará algún día?

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